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Escritorio

Cuando la literatura es política

Columna de opinión por Antonia García C.
Jueves 24 de octubre 2013 11:04 hrs.


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A Rodolfo Walsh, escritor y periodista argentino, lo asesinaron el 25 de marzo de 1977. Un día antes había hecho público un texto que hoy recibe el nombre de “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, un documento político de singular importancia respecto a las lógicas y los efectos que tuvo para la sociedad argentina la última dictadura militar. La patota que fue en busca del escritor –y, en ese momento, militante montonero– se encontró con un hombre dispuesto a pelear. Sin duda Walsh era eso. Un hombre dispuesto a pelear. Un hombre libre también. Un hombre que incomodaba al poder. Un hombre honesto.

En una de sus obras considerada como un clásico del periodismo y de la literatura contemporánea argentina, en paralelo al tema central del relato, Walsh da cuenta de un itinerario político: el suyo. Me refiero a “Operación Masacre”, la investigación que dedicó a los fusilamientos de José León Suárez, ocurridos el 9 de junio de 1956. Este hecho hay que ubicarlo en el marco del derrocamiento del segundo gobierno de Juan Domingo Perón (1955) y lo que fue la resistencia peronista durante una proscripción que duró casi veinte años. Esa noche, el 9 de junio de 1956, estaba previsto que hubiera una sublevación, fracasó y esto desencadenó una serie de ejecuciones en distintos puntos del país. Si bien, en José León Suárez, varios fusilados no tenían militancia política, la decisión de ejecutar se tomó en el contexto de una política de Estado que pretendía sofocar cualquier expresión de lealtad al gobierno derrocado. Al poco tiempo, un sobreviviente de los fusilamientos lo buscó a Walsh, lo encontró y le contó su historia. Ese es el punto de partida de una investigación que casi no llega a ser libro porque nadie se atrevía a publicarla.

No voy a extenderme sobre estos aspectos. El libro sigue siendo reeditado y existe también una adaptación cinematográfica que recomiendo a los lectores interesados. La película homónima fue realizada, en 1972, por el cineasta Jorge Cedrón con la colaboración de Walsh en persona en el guión y de uno de los sobrevivientes que actúa haciendo de sí mismo. Hoy, los tres están muertos. La película, realizada en condiciones de clandestinidad, también tiene rango de documento político y puede ser vista completa en Internet.

Pero decía que Rodolfo Walsh fue un hombre honesto. Lo que tengo en mente no son tanto sus certezas sino más bien sus dudas. La libertad que siempre se otorgó de plantearlas abiertamente, incluyendo sus discrepancias –en los últimos tiempos– con la conducción montonera. Desde ese punto de vista “Operación Masacre” también es ejemplar. En 1956, cuando suceden los hechos, Walsh no era peronista. Al contrario, su posición era más bien cercana al antiperonismo. Es el rostro de Juan Carlos Livraga, el testigo que lo busca y lo encuentra, lo que lo hace tambalear. Y quizás no sea exagerado decir que gran parte de las convicciones de Walsh –esas convicciones que hacen, precisamente, que Walsh sea Walsh– se forjaron ahí: en esa investigación de la que este hombre es también hijo… siendo el autor. Todo ese itinerario de dudas, de errores, de esperanzas y desesperanzas está también relatado en “Operación Masacre”. En sus textos marginales (prólogos y epílogos a las diversas ediciones) que hoy forman parte integra del libro que edita y reedita Daniel Divinsky, director de Ediciones de La Flor.

Rodolfo Walsh murió peleando y su cuerpo llegó a la ESMA. Hay por lo menos un testigo que dice haberlo visto: muerto. Desde la ESMA, el cuerpo de Walsh desapareció. Hace exactamente dos años, en octubre de 2011, se dictó sentencia por éste y otros casos agrupados como “mega causa ESMA”. Quienes resultaron responsables de la muerte del escritor fueron condenados a prisión perpetua. Una de las tantas notas publicadas en ese momento precisaba que: “En el veredicto dictado el pasado miércoles por el Tribunal Oral 5° quedó probado que Walsh fue asesinado por el Grupo de Tareas (GT) 3.3.2. de la ESMA, un hecho por el que fueron condenados, entre otros, Alfredo Astiz y Jorge ‘El Tigre’ Acosta. Lo que hasta entonces figuraba como ‘desaparición’, pasó a llamarse ‘homicidio’”.

Sin embargo, hay un crimen que permanece sin calificar. Un crimen que no es homicidio aunque constituye, también, una desaparición. Se trata del robo –durante el allanamiento a una de las casas de Walsh situada en el Delta del Tigre– de escritos, borradores y obras inéditas. En especial de un cuento terminado poco tiempo antes llamado: “Juan se iba por el río”.

