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Una visión bolivariana de la integración

Columna de opinión por Sergio Rodriguez G.
Miércoles 13 de noviembre 2013 14:50 hrs.


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La historia de Nuestra América independiente es la historia de la confrontación entre dos ideas, la monroista y la bolivariana.

James  Monroe, Secretario de Estado de Estados Unidos en el año 1823, diseñó una política exterior para su país, en confrontación -en ese momento- con el poderío mundial de Europa y en particular de Gran Bretaña. A esa idea de Monroe que expuso en diciembre del año 1823 en un discurso ante el Congreso de Estados Unidos, Bolívar respondió casi  de inmediato. Se vivía un momento de culminación de las luchas de Independencia, y en 1824, dos días antes de la Batalla de Ayacucho que puso fin a la presencia española en América Latina, hizo un llamamiento para que los países independientes se reunieran en Panamá, en un Congreso donde se iban a sentar las bases de la unidad latinoamericana.

Ya en 1814  Bolívar había anunciado que era “… menester que la fuerza de nuestra nación sea capaz de resistir como suceso a las agresiones que pueda intentar la ambición europea; y este coloso de poder que debe oponerse a  aquel otro coloso no puede formarse sino de la reunión de toda la América meridional bajo un mismo cuerpo de nación, para que un solo gobierno central pueda aplicar sus grandes recursos a un solo fin que es el de resistir con todos ellos las tentativas exteriores, en tanto que interiormente multiplicándose la mutua cooperación de todos ellos nos elevará a la cumbre del poder y la prosperidad”.

Después, escribió en la Carta de Jamaica en 1815, “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo, una sola nación, con un solo vínculo, que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno, que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse…”

Y en 1818 en carta a Pueyrredón,  el Libertador expresa su aspiración de que “… cuando el triunfo de las armas de Venezuela complete la obra de su Independencia o que circunstancias más favorables nos permitan comunicaciones más frecuentes y relaciones más estrechas, nosotros nos apresuraremos con el más vivo interés a entablar, por nuestra parte el Pacto Americano que, formando de todas nuestras Repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con un aspecto de majestad y grandeza, sin ejemplo en las Naciones Antiguas. La América así unida, si el cielo nos concede este deseado voto podrá llamarse la Reina de las Naciones y la Madre de las Repúblicas”.

Estas dos ideas, la de Estados Unidos, la de Monroe y, la de Bolívar, entran en pugna cuando Estados Unidos empieza a construir su proyecto de integración que se sustentaba en un concepto particular de igualdad de las  naciones que se basaba en que la misma giraba en torno a su hegemonía. Bolívar se opuso, planteando que los países al sur del río Bravo, las repúblicas “americanas antes españolas” debían construir su propia identidad. Esta contradicción entre la idea de Estados Unidos, la idea panamericana, la  idea de Monroe y la de Bolívar, la idea latinoamericana y caribeña o la de aquello que posteriormente Martí llamó Nuestra América  aún hoy, no está resuelta.

La idea bolivariana quedó detenida en el tiempo después de la muerte del Libertador, parecía que su propuesta había sido derrotada, que ya no podría tener espacio en la región, este pensamiento que supone que los latinoamericanos y caribeños  de todas las latitudes debían pensar el porvenir en conjunto, parecía desaparecida en el proyecto de futuro para el continente. Sin embargo, ya en el  del Siglo XIX, incluso en las primeras décadas del Siglo XX hubo intentos de prolongarla.

A mediados del siglo XIX se hicieron varios encuentros, primero un Congreso en 1847-48 en Santiago de Chile y otro en 1864 en Perú en los que participantes de diversos países se reunieron para no dejar morir la  idea bolivariana y retomar su propuesta de unidad. Vale mencionar a algunos de los pensadores que destacaron durante esa centuria; el chileno Francisco Bilbao, el  uruguayo José Enrique Rodó, los argentinos Juan Manuel de Rosas,  Juan Bautista Alberdi y Felipe Varela, el puertorriqueño José María de Hostos, el hondureño Francisco Morazán, el colombiano José María Torres Caicedo y José Martí, el apóstol de la independencia de Cuba.

A finales del siglo XIX, en 1880 Estados Unidos comienza a concretar el concepto de panamericanismo. Aspiraba a crear una unión con doble propósito, económico y político. Por un lado establecer una unión aduanera y por otro, un sistema de arbitraje en el cual asumía papel de juez y arbitro en las Américas.  En ese contexto, se efectuó la primera reunión panamericana en 1889 con la asistencia de 17 naciones latinoamericanas además del anfitrión, sin embargo ninguna de las dos propuestas que presentó Estados Unidos fue aprobada. A pesar de ello, se sancionó la creación de la Unión Internacional de Repúblicas Americanas. Con ello se inició la práctica de estos cónclaves, que se realizaron 9 veces de manera regular, 2 de forma extraordinaria además de tres reuniones de consultas de cancilleres. En la IX conferencia realizada en Bogotá en 1948 se creó la Organización de Estados Americanos (OEA), un año antes había surgido el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Aparentemente, la idea bolivariana había quedado sepultada.

En la segunda mitad del siglo XX la revolución cubana, la Unidad Popular en Chile, la revolución sandinista y el movimiento de la Nueva Joya en Granada estremecieron el manto de opresión que se desplegó como un todo en el continente. Así mismo, militares y civiles nacionalistas y democráticos y con sentido de patria grande manifestaron desde el poder propuestas para acercar a nuestros pueblos. Juan Domingo Perón en Argentina,  Jacobo Arbenz en Guatemala, Joao Goulart en Brasil, Juan Velasco Alvarado en Perú, Juan Bosch en República Dominicana, Juan José Torres en Bolivia y Omar Torrijos en Panamá fueron expresión de esa oleada de rebeldía en la búsqueda de construir alternativas al dominio estadounidense. Sin embargo, los pueblos luchaban aislados y sus gobernantes seguían los dictados de Washington, lo que ha creado un caldo de cultivo para mantener la hegemonía imperial.

