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“Sí, yo soy marxista” (A los que sobrevivieron sin venderse)


Jueves 12 de septiembre 2013 11:01 hrs.


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A mis padres en Chile el 12 de Septiembre de 1973…

Es 12 de septiembre de 2013. Hace exactamente 40 años, tan poquitito como la edad de mi hermana Catalina, acababa de darse el golpe de Estado fascista en Chile, y ya estaban haciendo los allanamientos horrendos y criminales.

Entre los primeros turnos, les tocó a poblaciones populares como La Legua, donde los muchachos y muchachas “upelientos” fueron cargados en camiones para no aparecer más. También le tocó a otros sitios,donde residía el sector profesional que rendía sus servicios a la causa de la Vía Chilena al Socialismo.

Fue el caso del residencial Torres San Borja, ubicado en Diagonal Paraguay con calle Lira, muy-muy en el centro de Santiago de Chile. Allí, en el último piso, vivían mis padres Patricio (27 años) y mi madre Rosario (37 años). Él, profesor de Historia para trabajadores, Ella coordinadora del área de Mujeres Pobladoras del programa de educación de adultos del Ministerio de Educación. Mi padre cubano, mi madre militante socialista.

Llegaron los “milicos” (los golpistas, los traidores, porque hubo muchos que NO lo fueron) usando a aquellos muchachos soldados y del servicio militar a los que drogaron para llevarlos a hacer atrocidades, e hicieron a todos bajar de sus casas al lobby de los edificios. Abajo, un uruguayo que se había dedicado a ser el más radical de las juntas de vecino, les indicaba uno a uno “quién es quién”.

Mi padre fue uno de los primeros mandados afuera, a la acera, acostado boca abajo con fusiles apuntándoles. Mientras, algunos vecinos-bien salían a los pasillos y balcones y gritaban: “Mátenlos a todos!!!” “Comunistas de mierda!!!”…. Hubo quien salió al pasillo con una botella de champagne, a brindar anticipadamente por la masacre de sus enemigos de clase y conciencia.

Varios muchachos, vecinos, iban siendo cargados en camiones. No sé bien cuántos de ellos volvieron a aparecer y cuántos no. Sólo tengan presente que esos primeros noventa días de tiranía fascista-capitalista-entreguista fueron el summun del genocidio: limpieza pura y simple.

La casa de mis padres la allanaron dos veces, hacían a mi madre subir y bajar todos los pisos una y otra vez. Mientras, mi padre seguía en la acera, rostro contra el piso.

Al final del día ocurrió el milagro, en lo que a mis padres respecta. Cambiaron al oficial a cargo del operativo, quien en determinado momento, en otro allanamiento del apartamento de mis papás, decidió decirle a mi madre que él no quería manchar sus manos con sangre, que se esfumaran, que desaparecieran, cuanto antes. Todavía quedaba en las FFAA algunos que luego la propia tiranía se ocupó de eliminar (física o institucionalmente).

Al otro día, 13 de septiembre, mis padres salieron con lo puesto, y un pequeño bultito, rumbo a la casa de los abuelos. Después de ahí vino la salida, milagrosa, de ellos y de mi amada Tía Carmen Carcuro Leone, y terminaron en Cuba, mi madre desterrada con la tristemente famosa “L” en su pasaporte, sin poder entrar a su Patria hasta 1989, sin trabajo pero digna y echando adelante sus hijos; mi padre profesor de Historia para obreros; mi tía, maestra, viendo siempre cómo retornar hasta que lo logró.

Los tres pudieron quedarse en México, atendidos por la mismísima Primera Dama, con casa, trabajo, todo, o venir a Rep. Dominicana, como familia del ex-presidente Juan Bosch, pero no. Eligieron la vida que sentían que debían vivir, con goce, alegría y conciencia tranquila.

