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Cerrar la cueva y punto

Columna de opinión por Vivian Lavín
Lunes 3 de marzo 2014 13:27 hrs.


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“Lo más emocionante no es la cueva, lo que de verdad me ha impactado es la pasión de quienes la cuidan”. Esta fue la reacción, hace unos días, de uno de los cinco primeros visitantes a la Cueva de Altamira en España. Fue una joven de Málaga, quien junto a su novio fue hasta ese lugar de peregrinación histórica, ignorante que sería una de las favorecidas del particular sorteo en el marco del proyecto que está desarrollando el Patronato de ese Museo español.

Porque Altamira, una de las tres cuevas milenarias más importantes del mundo, estuvo cerrada al público desde el año 2002. Más de una década en que los visitantes se tuvieron conformar con la copia del fresco más famoso del mundo en que aparecen bisontes, manos y ciervos pintados hace más de 18 mil años atrás.

Ocultos a los ojos del público, como tantas joyas patrimoniales, Altamira tiene la dicha de contar con custodios que tienen una pasión tan fuerte que han logrado contagiar al mundo entero e interesarlos por ser parte de este experimento. Como esa chica que fue elegida al azar e integró el primer grupo de cinco visitantes que cada semana podrá acceder a la cueva durante este año. Vestidos con trajes que les cubren desde la cabeza a los pies, incluso protegidos de mascarillas, para evitar al máximo el contacto humano con el ambiente dentro de la cueva, los favorecidos fueron fotografiados por cientos de periodistas y sus rostros cubiertos recorrieron el mundo. Cinco impolutos y anónimos visitantes que representaron a millones de personas que quisieran, como ellos, ir hasta Altamira.

La expectación en torno al ingreso a esta cumbre del arte rupestre se mantendrá hasta que las pruebas y exámenes arrojen la información necesaria que permita saber el real impacto de la presencia humana. Un experimento novedoso y particular que se entiende con la explicación de uno de sus cerebros, que entrega la filosofía que está detrás de lo que para algunos aparece como una iniciativa innecesaria, exagerada, cuando basta con cerrar la cueva y punto. No permitir el ingreso de personas que ya se sabe han ocasionado daño con su sola presencia. Pero él ha dicho: “Yo no entré a esta profesión para guardar y esconder este secreto sino para transmitir y compartir su emoción y conocimiento”. Gäel de Guichen, director científico del programa de investigación de Altamira se ha restado de ingresar él mismo, y lo ha hecho en solo dos oportunidades, porque se siente un ciudadano más, y no “el dueño de Altamira”.

He aquí, entonces, el quid de cuando hablamos de “densidad cultural”, esa viscosidad de la que nosotros carecemos a la hora de proteger nuestro patrimonio. Porque no diremos que no tenemos directores de museos o especialistas tanto o más sensibles que los encargados de Altamira. Los hay, el problema es quién los escucha.

Ahí están los funcionarios del Consejo de Monumentos Nacionales todavía movilizados en demanda de un trato laboral decente por parte del Estado. Solo para tener una idea de porqué están indignados estos trabajadores, entendamos que se trata de una repartición estatal que, a pesar de sus más de 80 años de vida, no cuenta con una orgánica legal y quienes trabajan allí, aunque se les llame funcionarios, son personas que en su mayoría trabajan emitiendo boletas de honorarios durante décadas. Ni qué decir de vacaciones, licencias, médicas, derecho a pre y post natal…nada. De los 115 trabajadores, solo el 26 por ciento de quienes trabajan en Consejo de Monumentos Nacionales son funcionarios públicos, de los cuales dos solamente son de planta y el resto a contrata, que ya sabemos, son contratos de renovación anual.

Una vergüenza. El Estado: el peor empleador de todos.

¿Qué hacen estas 115 personas? Pues, de la misma manera que los especialistas de Altamira de renombre mundial tienen la misión de identificar, proteger, difundir, conservar y gestionar mil 177 Monumentos Históricos, mil 380 Monumentos Públicos, 116 Zonas Típicas o Pintorescas, 42 Santuarios de la Naturaleza; además de todo el patrimonio paleontológico y arqueológico presente en el país, aún no contabilizado en su totalidad…que solo en Isla de Pascua asciende a más de 12 mil sitios.

Pensar que solo 115 personas en todo Chile, además de cuidar todos los lugares antes mencionados, deben dar cumplimiento a los compromisos internacionales sobre los cinco sitios de Patrimonio Mundial que tiene Chile; dar curso a las nuevas postulaciones ante la Unesco, como es el caso de Qhapaq Ñan; fiscalizar y sancionar los daños provocados al patrimonio; realizar evaluaciones en el Servicio de Evaluación Ambiental de los miles de proyectos asociados a millonarias inversiones, como Termoeléctricas; dar respuesta a las solicitudes de declaratoria que aumentan año a año …y por si fuera poco, trabajar en la prevención y difusión del patrimonio cultural en la comunidad. Todo esto con el 2 por ciento del total del presupuesto del país destinado a cultura, que de por sí es insuficiente. Difícil saber de las luchas diarias que emprenden cuando apenas tienen voz. Como cuando frente a la franca destrucción de nuestro Patrimonio, sea un rally Dakar o una inmobiliaria, nuestro Estado se solaza y acalla sus cuestionamientos.

Por eso es que impresiona la visita de la joven malagueña a Altamira, porque no fueron las punturas rupestres lo que caló más hondo en ella, sino “la pasión de quienes la cuidan”.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.