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El otro terremoto


Lunes 7 de abril 2014 8:43 hrs.


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Cada tragedia, por más dolorosa que sea, deja una experiencia positiva que debiera hacer a los seres humanos más sabios. El terremoto del 1 de abril nuevamente puso a prueba a este cataclísmico país y a su pueblo. Seis personas murieron como consecuencia del sismo de 8,2 grados Richter que remeció el Norte de Chile. La normalidad demora en volver. Son miles las viviendas afectadas y centenares de réplicas siguen manteniendo los nervios tensos. En estos días, la preocupación es cómo seguir la vida.  La solidaridad ha aparecido. Esa es una de las facetas que muestra que muchos hombres y mujeres han aprendido a lo largo de su existencia que la vida o es gregaria o deja de tener sentido.  Pero cada vez que una hecatombe nos golpea, pareciera que otro terremoto nos sacude de inmediato. No es algo que venga del las entrañas del planeta. Es la bajeza de algunos que sale a campear en los momentos difíciles.  Como si las necesidades que crean el dolor y la incertidumbre pudieran servir para estimular una de las variables que rigen el comportamiento del mercado. La especulación y el saqueo son variables que siempre están presentes. Y parecieran ser el legado de resabios civilizatorios que se han ido sumando a lo largo de los últimos 40 años.

Hoy, a nadie puede extrañar que la respuesta frente a cualquier exigencia esté cada vez más lejana de los valores. Es una consecuencia de los cambios que se han generado en las orientaciones básicas que recibe la sociedad. Y en ello tienen influencia determinante una serie de factores.  Sin duda, la formación en el hogar y en los distintos niveles de la educación formal juega un papel relevante. Igualmente decisiva resulta la presión constante que ejerce el poder para orientar a los ciudadanos. En ese sentido, el sistema no deja lugar a dudas. La eficiencia ha pasado a ser paradigmática.  Y, como consecuencia de ello, la felicidad ha sido desplazada por el éxito. En lo cotidiano, los medios de comunicación operan para crear un alto grado de tensión y banalizar las perspectivas de los ciudadanos. En el día a día, el abuso está presente. Por eso, no debiera extrañar que haya quienes desean hacer un negocio con el dolor de otros. Pero también es un llamado de alerta que la sociedad debe tomar en cuenta.

En ello, es a los referentes sociales a quienes se debe pedir mayor dedicación y rectitud en el ejemplo. La condición esencial que marca a Chile como país sísmico, no puede ser tomada como elementos para sacar ventajas políticas.  En eso no debe haber diferencias esenciales. Sin embargo, hoy parece que tales consideraciones, en que la supervivencia del país está por sobre la banderías políticas, han sido olvidadas.

Sin duda, Chile ha avanzado en cuanto a una cultura que prepare a sus habitantes frente a catástrofes naturales. La mayoría ya sabe qué hacer ante un terremoto y la posibilidad de un tsunami. La educación es elemental y la dedicación en tal sentido es una característica que debe adornar a cualquier gobierno. Las realizaciones en esta área deben ser de la más alta calidad y constantes.  No puede ocurrir lo que vimos ahora en Arica. Las sirenas de alerta no funcionaron porque el mantenimiento era precario o porque no existían.

Nuestros dirigentes parecen demasiado acostumbrados a pasar todo por el tamiz de la ideología política y/o de la conveniencia. Y es en estas pruebas en que se nota más claramente que nos encontramos posados sobre un tinglado institucional que resuma falsedad. La política de los acuerdos, que con tanta pompa nos acompañó en los últimos 24 años, se ha demostrado ineficiente y falsa. El lema que caracterizaba sus realizaciones -“En la medida de lo posible”- no respondía a la realidad y las necesidades del país y sus ciudadanos, sino a las decisiones y orientaciones de quienes poseen el poder.

Intentar nivelar el escenario no será sencillo. Ya vemos lo que está ocurriendo con los cuestionamientos al lucro en la educación, la reforma tributaria, la revisión del sistema provisional o de las isapre. Y ni hablar de una reforma a la Constitución, en que los ciudadanos puedan hacer valer sus puntos de vista.

Con certeza, Chile seguirá siendo sísmico, porque así lo determinó la condición natural. Y avanzaremos cada vez un poco en el sensible camino de la prevención y el cuidado de cada uno de nosotros. Pero falta un terremoto aún mayor, que es el de cambiar una mentalidad nefasta. Esa que nos hace prisioneros de un entramado en que somos manipulados, abusados, engañados. Para terminar con ello habrá que recorrer un camino difícil.  En el cual hay que comenzar ya.  El primer paso se ha dado, pero es necesario seguir asumiendo que el movimiento tectónico más importante debe remover nuestras estructuras internas. De ello depende el futuro libre y placentero de los chilenos.