En repetidas ocasiones, Patricia Walsh, hija del escritor, ha señalado la importancia que tiene ese cuento que fue una de las últimas cosas a las que su padre dedicó su vida. Hasta donde se sabe hubo “dos lectores”: ése es el título que Lilia Ferreyra –su compañera– le da a una nota publicada en Página/12, el 9 de enero de 2006. En esa nota cuenta el encuentro con Martín Grass, sobreviviente de la ESMA, que vio el cuerpo de Walsh y que tuvo ocasión de leer, en ese mismo recinto, parte de la documentación robada en la casa del Tigre. En un momento dado, Lilia le hace una pregunta a Martín Grass sobre ese cuento:

“¿Y el cuento terminado, pasado en limpio, Juan se iba por el río? Empezaba así: ‘Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido. Su mejor amigo, Ansina, y su mujer, Teresa.’ Es su último cuento, el que escribió desglosando el material de la novela que ya había decidido no escribir. Es la historia del argentino derrotado del siglo XIX; del último argentino antes de las grandes inmigraciones. Del hombre del pueblo que había sido llevado de guerra en guerra, de tropa en tropa; que sobrevive a su tiempo y ya viejo, recorre la memoria de su vida y de la época en que vivió. Que luchó junto con su amigo el negro Ansina en batallas que no eran las suyas, como la noche antes de Cepeda, cuando los hicieron formarse para escuchar la arenga del general Mitre, quien los exhortó a combatir por la Patria y entonces el negro lo mira a Juan y le dice: ‘En la patria de ellos, yo me cago’. Martín se sonrió y dijo: Yo leí ese cuento; lo leí allí en la ESMA”.

Hay algo profundamente estremecedor en la historia de este cuento. Por el momento en que fue escrito, no solamente en términos históricos sino también por el lugar específico que ocupa en el itinerario de Walsh, hecho de certezas y de dudas… Pero también por el esfuerzo de reconstitución. Por el esfuerzo que hacen Lilia y Martín, los dos lectores, por rescatar las palabras, por revivir el trabajo de Walsh, por revivir al mismísimo Walsh en su escritura:

“Había otro lector –escribe Lilia– y con ese lector recordamos escenas del cuento: Juan mirando pasar la cureña con el féretro de San Martín cuando sus restos fueron repatriados, entre batallones de antiguas tropas; Juan sentado en un banquito a la orilla del río, entre el recuerdo de su pasado y el deseo de poder llegar alguna vez al otro lado del Plata, donde en la lejanía había podido ver en días claros las casitas blancas de la colonia; la gran bajante del Río de la Plata, la mortandad de los peces, y el final, Juan montado en su caballo, cruzando el lecho seco hacia ese horizonte que se esfumaba… Le conté a Martín que cuando Rodolfo me leyó el último párrafo le había preguntado si Juan llegaba al otro lado del río. ‘No sabemos’ dijo. Hasta allí acompañó a su personaje; no quiso definir su destino. Por eso Juan no ‘se fue’; el verbo no cerraba la acción, Juan ‘se iba’.”

Al final de su propio relato, Lilia Ferreyra deja otra puerta abierta. La posibilidad de que no haya sólo dos lectores sino más. Se sabe que los papeles de Walsh no fueron inmediatamente destruidos, se sabe que algunos de esos papeles fueron rescatados de la ESMA, se sabe que hubo una biblioteca dentro de este recinto, se sabe que los archivos de la ESMA fueron microfilmados antes de que finalizara la dictadura. Por lo cual no es imposible pensar que hubo, por lo menos, un tercer lector. Un lector que quizás fue capaz de atesorar el escrito exactamente como un militar –personaje de Walsh– atesoró el cuerpo enemigo: el cuerpo muerto y embalsamado de Eva Perón, en uno de sus más famosos cuentos (“Esa mujer”).

Hay un detalle que me llama la atención en el testimonio de Lilia Ferreyra y es la mención al hecho de que “Juan se iba por el río”, antes de ser un cuento, fue primero un proyecto de novela. Me pregunto si en esos días, Rodolfo sintió que se le acababa el tiempo. Me pregunto si eso u otras consideraciones determinaron la decisión de transformar una novela en cuento. Me pregunto si el cuento no es la forma en que hacen literatura los hombres aquejados, exigidos, que viven muchas vidas en sus vidas. Me pregunto si ese último cuento de Walsh no expresa una situación singular que es cuando nada media entre literatura y política. Cuando la literatura es política. Cuando la literatura es el cuerpo mismo de la política. Lo que se expresa y se yergue. Lo que se ataca y se hace desaparecer. Ese tiempo arrebatado entre la vida y la muerte.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.