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La trama del poder en Filipinas

Columna de opinión por Hugo Mery
Viernes 27 de noviembre 2009 18:26 hrs.


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Las guerras feudales tienen un aliado en el corrupto gobierno central, que ha alentado la formación de bandas paramilitares para que le aporten  votos a través del control de los ciudadanos y combata al Frente Moro para la Liberación.

La matanza de 57 personas –el lunes 23- en la isla filipina de Mindanao sacó a la luz internacional la guerra feudal por el poder que subsiste en un país que en 1986 reconquistó una frágil democracia, después de 21 años de dictadura de Ferdinando Marcos. Resulta inútil hablar de democracia allí después de los gobiernos electos de la ya fallecida Corazón Aquino, viuda de un líder, y cuyo hijo Benigno es el favorito para las elecciones de mayo próximo. Este apellido reiterado sugiere una transferencia dinástica del poder, la misma atávica cultura que está detrás de la reciente masacre por motivos electorales.

En efecto, un señor feudal llamado Andal Amapatuan manda sin contrapeso en la provincia de Maguindanao y quiere que uno de sus hijos -del mismo nombre y que es alcalde de una de las localidades de la provincia- herede su cargo. Otro “Padrino”, Ismael Mangudadatu, se opuso a estos designios y levantó su propia candidatura, la que iba a inscribir con la caravana que fue emboscada y donde él no participaba en esos momentos. Aquí entra a tallar la corrupción del gobierno nacional. Ocurre que la familia más poderosa de la provincia es estrecha aliada de la Presidenta de la República, Gloria Macapagal Arroyo, a quien le aportó 200 mil votos, que fueron cruciales para su elección y reelección.

Pero las redes tejidas van más allá de lo electoral. Se acusa a la Jefa de Estado haber consentido en que el clan de los Ampatuans construyese un Ejército paramilitar de más de quinientos sicarios, con el pretexto de hacer cumplir la ley y combatir al Frente Moro para la Liberación, un grupo islamista que reclama la independencia del sur del archipiélago. El periodista Marites Vitug, autor de varios libros sobre Mindanao, dijo que “la milicia responsable de la reciente matanza es un monstruo creado por este gobierno y por los gobiernos del pasado, que han fortalecido a los caciques para usarlos contra los insurgentes”.

A esta trama debe agregarse el temor de la población, que se tradujo, en el último sangriento episodio, en el miedo de los testigos a correr la misma suerte de las víctimas si declaran que entre los asesinos se encontraba el propio hijo del terrateniente, el alcalde que quiere ascender  a jefe provincial. Está aún el miedo de los fiscales a encausar a los potentados, como lo reconoció la propia ministra de Justicia Agnes Devanadera. Por eso es que Ampatuan hijo se entregó el jueves alegando inocencia. Otra cosa es que lo declaren culpable.

La impunidad está tan asentada en Filipinas que una formidable protesta popular en marzo de 2008 no pudo hacer caer a la corrupta Presidenta (quien mintió incluso al decir que estuvo en cama por la gripe porcina, en circunstancias que se hospitalizó para hacerse una cirugía estética). Esta vez la marea de indignación no hace sino crecer. Los periodistas y sus organizaciones internacionales están en pie de guerra porque entre las 57 víctimas hubo 22 profesionales de los medios, lo que instantáneamente colocó al país a la cabeza mundial del asesinato de periodistas. Hasta ahora México lideraba la lista con 9 de un total de 88 periodistas que corrieron esa suerte en lo que va del presente año.

Pero hay otro ingrediente que se suma al horror de las decapitaciones y entierros en fosas comunes de que fueron objeto los secuestrados: por primera vez en la larga historia de crímenes se ha asesinado a mujeres –una de ellas embarazada-, rompiéndose una de las leyes sagradas del “rido”, descrito como “el código de honor y sangre que manda las relaciones de poder en la isla”. Está por verse si esta vez la reacción popular –que podría expresarse por lo menos en Manila, la capital- logrará voltear a la Presidenta antes de que cumpla su segundo mandato el próximo año. 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.