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Premios nacionales: Afilando las garras

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Martes 11 de mayo 2010 10:00 hrs.


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Ya partió la carrera por los Premios Nacionales y, con ello, toda la polvareda acostumbrada que levanta  un ejercicio nada grato para los premiables que terminan agotados y heridos en el ego después de la dura competencia.

Son estos meses previos durante los cuales  muchos artistas, escritores o  científicos, según sea la categoría que corresponda elegir cada año, ingresan a un verdadero calvario como lo es tener que exhibir con ostentación las razones por las cuales el jurado debiera otorgarles el Premio Nacional en su actividad. Esto quiere decir que una impecable carpeta con todos los trabajos y premios obtenidos debe ser preparada con especial esmero por el propio candidato para ser entregada al Ministerio de Educación. Asimismo, el candidato se debe abocar a la tarea de solicitar a diversas y prominentes personalidades del mundo público y de su área de experticie, cartas en las que se refieran a sus personas con obsequiosos conceptos que logren dejar una impresión definitiva y absoluta de que es merecedor del mayor premio que entrega el Estado de Chile a sus hijos más destacados.

El candidato que tenga la suerte de contar con una o más personas que se aboquen a la tarea de promoverlos para obtener el Premio, es que cuentan como se dice en jerga política con una “máquina”,  la que resulta de especial conveniencia en un país donde el chaqueteo es un deporte muy practicado y donde la ignorancia respecto de los logros y aciertos de los otros es soslayado en detrimento de la crítica filosa y amarga.

¡Cuántas chilenas y chilenos maravillosos, verdaderas princesas o príncipes de sus disciplinas se restan de entrar en esta competencia para quedar recluidos en sus castillos a salvo de las voraces fauces y zarpazos que implican esta dura prueba de elección! ¡Cuántos que ni siquiera se lo plantean para no tener que desilusionarse no tanto del sistema como de quienes consideran sus amigos o estimados colegas, que al momento de pedirles el apoyo desaparecen o terminan trabajando por un discípulo despreciando al maestro!

Son muchas las excepciones y por eso esta ácida mirada no pierde validez.

Lo hemos dicho tantas veces: llama la atención la tacañería del Estado de Chile que no duda en llamar a los más brillantes  para cuanta reunión y trabajo ad honorem se requiera y, en cambio, a la hora de agradecerles se olvida de ellos.

El caso de Isidora Aguirre es de antología. La autora de la obra teatral más representada en la historia del teatro chileno, como lo es La Pérgola de las Flores, a sus 91 años aún no es reconocida por su destacadísimo trabajo. Como tampoco Isabel Allende por ser la chilena que más libros ha vendido en el mundo, por sólo nombrar a un par entre decenas de ejemplos.

No se trata de poner a unos contra otros, si no de darle “a cada uno lo que le corresponde”, es decir, en justicia, y dejar el Premio Nacional sólo para reconocer las más destacadas trayectorias  en manos de un consejo de sabios amplio y generoso. Para los más jóvenes, instaurar con urgencia muchos premios anuales que los refuercen en su tarea y los impulsen a continuar por la senda de la excelencia.

Para que nunca más se hable del “pago de Chile”, ya debiera ponerse de pie la ciudadanía y exigirle a este padre de abultada billetera que no olvide que el lustre con que brilla el nombre de Chile en el concierto internacional no sólo se lo debemos a nuestra economía.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.