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Señales para un Bello Sino

Columna de opinión por Argos Jeria
Lunes 4 de enero 2010 12:11 hrs.


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Luego de treinta y siete años de control de los medios de comunicación por nuestra derecha – mediante la fuerza primero y el poder del dinero después – no deja de ser notable que sigan en pie visiones alternativas a la poderosa ideología dominante que, tras la promoción de las bondades de la competencia y el mercado, provee sustento subjetivo a la perpetuación de privilegios e inequidades. No estoy pensando en nuevas visiones articuladas que pretendan explicaciones holísticas, ni en posibles construcciones intelectuales que podríamos – legítimamente – haber desarrollado quienes maduramos en ambientes de mayor libertad. Me refiero a manifestaciones concretas de intranquilidad juvenil con las acciones que deben realizarse para sobrevivir en esta nueva forma de organización social.

A fines de los ochenta, cuando Los Prisioneros interpretaban las percepciones de un amplio sector juvenil (y no tan juvenil) poniendo música al rechazo intuitivo de los valores que se estaban instalando en nuestro país, el cineasta Luc Besson nos hizo llegar su película aquí llamada Azul Profundo (The Big Blue). En su momento no le asigné prioridad a lo que percibía como una historia de buzos en Grecia. Me llamó la atención que todos mis alumnos no sólo la habían visto, sino que la habían hecho su película favorita del momento, por su música, su fotografía y su fondo argumental; sentí un deber exponerme a la nueva estética juvenil. Lo sorprendente del asunto es que, más allá de sus posibles méritos visuales y musicales, el filme resultó valóricamente novedoso. En lo que entiendo fue su primer papel protagónico, Jean Reno personifica a un campeón mundial de buceo que busca denodadamente vencer a un amigo de infancia quien, siendo mejor que él, no quiere competir. El amigo ama el mar y sus secretos; el buceo es para él una forma de vida, un placer. Así, la película resulta ser una denuncia a la actitud competitiva ulcerante, mostrando la cara del gozo creativo tras las tareas no alienadas. En medio de la vorágine competitiva que se enseñoreaba en nuestro país, los jóvenes estudiantes que me recomendaron el filme rescataban la posibilidad de algo mejor.

Veinte años después del episodio anterior algo semejante me ocurrió recientemente con Hacia Rutas Salvajes (Into the Wild), película cuya descripción gruesa no me convenció lo suficiente como para verla. Nuevamente mis alumnos me hicieron recapacitar; “buena”, me aseguraron unánimemente. La oportunidad se dio en un vuelo fuera del país. Así vi la saga de un joven norteamericano que en 1990, tras terminar sus estudios universitarios, decide alejarse de la sociedad y convertirse en errante, renunciando a las posesiones materiales y quemando sus ahorros (en sentido literal: prende fuego a los billetes). Atraviesa los estados de la costa Oeste en un viaje que dura algo más de dos años, interactuando con múltiples personas con evidente aprecio e interés por ellas, a pesar de lo cual termina por aislarse en Alaska, en íntimo contacto con la naturaleza viviendo en un bus abandonado ¿Qué mecanismos activarán la mirada positiva de los jóvenes de hoy hacia tan radical actitud?

El aprecio de jóvenes chilenos por la denuncia que el séptimo arte hace de la competencia angustiosa hace veinte años y del camino marcado por el dinero hoy, me hace pensar que hay algo indestructible en nosotros los humanos: la capacidad de intuir los efectos nocivos de tales valores como fundamento de la vida en sociedad. Levanto esta observación como una señal de que un Bello Sino es posible.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.