Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 29 de marzo de 2024


Escritorio

Escobas nuevas

Columna de opinión por Wilson Tapia
Viernes 6 de noviembre 2009 13:10 hrs.


Compartir en

Si la política fuera tan simple como barrer una casa, el cambio generacional bastaría.  Pero hasta ahora no es tan sencillo, aunque a menudo se cae en la confusión. Sobre todo cuando algunas estructuras comienzan a desbaratarse, más que por la mala calidad de sus materiales, por la ineficiencia de los maestros constructores.
 
Es lo que está pasando con la política en Chile. Aprovechando el caos que provoca la avalancha de lo nuevo para tratar de calmar ambiciones personales, hay interesados en hacer creer que los culpables de la situación son los viejos políticos.  Y así, salen jóvenes a mostrar que sus predecesores lo único que han hecho es apernarse en los cargos.  
Que se transformaron en tapones que no les permiten subir a los cenáculos del poder para mejorar las ideas y de allí partir para mejorar la sociedad.
 
Es posible que tengan razón y que haya un embotellamiento. Pero eso no es lo más grave.  Porque se supone -al menos así lo entiendo yo- que el cambio es recomendable no sólo por cambiar, sino porque consigo trae respuestas más adecuadas a la nueva realidad.  En síntesis, se trata de una nueva actitud sustentada en sólidas bases.  En otras palabras, contenidos enriquecidos.  Remozamiento, adecuarse a circunstancias inéditas para seguir avanzando. Es tan simple como la evolución, si por ella entendemos “el desenvolvimiento de un continuo y creciente poder de responder”.

Pero no es lo que estamos viendo en los líderes jóvenes.  La política nacional da muestras de una pobreza a menudo franciscana.  Las propuestas de jóvenes y viejos resultan, la mayoría de las veces, lamentables.  Y ello se traduce en legislación tardía y de baja calidad. La responsabilidad no puede atribuirse a los miembros de una generación,  Todos son responsables. Tal vez con una diferencia: los viejos son un poco más lateros.  Siguen con la usanza de discursos latos para audiencias ávidas. Los jóvenes, en cambio, son veloces, lanzan dos o tres frases y se refugian en el gesto adecuado para la cámara. Pero es posible que la inconsistencia sea la misma.  

Este tema de viejos y jóvenes está en la vitrina desde hace tiempo.  Ahora ha saltado nuevamente a las portadas porque estamos en campaña electoral y apareció un audaz diputado que pretende transformarse en Presidente de la República.  Detrás de él se ha levantado el coro de los que culpan a los viejos por todos los males de la política.

Es como el cine en blanco y negro. Puede que hoy se considere que el cine arte se ve beneficiado con la simpleza de los grises. Pero la política no es cine arte y la gama de colores resulta indispensable para dar respuesta a tanta demanda y a los innumerables desafíos que trae un futuro raudo e incontenible. Claro, sólo en blanco y negro, Gabriel Valdés (90) está aquejado de demencia senil porque critica a sus compañeros de toda una vida.  A los que hasta ayer acompañó ejerciendo el cargo de embajador y antes de senador.  Y mucho antes, base esencial para la construcción de la oficialista Concertación de Partidos por la Democracia.  Pero ahora se le ocurrió decir que el candidato presidencial opositor, Sebastián Piñera, sería un buen presidente.  Incluso el joven Marco Enríquez Ominami le provoca cierta simpatía.  Ni siquiera una mínima mención favorable para Eduardo Frei, el candidato al que, se suponía, debía apoyar.

Valdés no dijo lo que dijo porque esté viejo  Lo hizo porque está dolido. Porque realizó esfuerzos y tenía méritos suficientes, según él estaba convencido, para ser presidente de Chile.  Pero en su propio Partido, que también ayudó a fundar, la Democracia Cristiana, le cerraron tres veces las puertas. ¿Por qué no lo dijo antes? Quizás la vejez permite ciertas deslealtades. O, más humano aún, si los años no traen sabiduría crecen las cuotas de reconcomio.
 
Hay otros viejos venerables que pretenden seguir en la política, aunque sea como outsider. Fueron un gran aporte, pero ya no lo son, porque las cosas cambiaron y ellos no.  Sin embargo, los jóvenes no vienen con el cambio político en el ADN. Si no ¿cuantas iniciativas gloriosas tendríamos en la Cámara de Diputados, donde los muchachos abundan?  Aparte de pedir una nacionalidad por gracia u otra idea que atraiga cámara, es muy poco lo novedoso que se escucha, y mucho menos lo que sale plasmado en ley.

El cambio real no tiene que ver con los años que se llevan a cuesta. La lozanía no asegura sensatez, como la vejez no es aval de sabiduría.  Y hoy más que nunca es conveniente entenderlo. Las descalificaciones son una manera fácil de tratar de hacerse espacio.  Lo realmente encomiable es que aparezcan líderes con visión, viejos o jóvenes. Referentes con capacidad de entrega que hagan verdadera política. Eso es lo que los viejos generosos y los jóvenes lúcidos están esperando.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.