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¿Comenzó la corrosión?

Columna de opinión por Ignacio González
Viernes 30 de abril 2010 16:45 hrs.


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El Presidente Sebastián Piñera está sorprendiendo a la platea política que se formó en los convencionalismos: que la derecha es derecha, la izquierda, izquierda, etc. Que hay fronteras que no se pueden cruzar. El gobernante demostró su audacia –y habilidad- política con una medida transitoria: el paquete de financiamiento de la reconstrucción. Rompió los esquemas y se apartó de la ortodoxia derechista, pero sin llegar hasta el punto de fractura con las fuerzas que le apoyan. En lo principal, sí, habrá impuestos a las empresas, pero muy moderados y sólo por dos años. En la derecha económica más recalcitrante, se le puede tolerar al gobernante el quiebre acotado y temporal del dogma económico.

Pero lo que hizo Piñera fue moverse bien sólo en el corto plazo. Quizá sólo en los enunciados de su proyecto tributario. Acaba de revelarse que los senadores de la UDI Matthei, Coloma y Novoa pidieron al gobierno cambios en ese plan, amenazando con votar en contra si no se hacían las correcciones.

La otra actitud del mandatario que resulta inesperada es su intención de hacer del diario La Nación un medio público, con un estatuto parecido al de TVN. Llamativo porque Piñera expresó, en una entrevista radial durante la campaña, que iba a cerrar el matutino si triunfaba.

Recordemos: TVN, al término del régimen de Pinochet, era un medio absolutamente desacreditado, un instrumento del régimen que llegaba a límites vergonzosos. Manejado por una mezcla de militares e iluminados antimarxistas, fue llevada a un nivel que provocaba náuseas a quienes deseaban ver y escuchar, en algún canal, noticias verosímiles. En credibilidad, estaba a la altura de un sótano.

Lo que puede ocurrir con La Nación es que, a través de la elaboración de estatutos que otorguen garantía de pluralismo a su manejo, seguramente podría remontar, así como TVN se levantó y superó a los demás canales al dar mayores garantías de equilibrio. El canal estatal fue un “regulador” del mercado noticioso, que estaba demasiado –por no decir absolutamente- inclinado hacia la derecha. La prensa escrita de nuestro país también necesita una innovación semejante. Los chilenos se merecen una competencia y pluralismo reales.

¿Quiénes desean ver desaparecer La Nación? Los sectores más conservadores (incluido el crecientemente nuevo conservador Andrés Allamand). La gran mayoría de la UDI. El presidente de RN, Carlos Larraín. El diario La Segunda. Y, en general, los consorcios de la prensa escrita que –supone Mirko Macari, el fallido director de La Nación- están interesados en repartirse los avisos del diario estatal.

En los casos de los impuestos a las grandes empresas y el futuro de La Nación, a lo que se podría agregar los nombramientos de gobernadores y seremis, ha surgido un fenómeno muy perceptible. Se han expresado públicamente posturas absolutamente discrepantes.

¿Quiénes están disintiendo? Los ortodoxos, o ultraconservadores, o neoliberales, y gente más pragmática, políticamente dotada de mayor flexibilidad. Dicho de otra manera, en la presente coyuntura hay una contradicción entre la vocación de partido hegemónico, conservador, duro, voraz, de la UDI, y las posturas más flexibles del Presidente y de buena parte de RN. Han chocado el deseo de la UDI de copar los más importantes cargos con sus militantes, sacándole ventaja a RN, y la resistencia de ésta, que también, naturalmente, desea la mayor cantidad de cargos para sí, aunque no lo ha cacareado tanto.

Pero lo curioso es la rapidez con que se está dando un fenómeno propio de la dinámica política: cuando se está en el gobierno, hay desgaste y discrepancias que van creciendo. Esas erosiones se manifiestan con velocidad desigual, según el caso. La Concertación las sufrió. Pero que en el nuevo régimen, que fue como una explosión de felicidad de la derecha, o el goce pirotécnico de una epopeya, ya se manifiesten de ese modo los problemas, es una alerta. La habitual inexorabilidad del destino nos asegura que pronto veremos nuevas situaciones de ese tipo.

El senador Alberto Espina -hombre supuestamente avisado y con una buena porción de ambición, pues declaró hace un tiempo sus aspiraciones presidenciales para el año 2013-, amén de otros personeros, se molestaron con las quejas de la UDI y de Allamand sobre los impuestos. Pretenden que los reparos a las decisiones de Piñera se formulen intramuros de La Moneda y no se voceen en la plaza pública que constituyen los medios de comunicación.

En este cuadro, la oposición tiene la suerte de que el principal de los componentes políticos del régimen sea la UDI. Las huestes mayoritarias de este partido, tan poseídas del espíritu de dominio y de poder y que se consideran infalibles, podrían ser el principal elemento corrosivo del gobierno, en la medida en que Piñera persevere en medidas poco ortodoxas. En cualquier momento estelar, o en muchos pequeños episodios que podrían sumar, podría configurarse un estropicio mayor. ¿Es que el desgaste ya comenzó?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.