Desde hace años vengo escuchando ese discurso neoliberal-progre-buena onda que “condena” el golpismo fascista y las tiranías porque practicaron la “intolerancia” y la “violencia” prohibiendo a la gente “pensar libremente” e “imponiendo autoritariamente”.

Yo sin embargo, voy a mantener siempre claro que los soldados traidores, asquerosos asesinos, sólo fueron la cara visible de lo que son los golpes de Estado fascistas en el capitalismo: La vía violenta y radical de impedir el PODER del PUEBLO, de garantizar las relaciones de propiedad y de dominación, y radicalizarlas, como pasó en Chile, primer país neoliberal del mundo.

Quede claro para todos hoy: La “intolerancia” y el “autoritarismo”, la violación de los “derechos humanos” (reducidos a especie de cláusulas de un contrato social inexistente, falaz en una sociedad que vive en la competencia de unos contra otros, como bestias) son condiciones, mas no la causa ni el fin de las dictaduras fascistas.

La mejor definición la da Allende, en su último discurso: “….quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios”.

Hoy mi padre es aún bibliotecario, en Cuba, con su sueldo de empleado público, esperando jubilarse. Vive como puede. Mi madre es jubilada después de haber retornado a Chile en 1992 y trabajar en el Servicio Nacional de la Mujer, específicamente en el programa de prevención de la violencia de género. Mi tía Carmen falleció en 2011: pudo retornar en 1983, reintegrándose a la lucha en el país (aunque nunca dejó de estar “adentro”), siendo secuestrada y torturada, y resistió sin hablar ni delatar. Ni mi madre ni mi tía volvieron al Partido Socialista después de su “renovación”, que significó la traición al Pueblo, a la lucha de Allende y del pueblo de Chile para convertirse en maquinita de repartición de cargos en el neoliberalismo progre de la Concertación.

Hoy mis padres viven separados, pero vienen a visitarme a Rep. Dominicana, donde también en 1963 hubo un golpe de Estado y luego una ocupación militar norteamericana (la segunda en apenas cincuenta años), para luego imponer una dictadura de doce años y la misma democracia negociada que se impuso en Chile.

Son padres con sus defectos y virtudes. Ni los mejores, ni los peores. Frutos de su generación. Pero a mí me gusta que jueguen con mis hijos, que les hablen y les enseñen. Porque más que llevar “su sangre”, por derecho de abuelos, me gusta que mis hijos aprendan y reciban amor de seres humanos que al final de su trayecto pueden mirar a los ojos de cualquiera, de frente, sin prepotencia pero sin temor, sin cola que le pisen. Coherentes, que se respetan a sí mismos. Así, entre muchos dolores y calamidades, nos educaron a mi hermana y a mí, amantes de lo que somos, orgullosos de ser lo que hemos sido, y tan sólo queriendo ser mejores seres humanos.

Me queda grabado en la memoria, aquel relato de mi padre Patricio, de 27 años, de ese día 12 de septiembre de 1973: tumbado en la acera, lo levantaron y registraron. Encontraron en sus bolsillos un almanaque (calendario) con el rostro de Fidel Castro. Rompieron en pedacitos el almanaque y, apuntándole con una ametralladora, el militar le preguntó: “Entonces, usted es marxista??”. Mi padre no demoró un segundo en contestar íntegro, sin heroísmo, pero tranquilo, seguro, en paz: “Sí, yo soy marxista”.

Por eso, padre Patricio, madre Rosario, gracias eternas!… Por no ser mercancía barata en los tiempos del “fin de la Historia”, por no traicionar ni traicionarse. Esa es la fuente primordial de toda lucha y toda esperanza de victoria. Ustedes quizá no la verán ya del todo lograda, pero sin ustedes sería imposible.

Yo, ante cada reto, cada desafío, cada intento de hacerme doblar, por comprarme o venderme, me fortalezco siempre con una pregunta, la misma de la hermosa canción de Víctor Manuel: “cómo voy a olvidarme?”