Diario y Radio Universidad Chile

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La invitación del general


Martes 16 de agosto 2011 11:42 hrs.


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El 3 de Octubre de 1981 sesenta académicos de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas fuimos citados por el rector-delegado de la Universidad de Chile, general Medina Lois, a la Casa Central. Recibimos la invitación al llegar a nuestras oficinas la misma mañana en que apareció nuestra inserción a cuarto de página en el principal diario de la capital, donde denunciábamos la exoneración del académico Luis Izquierdo por opiniones vertidas en otro matutino y pedíamos su reincorporación. Estábamos exactamente en medio del gobierno más represivo que ha tenido el país: a ocho años del golpe que instaló la violencia como modo de gobernar y a ocho del comienzo de la eterna transición a la democracia. Tan sólo un año atrás se había promulgado la constitución de la derecha, aprobada con las metralletas en la espalda. Entre otras cosas, el profesor Izquierdo había denunciado la asignación de becas con marcado sesgo político que se hacía desde Odeplan, hoy Ministerio de Planificación Nacional, donde laboraban en puestos importantes varios connotados personeros del gobierno actual. Eran momentos duros.

Gran parte de los firmantes – incluidos mi mujer y yo – estábamos entre los 30 y 35 años, habiendo terminado recientemente nuestra formación de postgrado y empezado nuestra labor de investigación y docencia; entre los más cercanos me pareció detectar una mezcla de expectación y nerviosismo no carente de temor.  Una vez instalados en el salón Domeyko, el general nos saludó a cada a uno de mano y luego se dirigió a nosotros desde la testera en una intervención que matizó con halagos, insultos, amenazas y acusaciones. Replico aquí aquellos momentos que por diversas razones me quedaron más grabados en la memoria. Nos dijo que sabía que nuestra Facultad tenía una exigente carrera académica (que en esa época iba de sexta a primera categoría, la más alta), pero que también sabía que la mayoría de nosotros era “de cuarta categoría y, por lo tanto, fácilmente reemplazables”. En ese momento la ignorancia del orador se me hizo nítida, pues en vez de entender que representábamos la energía intelectual acumulada por la Facultad al confiar en nuestra formación de varios años, nos interpretó con los parámetros del mando militar mirándonos como un jefe de tropa que mira a sus subordinados ¿Cómo podría el general saber que la esencia de la labor universitaria radica en la preparación de los jóvenes para discutir, corregir y superar lo hecho por sus maestros? La evidencia de sus limitaciones disminuyó el impacto de la amenaza directa recién proferida. Pero había más, mucho más.

Nos acusó de traidores (“aves de mala ralea”) ¡por no seguir los canales regulares! Pero la guinda de la torta fue la sugerencia de ocultas manos negras (más bien rojas) tras nuestro atrevimiento. Una inserción en este medio es muy cara, nos dijo, y sus sueldos son modestos. De ahí a la insidiosa pregunta había un paso ¿Quién habría financiado este atentado? Fue entonces que un querido colega levantó la mano para intervenir diciendo con admirable claridad que, efectivamente, la inserción tenía un precio alto pero que, dado el alto contenido académico de la declaración, el periódico había accedido a rebajar el precio a 60 mil pesos de la época; así, cada académico había puesto mil pesos para financiar la publicación. Terminando con un “gracias, señor general”, se sentó, dejándonos con la impresión de que el rector-delegado se había achicado varios centímetros.

Releo la declaración y los nombres de quienes la suscribimos. Se consigna allí que al Profesor Izquierdo se le había acusado entre otras cosas, de referirse en forma ofensiva “al Sistema Nacional de Educación” (vigente hasta hoy); notable, sin duda. Su valiente y preclara denuncia lo hizo ponerse más tarde a la cabeza de la Asociación Universitaria y Cultural Andrés Bello, organización de académicos opuestos a la intervención militar de las Universidades, pluralista y amplia, tanto como la lista de firmantes de la inserción, que incluye algunos maestros ya fallecidos y a muchos actuales académicos de altas jerarquías, premios nacionales de ciencia, directores de departamento, un decano, un vice-rector y varios que están en otras actividades pero que se la jugaron por la educación y la libertad. Lucho Izquierdo fue finalmente recontratado. Es decir, ganamos esa batalla, lo que hoy – desde la distancia – no parece poco dados los tiempos que corren, donde los que gobiernan envían amenazas más graves a quienes denuncian el sistema nacional de educación.

Tengo esa declaración digitalizada, pero no para recordar los viejos tiempos sino como una forma de rescatar señales para el futuro, para seguir buscando el Bello Sino. Me la puede pedir, si quiere.