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La mestiza chilenidad

Elementos indígenas, europeos, incluso africanos,  son constitutivos de nuestro folclore. El manoseado concepto de chilenidad no es inmóvil, se va transformando a través de los años, ni tampoco es “un traje de gala” que se saca sólo para celebrar las Fiestas Patrias, distintas expresiones propias del sincretismo de nuestra cultura están presentes los doce meses del año en nuestra lengua, bailes, cantos y comidas.

Sohad Houssein T

  Jueves 17 de septiembre 2009 17:27 hrs. 
Radio-Uchile

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Elementos indígenas, europeos, incluso africanos,  son constitutivos de nuestro folclore. El manoseado concepto de chilenidad no es inmóvil, se va transformando a través de los años, ni tampoco es “un traje de gala” que se saca sólo para celebrar las Fiestas Patrias, distintas expresiones propias del sincretismo de nuestra cultura están presentes los doce meses del año en nuestra lengua, bailes, cantos y comidas.

Las Fiestas Patrias “constituyen una especie de artefacto explosivo que estallan por pocos días y que producen una especie de incendio de chilenización”, afirma el profesor de Antropología de la Universidad de Chile y experto en cultura folclórica chilena, Manuel Danemann.

La tan manoseada “chilenidad”, que sobre todo en estas fechas sale a relucir en discursos, brindis, medios de comunicación y cuanta verborrea animada por un vaso de chicha o por el oportunismo para la exarcebación patriótica, no es ni una sola ni tampoco permanece inmóvil en el tiempo.   

En el programa A Fondo de nuestra emisora, Manuel Danemann explicó a Vivian Lavín que las celebraciones del 18 de septiembre se enmarcan dentro de “un modo de ser nacional” que constituye “un sistema donde entran y salen muchas cosas, situaciones, medios ambientes, personajes y expresiones culturales”.

Como toda cultura, que es dinámica, la chilena cambia a través de la Historia, al igual que las costumbres, fiestas, juegos y otras manifestaciones que recordamos durante las Fiestas Patrias, que toman elementos de otros lugares y los integran, sincretismo que, según el académico, es la sana expresión de cómo los propios individuos van desarrollando su cultura.

Un clásico ejemplo de ello es la crítica que año a año escuchamos sobre la abundancia de cumbias que se escuchan en las fondas y ramadas, sin embargo, para el autor del libro “La Enciclopedia del Folclore de Chile”, este ritmo “ha ido entronizándose y  ha ido adquiriendo un paralelo muy fuerte con otras viejas danzas chilenas. Nos parece que ha habido una opción de quienes bailan la cumbia, y que ha pasado a formar parte de su tradición, es también un patrimonio de su identidad y que no podemos decidir que vamos a dejarla o eliminarla”.


Herencia de la pachamama

De acuerdo a folclorista e investigadora  Margot Loyola, “en la gestación del folclor chileno han intervenido tres vertientes culturales: la aborigen, la europea y la africana”.

La influencia del viejo continente comenzó con el proceso de dominación de América por parte de los españoles y continuó con los aportes de los inmigrantes. De ellos, de acuerdo al sitio memoriachilena.cl de la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos (Dibam), permanecen las diabladas en el norte del país, una serie de danzas y cantos, instrumentos como la guitarra y el arpa y expresiones de poesía popular.
Aunque nos parezca ajeno, la llamada “chilenidad” también tiene una parte que proviene del mundo africano, mucho menor que en otros países sudamericanos, pero que se puede ver en algunos bailes como la cueca y el Cachimbo.

Pero uno de los rasgos más marcados, y también más negados de nuestra cultura, son los que tomamos de los pueblos originarios. En todo lo ancho y largo de nuestro país, y también en las islas, se pueden identificar arraigadas expresiones aymaras, atacameñas, mapuches y rapa nui, que se han ido mezclando con otras. Un mestizaje que a los chilenos y chilenas nos ha costado reconocer.

“Muchas veces nosotros hablamos de forma muy romántica de este reconocimiento, pero ¿realmente lo vivimos, damos testimonio de este reconocimiento, actuamos como tal?”, se cuestiona el etnólogo y explica que esta dificultad para vernos en nuestra identidad mestiza “se debe a que a través de nuestra educación formal, de nuestro medio ambiente, en algunas de nuestras costumbres familiares, no hemos conocido este legado de esta cultura, por lo tanto, además de tener algunos resquemores de reconocer la parte mapuche, aymara o atacameña que puede estar en nuestra sangre y en nuestra cultura, desconocemos muy fuertemente cuál es este legado, que en algunas oportunidades no solamente es valiosísimo sino digno de emoción y de orgullo”.

Ejemplos de la permanencia de las raíces indígenas en nuestra cultura actual abundan. Los bailes en rondas filas, pasacalles e hileras provienen del mundo aymara y atacameño. Seres míticos, como el Piuchén, el vampiro nacional, es parte de la cultura mestiza. Hermosos cuentos de animales, relatos aymaras, quechuas y hasta kahuescar forman nuestro imaginario; las habilidades ecuestres surgidas del mestizaje entre españoles y mapuches, las coplas de carnaval de la Segunda región, el sincretismo religioso colonial con la cultura altiplánica presente en los bailes religiosos, como las diabladas y trotes del norte grande; las ricas humitas, que provienen de la comida quechua; las casas de piedra volcánica en el norte del país, y un sin fin de expresiones y elementos indígenas.

Pero es en el idioma donde encontramos cientos de expresiones cotidianas que tomamos de las lenguas originarias. Quiltro, huemul, trapicar (que viene de trapi: ají), pichintún, malón, machas, chapes y muchas otras más, son palabras mapuches. Del quechua, en tanto, utilizamos vocablos como chacra, choro, chino, huincha, choclo, callampa, tata, mama, papa, cóndor, cocaví, causeo y tantas otras.


18 todo el año

“Hay expresiones que no son exclusivamente dieciocheras, pero que adquieren un carácter dieciochero con motivo de las Fiestas Patrias”, explica el profesor Danemann.

Juegos como el palo encebado, originario de Europa, el trompo, la rayuela, las carreras a la chilena o deportes como el rodeo, además del típico recetario que por estas fechas adorna las mesas chilenas, están presentes durante todo el año y no son exclusivos de las Fiestas Patrias, sin embargo, para el 18 de septiembre, especialmente en las celebraciones municipales, escolares y oficiales, estos expresiones se sacan a relucir como para de nuestra chilenidad. 

Pero en los últimos años un fenómeno especialmente particular ha ocurrido con el baile nacional. Las llamadas cuecas bravas y choras han pasado a formar parte de la banda sonora de las fiestas urbanas los doce meses del año.

El etnólogo cita al profesor Rodrigo Torres de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile para señalar que con las cuecas choras y bravas  se “ha comprobado un fenómeno social que trasciende a lo popular y lo folclórico y que va empapando a muchos miembros de la juventud. Tenemos carretes con cueca y un afán de bailar la cueca, en algunas oportunidades sin que se haya tenido una tradición campesina, es cada vez más urbana”.

Para el especialista en folclore, este tipo de cuecas “está cambiando la manera de ser de los chilenos, que nos está presentado un panorama insólito y que ha ido penetrando en la chilenidad de hoy. Es un patrimonio mucho más amplio de los chilenos”.

Esas expresiones con las mostramos que nos sentimos parte de una cultura sin duda seguirán variado a través de los años y continuarán tomando elementos de otros lugares y personas para enriquecerse y dar cuenta de nuestra idiosincrasia nacional.

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