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El infierno de este Mundo

Columna de opinión por Hugo Mery
Viernes 15 de enero 2010 12:52 hrs.


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La refundación de Haití la deberán emprender sus propios habitantes, pero previo pago de la deuda colonial e imperial, mediante una asistencia enorme y que se sostenga después del impacto de la última tragedia que asoló a la primera y más empobrecida república latinoamericana.

“En el día de hoy todos somos haitianos”, escribió The New York Times al dar cuenta de la enorme solidaridad internacional que suscitó la magnitud del terremoto en el país caribeño. Pero, ¿y mañana qué, seguiremos siendo haitianos, una vez pasado el impacto inicial?

Todos sabemos que estos sentimientos podrán durar algunos días más de lo habitual, en  la medida que la ayuda enviada por el mundo ni siquiera llegue a destino, por la precariedad de los accesos al tránsito, incluido el del aeropuerto de Puerto Príncipe, y del difícil desplazamiento por las rutas internas. Este solo hecho está indicando que no basta con enviar agua, alimentos y asistencia médica, porque la infraestructura del país no permite canalizar y concretar el potencial uso de una ayuda humanitaria que en gran medida resulte ineficaz.

La solución es no olvidarse de Haití después que despeguen y lleguen los aviones con sus toneladas de solidaridad. Ya lo dijo el propio Presidente René Préval, después que hace dos años los huracanes azotaran esta geografía que parece atraer los desastres naturales. Entonces el Mandatario imploró al mundo a que se comprometiera con soluciones de largo plazo para su nación, porque un “paradigma de caridad no terminaría con los ciclos de pobreza y desastre. Una vez que se agote esta primera ola de compasión humanitaria- dijo Préval- seremos abandonados como siempre, quedaremos solos para enfrentar catástrofes nuevas y reiniciar, como si fuera un ritual, los mismos ejercicios de movilización”.

Pero no sólo huracanes como la cruel Jeanne, la deforestación y terremotos como el del martes, de magnitud 7, y sus inmediatas réplicas, conforman el sempiterno cuadro de tragedia del país. A  ello hay que agregar el analfabetismo y las enfermedades –con el VIH campeando en la población- , las hambrunas y migraciones, masivas, los 250 mil niños entregados como semi esclavos por familias hundidas en la miseria a otras un poco por encima de ella, la violencia, la corrupción, las masacres  y la sucesión de gobernantes asesinos desde 1804, el año de la victoria de la sublevación esclava que llevó a Haití a convertirse en la primera República independiente de América Latina, expulsando el colonialismo francés, para luego caer en la anarquía y disolución política.

Como lo escribiera Graham Greene en su novela de intriga política “Los Comediantes”-llevada al cine en 1967 con Elizabeth Taylor y Richard Burton-, “una nación pobre puede proporcionar mucha riqueza… a los corruptos”. Todos caen en la red.  “Diplomáticos, impostores, adúlteros, parásitos e incluso un par de pacifistas vegetarianos son capturados por el reino de terror de un autoproclamado presidente vitalicio”. Este es Papa Doc Duvalier, entre cuyos referentes en la historia nacional está el emperador negro Henri Christophe.

Un escritor de la envergadura del cubano Alejo Carpentier, que venía del surrealismo, se dejó seducir por la tenebrosa magia del país, en especial por el vudú, y publicó en 1949 la novela “El Reino de este Mundo”,  enmarcando la revolución haitiana en “lo real maravilloso”. Pero en la vida cotidiana esto se convierte en asfixiante y así lo sintió quien fuera la Primera Ministra hasta octubre del año pasado. Michéle-Pierre Louis se declaró abatida por los males nacionales, que atribuyó a ¨la abyección de las elites haitianas, integradas por mulatos, hombres de negocios, sindicalistas y agricultores, que llenan el vacío de una clase política. No hay partidos y todos se corrompen y pervierten”, describió la ex jefa de Gobierno.

Hay que emprender, entonces, la refundación de Haití, pero ella deben hacerla sus propios habitantes, una vez que  paguen sus deudas coloniales la potencia francesa y EEUU, que hace 95 años envió allí tropas militares para pacificar las ciudades, según dijo el Presidente Woodrow Wilson, pero también para cobrar las deudas del Citibank, enmendar el artículo de la Constitución que prohibía la venta de plantaciones a los extranjeros, y seguir pagando apenas una propina por las manufacturas hechas por mano de obra barata.

Que los 100 millones de dólares puestos ahora sobre la mesa por Barack Obama sirvan para construir instalaciones sanitarias y educacionales suficientes e infraestructura e inmuebles sólidos, pero el hambre y la miseria no se extirparán mientras no se transformen las bases del Infierno de este Mundo en que lo peor de la humanidad ha convertido a Haití.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.