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Las agujas de la CIA en Chile

En los libros de reciente aparición sobre los nazis en Chile, lamentablemente nos hacemos presentes como buen refugio para ellos no solo en la posguerra, sino que para ciertos requerimientos logísticos de las Fuerzas Armadas para el Golpe de Estado.

André Jouffé

  Martes 13 de mayo 2014 12:48 hrs. 
David Atlee Phillips

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Martin Borman habitaba el chalet de Carlos Antúnez esquina Orquídeas en 1954 y no era misterio para nadie en el barrio santiaguino. La CIA usó los servicios de altos oficiales alemanes, como Walter Rauff y Klaus Barbie, residente en Bolivia pero con hijos estudiantes en Chile. En su paranoia anticomunista los empleó para sus actividades a cambio de un mutis por el foro.

La empatía pro germana nace con la Primera Guerra Mundial, cuando un joven oficial de marina, Wilhelm Canaris, pisa Punta Arenas.

Al recorrer las páginas de “La CIA en Chile 1970-1973” (Aguilar), del periodista de Concepción Carlos Basso Prieto, queda en evidencia que ningún párrafo es interpretativo. El libro entero reproduce textos existentes, incluidas las palabras y nombres borrados por los jerarcas de la “compañía” que aún prefieren no descalificarlo todo. Una enorme tarea la de Basso de leer miles de páginas, algunas de ellas quizás sin importancia para otros que no fuesen de la Compañía.

Esta desclasificación de documentos revelan algo más que terrible: uno, la oposición tenaz del general René Schneider a impedir la asunción de Allende y dos, el esfuerzo relativo del presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle, por lo contrario.

Los mensajes que van y vienen al interior de la CIA entre su director, Richard Helms, y el Embajador Edward Korry, no han sido manipulados ni interferidos: Los puntos de vista entre los protagonistas corresponden a una realidad. Y, duele porque se trata, Frei, de una persona a la que uno estimó, y los documentos apuntan a todo lo que hizo para que hubiese un golpe. Aunque lo llamemos un golpecito, breve, efímero, para tenerlo como presidente sesenta días y llamar a elecciones. Pero los propios camaradas Radomiro Tomic y Bernardo Leighton, según las propias quejas de don Eduardo, no querían nada antidemocrático e impidieron el desarrollo del proceso democrático.

En este libro tiene particular participación el hombre de las cien chapas, David Atlee Phillips. El colaborador y luego agente de la CIA participo en las caídas de varios gobiernos, el de Guatemala entre otros. En Chile era partidario del Trak II, o sea del golpe antes o durante Allende.

En 1956, mi padrastro Richard Adolf Loeb llegó a casa con un dackel. Me lo obsequió y dijo: “Se llama Dado”. Muchos años después supe atribuirle origen al nombre. Loeb jugaba al cacho en el Copper Room del Hotel Carrera con Phillips. El agente encubría sus actividades con un kennel, del cual provenía el salchicha. Y su nombre era en homenaje a las partidas de dudo de ambos gringos.

“Al chileno ni siquiera hay que ofrecerle dinero para que hable, bastan dos pisco sours”, se jactaba Phillips ante Loeb.

El bar, ubicado en el primer piso de la actual Cancillería, justo en la esquina de Teatinos y Agustinas, frente a las oficinas de la Embajada de los Estados Unidos de entonces, acogía al personal de la Braden Copper Company. Para hacerlo más ad hoc, paso a llamarse el Copper Room y sus paredes tapizadas con láminas del metal rojo. Al lado estaba el comedor o la opción de subir al restaurante ubicado en la única terraza con piscina de Chile, en el decimoquinto piso.

A ese bar frecuentaban las azafatas de Panagra, en tiempos en que las escalas entre uno y otro vuelo en aviones a hélice obligaban a pernoctar. También mujeres cazadoras de maridos adinerados como los ejecutivos de la cuprífera. Uno que otro personaje internacional se dejaba caer en el Hotel de la cadena Hilton: el siniestro Porfirio Rubirosa, el modisto Valentino que se llevó a Doris Kleiner, luego Miss Yul Brynner y un monstruo del séptimo arte, física y cinematográficamente como Orson Welles, entrevistado en su oportunidad por Tito Mundt con las piernas colgando del borde de la terraza del ultimo piso.

Phillips, luego de su paso por Chile dirigió operaciones encubiertas en varios países y retorna en los tiempos pre y durante la Unidad Popular para sembrar la intranquilidad. Aunque pocos lo conocen, coincido con Basso, es uno de los hombres que mayor influencia tuvo en la historia de Chile entre 1950 y 1976. De retorno a los Estados Unidos, es interrogado por la justicia pues algo tiene que ver con el asesinato de Orlando Letelier, al haber trabajado con el activista cubano Luis Posadas Carriles, en el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, en el atentado de un DC 8 de Cubana de Aviación, por Bahía Cochinos y paremos de contar por ahora. Phillips pasa a retiro y pocos años después muere de cáncer.

El hombre se las traía. Ya en 1963 tuvo que dar explicaciones ante la justicia por sospechoso en el asesinato de J.F. Kennedy, pero para la CIA seguía siendo un agente útil.

En nombre de mi padrastro, lo llamo en Washington en el año1987 cuando huye Armando Fernández Larios. Armamos un reportaje sobre la fuga preparada por Federico Willoughby y en busca de antecedentes o alguna suerte de “tip”, acudí a Phillips. El hombre responde que por estar siendo interrogado todavía por el caso Letelier, no puede hablar pero me da una variante que no viene al caso mencionar y que justificó mi viaje a Estados Unidos. Lo hice con el enviado especial de la revista Análisis, cuyo nombre tampoco viene al caso.
El libro “La CIA en Chile” contiene valiosa información, muchas de las cosas se sabían o suponían, pero lo que aclara sin animosidad, solo con la claridad que merece el hecho, es que a don Eduardo Frei Montalva no le era inmoral un golpe, aduciendo que Chile se iba a transformar en otra Cuba. Sin embargo, cayó en el imaginario selectivo de algunos ingenuos, de que los militares llamarían a elecciones a la brevedad y por qué no, habiendo un interregno de por medio, él iba a ser elegido por otro periodo.

Para algunas personas como el suscrito, el civil que llevó al golpe siempre fue Patricio Aylwin, pero nunca imaginamos que Frei iba a ser partidario de otro, tres años antes, para evitar la asunción de Allende. Excluimos a la derecha de este tema porque era obvia su posición golpista. Pero con el libro de Basso, con mucho dolor, por la estima que le tuvimos, debemos asumir que el ex presidente asesinado por la CNI tampoco excluyó esa opción.

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