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Los caminos que se abren (o se cierran) sin Hugo Chávez

Tal como en varias ocasiones en los últimos 14 años, Venezuela hoy es el epicentro político del mundo. Las reacciones en todas las latitudes sobre el legado del “Comandante” son, al mismo tiempo, preguntas sobre cómo serán los tiempos que vienen. Lo que está en juego es mucho: a nivel local, una “Revolución Bolivariana” y, en la región, un inédito proceso de integración sin Estados Unidos.

Patricio López

  Jueves 7 de marzo 2013 15:27 hrs. 
Chávez

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La aparición o desaparición de algunos líderes logra poner en el escenario mundial a países que habían tenido hasta antes un papel secundario en el reparto. Así sucedió con el dirigente modelo de Hugo Chávez, Fidel Castro, quien convirtió a Cuba en una referencia continental e incluso en la protagonista de la Crisis de los Misiles, hace 50 años. Así ocurrió con el propio líder bolivariano, cuya victoria el pasado 7 de octubre fue considerado el hecho del año en América Latina. Y así también se constató con su muerte, portada de los diarios del mundo y comentario obligado de referentes de todo el orbe: Ban Ki Moon, Vladimir Putin, Bashar El Assad, Mahmud Ahmadineyad, Dilma Rousseff en la política; Sean Penn, Michael Moore, Oliver Stone, Danny Glover y Silvio Rodríguez en la cultura.

Mientras una multitudinaria marea vinotinto se apodera de Caracas y los líderes de la región comienzan a llegar a Venezuela para las exequias, surge la pregunta respecto a los escenarios que se prospectan con la desaparición del líder, teniendo en consideración que su presencia cambió el rumbo de su país y de la región. Desde el punto de vista de la sucesión, los plazos de la ley venezolana son inequívocos: en 30 días debe haber elecciones para ungir a un nuevo presidente.

En la oposición, no hay más liderazgo perfilado que uno de sus tres gobernadores, el de Miranda, Henrique Capriles, quien ya recibió el apoyo del histórico partido Copei. En el oficialismo, la última aparición pública del presidente Chávez en diciembre despejó el camino a Nicolás Maduro, quien incluso se ha mantenido como presidente interino, a pesar de que la Constitución asigna ese rol al presidente de la Asamblea Nacional y el otro gran líder del Chavismo, Diosdado Cabello.

A juzgar por la reciente victoria presidencial de Chávez y el apabullante triunfo posterior en las elecciones de gobernadores, incluso sin la participación en campaña del Comandante, parece estar despejado que el país (y el proceso) continuará bajo la conducción de Maduro. Probablemente, el sucesor seguirá el rumbo explicitado antes de los comicios de octubre: convertir la obra de la Revolución Boliviariana en lo que se ha calificado como “un hecho irreversible”, hacia 2019. Para ello, el principal desafío es avanzar hacia los cambios sociales estructurales, puesto que las transformaciones que hasta el momento han beneficiado a millones de personas se han sostenido, fundamentalmente, a través de las asistencias del Estado.

El desafío planteado resulta extraordinariamente complejo, por varios motivos. Primero, porque supone mantener unido al oficialismo y lograr lo que muchas veces ha fracasado en América Latina: que el proyecto sobreviva a la desaparición física del líder. Segundo, porque en el continente siempre ha sido imprescindible que el poder político logre controlar a las Fuerzas Armadas, para evitar las pulsiones golpistas. En este caso, las ramas castrenses son leales al Chavismo pero no responden a Maduro, sino a Diosdado Cabello, cuyo circunstancial repliegue no implica su renuncia definitiva a conducir el proceso. Tercero, porque el oficialismo ha identificado a la corrupción como una de sus principales debilidades y tareas, lo cual implica actuar contra sus propias huestes. Y por último, porque en un contexto mundial donde no existen experiencias distintas al capitalismo que sean exitosas, la concreción de este desafío significaría en la práctica crear un modelo nuevo y a contracorriente.

Al sur y al norte de la frontera, parafraseando el documental de Oliver Stone sobre Chávez, la pregunta es si se mantendrá alineado el eje forjado por el Comandante y quien lo liderará. Probablemente, hubo un momento anterior en el cual el impulso de Venezuela fue crucial para consolidar iniciativas como el Alba, la Celac y otras con implicancias en lo que se llamó “la batalla de las ideas”, como Telesur. Hoy, probablemente, esa responsabilidad puede ser asumida colectivamente sin que se requiera la figura nítida de un líder. La envergadura de Brasil, por cierto, jugará un rol importante en esta disyuntiva.

Desde el punto de vista material, también existe la pregunta respecto a la continuidad de las ayudas que realizaba “uno de los líderes más generosos que ha tenido América Latina”, en palabras de José Mujica. Este factor, que al parecer se mantendrá como hasta ahora, es imprescindible para la viabilidad económica de países como Cuba y Nicaragua, tal como para centenares de organizaciones sociales y políticas del continente que han contado con el apoyo de Venezuela.

Hugo Chávez, estratega de fuste, se propuso dos objetivos de envergadura: construir el Socialismo del siglo XXI y cumplir el viejo sueño de Simón Bolívar. El primero no alcanzó a moldearlo y el segundo ya tiene una incipiente institucionalidad. Pero, en ambos casos, parece haber dado en vida los pasos necesarios para que continuaran forjándose, después de su último día.

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