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El hastío

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Lunes 22 de julio 2013 11:39 hrs.


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Cuando la política contingente vive momentos de cambios inesperados, la sensación que queda entre los gobernados no es otra que la de la repugnancia. Después de uno de los actos más sinceros y humanos que hemos visto en el último tiempo, como es el reconocer que las fuerzas físicas y la ambición política sí tienen un límite frente a la estabilidad emocional y los afectos profundos, los amigos y compañeros del caído siguen la fiesta electoral, poniendo incluso la música más fuerte para que no se escuchen ni quejidos ni estertores. Ya lo habían hecho hace unos meses luego de la salida de Laurence Golborne, cuando de manera grosera se lo hizo salir por la puerta de atrás para saludar al que sería el más breve abanderado presidencial de la historia reciente, Pablo Longueira. El entonces ministro de Economía tampoco respetó mucho, seamos sinceros, el luto de su ex candidato a la primera magistratura, quien hasta lágrimas derramara a la hora de los abrazos (de oso) finales. La fiesta de la candidatura presidencial no permitió entonces, ni ahora, modales más acorde con el duelo propio de momentos de tanta frustración. Y así, en menos de lo que canta un gallo, se repitió la historia, saliendo Longueira y catapultando a Evelyn Matthei.

Como si nada hubieran aprendido del difícil trance, lo hicieron aún peor. Esta vez, en lugar de llamar a los medios para comunicarles a los ciudadanos de manera respetuosa lo que ya se había decidido entre cuatro paredes, partieron en caravana con toda la bullanga hasta la misma casa de la nueva abanderada presidencial y allí, en su living, se instalaron los príncipes de la UDI para ungirla como nueva líder. Abrazos, miradas de complicidad y, sobre todo, mucha, mucha alegría se veía en la casera proclamación. Al día siguiente, oficializarían el acto, de nuevo frente a las cámaras, más contentos y desafiantes.

¿Es esta la manera cómo queremos educar a nuestros hijos en el fracaso y el respeto a los caídos en desgracia?

Hay que decirlo, nuestra clase política no ha sido nunca un ejemplo a seguir. No lo fue antes, no lo es hoy. No hubo un tiempo pasado mejor…al menos en la política chilena. Visitar la historia de nuestra republiqueta no es como para hacer gárgaras con conceptos como respeto al adversario, cumplimiento de la palabra empeñada ni menos, democracia, participación ciudadana u observancia a los Derechos Humanos. El dramaturgo Marco Antonio de la Parra lo refrenda en su obra El Dolor de Xhile, que es para salir llorando de desilusión cívica…falta aún el compendio de esos grandes hombres y mujeres de nuestro país con vocación política y que incluso, dieron su vida por sus ideales. Excepciones que alumbran el oscuro panorama.

Serán las cámaras de televisión que lo agrandan todo, que hacen que la vergüenza ajena sea mayor. Ahora, que los otrora conciliábulos en las casonas de los fundos a puertas cerradas se hacen en hiperventilados cafecitos de moda, siempre muy bien anunciados, para que llegue cierta prensa a sacar fotos cínicas y vacuas que el pudor no resiste.
Estamos presenciando faltas a la estética que son más graves que las faltas a la ética. Esta clase política no quiere detenerse en su fiesta perpetua. Están emborrachados de poder.

¿Es esta clase política la que se está desmadrando o es la misma clase política que lo ha hecho durante toda la historia de nuestra republiqueta? La paciencia de santos que tenemos los chilenos para aceptar este grosero carnaval, obedeciendo las nociones de orden y superioridad de una clase superior y selecto grupo ilustrado parece que viene desde antiguo. Ya lo ejemplificaba el gran historiador Mario Góngora, por ejemplo, al constatar la reacción de un pueblo frente a, por una parte, “un gobierno autoritario y que interviene electoralmente de la manera más abierta, enviando a los intendentes y gobernadores las listas de los amigos del gobierno para que fuesen elegidos parlamentarios; de la otra parte, una aristocracia de terratenientes, por lo demás, bastante abierta a altos funcionarios y militares, salidos de los estratos medios”.

Y no se trata de una nostalgia trasnochada, recordar las palabras de Vicente Huidobro, allá por los años 20, cuando los intelectuales y escritores chilenos estaban comprometidos con el devenir de la nación, decía, a propósito de los gobernantes latinoamericanos, que bien hoy se aplica al caso chileno: “ Los gobernantes no tienen prestigio, nadie cree en ellos, porque ellos no merecen que se crea en ellos. Ninguno ha sido capaz de resolver los problemas de su país. Esto produce la crisis de autoridad. Anda una estrofita, que se canta en guitarra, por ahí por nuestra América, y que resume muy bien lo que digo:

“Pandolfo gobierna hoy.
Si Pandolfo es Presidente
También lo puedo ser yo…”.

La carrera presidencial recién empieza, pero la fiesta electoral es de larga data.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.