Al cerrar el siglo pasado se había logrado sobrevivir, éramos, -a pesar de cinco siglos de agresión desde la llegada de los españoles- naciones independientes, pero subordinadas política y económicamente,  era evidente que se necesitaba  – al finalizar el siglo XX y en vísperas del inicio del XXI- nuevas formas de organización que asumieran las negativas experiencias de lo  ocurrido en el pasado.

Al concluir la anterior centuria, se escuchó un primer grito de alerta y rebelión, fue el de los zapatistas en México, en 1994,  ese clamor estremeció no sólo a la región, se sintió en todo el mundo en momentos en que se había profetizado el “fin de la historia”. Desde el norte se respondió con una propuesta neoliberal, que significaba exclusión, marginación de las mayorías, privatización de los recursos naturales, la educación, la salud y la seguridad social. Los gobiernos de entonces aceptaron sumisamente tal proyecto que en el plano político militar asumía al pueblo como su enemigo.

Venezuela bajo el liderazgo y conducción del Comandante Hugo Chávez comenzó a cambiar esa perspectiva. Chávez se  propuso transformar esta estructura injusta y, dar inicio a la recuperación del sueño bolivariano, para convertirlo en  el proyecto bolivariano que había quedado truncado en 1830.

Venezuela empezó a ser libre en materia petrolera, el propio presidente Chávez hizo un gran esfuerzo para hacer renacer la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en la que Estados Unidos había logrado separar y dividir a sus miembros, para que no tuvieran  una posición conjunta. El Comandante Chávez visitó uno por uno a todos los líderes de los países productores de petróleo y logró que se hiciera -después de casi 20 años- una nueva cumbre de la OPEP en Caracas, cambiando la perspectiva energética mundial. Estados Unidos no podría seguir sentando las bases y marcando las pautas del comportamiento de los países productores. A partir de eso, Chávez visualizó que Venezuela, poseedor de la mayor reserva de petróleo del planeta, debía usarla como instrumento de liberación, para la Independencia, para la solidaridad y la integración de nuestros pueblos. El petróleo debía ser en el siglo XXI la sangre que derramaron los soldados venezolanos en el siglo XIX bajo el liderazgo de Bolívar y Sucre.

Cuando se emite el concepto de energía, el mismo no se está  limitando a petróleo, porque nuestra región posee importantes existencias de gas y las mayores reservas de agua y oxígeno del mundo. Era menester, entender que había que proteger esos recursos, ponerlos al servicio de los pueblos, y de su Independencia, ya no sólo la política, lograda a comienzos del siglo XIX, también la económica, lo cual pasaba por construir una idea de integración no subordinada a poder mundial alguno.

Otros pueblos de América Latina por su lado también comenzaron a tener sus propios procesos de toma de conciencia y emancipación y así vino una avalancha de victorias populares con los triunfos de Kirchner en Argentina,  Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil. Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador,  René Preval en Haití, y Tabaré Vázquez en Uruguay, entre otros, lo que dio inicio a una nueva ola de democracia. Así, se empezaron a establecer vínculos, comenzó una era de conocerse y acercarse, comenzó una época de entender que las necesidades eran las mismas, que las economías de la región eran complementarias,  y que si se lograba establecer un tipo de comercio justo y equitativo entre los países de la región se podía ampliar el espacio de libertad política conquistado. En la medida del tiempo se fueron sumando otros países con gobiernos que tal vez tienen un mayor grado de relación con el imperio pero que finalmente, la fuerza de la necesidad y la crisis que agobia al mundo los ha llevado al acercamiento con sus pares de Latinoamérica y el Caribe.

Ese es el contexto de la derrota del ALCA en Mar del Plata en 2005 y la creación de condiciones para la fundación de Unasur y Celac, el fortalecimiento de Mercosur y otras iniciativas de integración y/o concertación política regional y subregional.

Bolívar mencionaba la necesidad de comunicaciones más frecuentes y relaciones más estrechas cuando finalizara la guerra de Independencia. Con ello, se refería seguramente a lo que se ha comenzado a construir hoy entre nuestros líderes, gobiernos y pueblos.  Él no pudo dedicarse plenamente a ese objetivo porque las ambiciones mezquinas de las oligarquías pudieron más en las naciones recién independizadas.

En la Carta de Jamaica, El Libertador da su opinión sobre cuáles eran las condiciones que permitieron desencadenar la lucha por la Independencia y hace una caracterización de cada uno de las naciones americanas en guerra. Enseñaba, que porque somos diferentes, somos fuertes, ¿qué nos han enseñado? Lo contrario que somos débiles porque somos diferentes.

Es de gran actualidad y relevancia el párrafo donde refiere que “Porque los sucesos hayan sido parciales y alternados, no debemos desconfiar de la fortuna. En unas partes triunfan los independientes, mientras que los tiranos en lugares diferentes, obtienen sus ventajas, y ¿cuál es el resultado final? ¿No está el Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para su defensa? Echemos una ojeada y observaremos una lucha simultánea en la misma extensión de este hemisferio”.

Bolívar nos enseña el valor de la diversidad, la idea que en el “Nuevo Mundo entero” no todos luchan por la Independencia, también los tiranos sacan sus ventajas, pero le da suprema cuantía al hecho de que todos están conmovidos y armados para su defensa”. Esto fue válido en la lucha por la independencia política, lo es hoy en la lucha por la independencia económica.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.