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Año XVI, 24 de abril de 2024


Escritorio

Solitario Solo

Columna de opinión por Argos Jeria
Lunes 22 de marzo 2010 14:11 hrs.


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Comenzaba la así llamada transición y la TV intentaba programas de conversación. En la pantalla apareció César Antonio Santis conduciendo uno de esos; entre los invitados – no muchos – dominaban los usuales dueños de lugares comunes que hoy son norma en ese medio, pero también estaba Joan Manuel Serrat, lo que me permitía augurar alguna profundidad. El tema era la soledad. Vi como uno a uno los participantes describían la necesidad y la belleza de encontrarse a si mismos en momentos de intimidad, caminando libres, introspectivos y solitarios por hermosos senderos o al borde de lagos y playas. Hasta que Serrat, algo exasperado, hizo notar que estaban evitando el asunto central: la soledad como el drama de quedarse sin compañía, de sentirse aislado. Pensé que el catalán había salvado el programa, pero me equivoqué rotundamente; para decirlo en buen chileno, no le dieron pelota.

He notado que parece menos molestoso hablar de la muerte que de la soledad. Tal vez es porque – a diferencia de la primera – la soledad si tiene remedio pero, de alguna manera directa o tangencial, ese remedio nos involucra. Porque a veces abandonamos y a veces nos abandonan; porque vemos gente sola a nuestro alrededor; porque alguna vez, o muchas, encontramos la compañía que deseábamos; porque no quisimos acompañar; porque nos dejaron plantados; o porque perdimos a alguien.

Desarrollamos estrategias para no sentir la soledad, cuando ocurre temporalmente o cuando se establece como un estado permanente. Así aprendí a circular solo por los lugares del mundo que debo visitar y a cultivar el gusto por la observación de la gente, de las calles y de las cosas, lo que hubiese preferido hacer en compañía. Fue curioso que tal actitud indujese la costumbre de conversar con mis vecinos (o vecinas) de asiento en el bus y de mesa en el restaurante-autoservicio, lo que me ha permitido saber más de la sociología local y gozar más los viajes de trabajo, costumbre inducida que he mantenido aún cuando mi mujer me acompaña.

Aunque he vivido solo en períodos muy breves, me imagino que en una situación permanente establecería rutinas tan estables como las que he tenido en las diversas etapas de mi vida: en pareja joven, con los niños pequeños, con ellos y sus amigos, en pareja adulta o con las visitas de los nietos. Por supuesto que en todas estas etapas he buscado los lugares y momentos para mi, sabiendo que el cruce de una puerta o el descenso de una escalera me llevará al encuentro de quienes habitan conmigo. Pero recuerdo el pánico que sentí en la única ocasión de mi vida en que pensé que me dejarían solo; todo lo demás – estudio, trabajo, música, lectura – pasó a segundo plano hasta que la situación fue superada. Parece que no soy capaz de buscar el Bello Sino sin compañía. O tal vez será que ahí está la madre del cordero.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.