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La irracionalidad armada

Columna de opinión por Wilson Tapia
Jueves 10 de septiembre 2009 20:51 hrs.


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Para diciembre se anuncia la tercera edición del Libro Blanco de la Defensa Nacional. Se trata de una iniciativa que comenzó en 1997, en conjunto con Argentina. Intenta transparentar la capacidad bélica del país. Para que nadie se engañe, y Chile no sea acusado de armamentista, ni menos aún de amenaza para sus vecinos. Una acusación que ha esgrimido reiteradamente el Perú luego del diferendo marítimo que ha llevado hasta el Tribunal de La Haya.

Además, el gobierno de la presidenta Bachelet también pretende terminar con la disposición que le entrega a las Fuerzas Armadas el 10% de las ventas anuales de cobre que realiza la empresa estatal Codelco Chile.  En 2007, esto significó cerca de mil millones de dólares. Hasta aquí, buenas intenciones y un sentido práctico encomiable. Sin duda, las platas del cobre darán mayores beneficios en escuelas y hospitales, que en armamento pesado o ligero, buques o aviones de guerra.

Pero esto que parece tan obvio, no tiene su correlato en la práctica. En América Latina, un continente en que la pobreza está lejos de ser erradicada, Brasil acaba de anunciar un negocio por US$ 4 mil millones con Francia. Comprará 36 aviones caza Rafaela.  Como contrapartida, Brasil le venderá 10 aeronaves de transporte, fabricadas por Embraer. Esto es sólo parte de un convenio mayor, que ya se concretó en diciembre pasado.  En aquella oportunidad, Brasilia informó la compra de cuatro submarinos Scorpene -Chile compró dos en 2005 y 2006- y cincuenta helicópteros EC-725. También se informó sobre la posibilidad futura de construir, en conjunto, un submarino nuclear.  En aquella oportunidad, como ahora, el presidente francés, Nicolás Sarkozy, viajó hasta Brasilia para darle mayor peso al acuerdo.  Esta vez coincidió con el 7 de septiembre, día patrio del país latinoamericano.

¿Por qué Francia?  La explicación oficial señala que fue el único país dispuesto a transferir tecnología. O sea, se trata de la culminación de un proceso de suma importancia tanto para Brasilia como para París. Por un lado, permite a la nación gala tener una presencia fuerte en un continente emergente.  Y de aliada, nada menos que a la nación con mayor peso específico en la región, por tamaño y potencial económico. Para Brasil, en cambio, es una buena forma de mostrar su capacidad de liderazgo.  Y con total independencia respecto de los Estados Unidos.  Por lo demás, Washington jamás ha estado dispuesto a transferir tecnología militar sofisticada, precisamente para mantener control en la región.

La postura de autonomía brasileña se ha manifestado en otras áreas en el pasado.  Fue lo que ocurrió en informática.  Pero, finalmente, debió claudicar y aceptar la primacía norteamericana, como ocurre en todo el mundo. En el caso de las armas, en cambio, la disputa recién comienza y Francia puede ser un socio adecuado.

Las explicaciones esgrimidas por el presidente Luiz Inacio “Lula” de Silva, son todas de tipo defensivo.  Citó la extensión de la amazonía, el combate al narcotráfico y el descubrimiento de grandes reservorios hidrocarburíferos en aguas territoriales profundas. Recordó que el petróleo ha sido causa de muchas guerras. 

Los argumentos de Lula son atendibles. Aunque revelan la irracionalidad en que se mece el mundo. En la actualidad, el negocio de las armas es el más lucrativo.  Representa una cifra cercana al billón -millón de millones- de dólares anuales.  El principal exportador de armas es Estados Unidos, seguido, de lejos, por Inglaterra, Rusia y Francia. 

Desde que concluyó la Segunda Guerra Mundial, los conflictos en que se han usado estos artilugios causaron ya 30 millones de víctimas. El 90%, civiles.  Los números se transforman en más escalofriantes cuando miden los fallecimientos que provocan a diario.  Se calcula que muere una persona por minuto ultimada con armas cortas. Un dato más que revela la irracionalidad -o la codicia- humana: Estados Unidos produce anualmente siete millones de unidades de este armamento.  Se estima que en el país hay más rifles, pistolas, subametralladoras, revólveres, carabinas, que habitantes. Y allí viven de 305 millones de personas.

El negocio del armamento es extraordinariamente lucrativo.  Y en los últimos diez años ha crecido en 37%. Hasta ahora no hay indicios de que tal tendencia vaya a cambiar.

Por eso, la iniciativa chilena puede ser encomiable.  Aunque justo es decir que en materia de armas, de seguridad, las versiones que se entregan no son siempre iluminadas y diáfanas. Más bien, generalmente las rodea un halo opaco ¿Por qué habría de creerle a las FF.AA. en esta materia si no han sido transparentes en otra tan importantes como los delitos de lesa humanidad?

Pregunta que, a propósito de la irracionalidad que significa gastar dinero en juguetes mortíferos, parece absolutamente adecuada.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.