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1914-2014: El festín de la bestia

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Domingo 27 de julio 2014 13:50 hrs.


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Lo que se vivía hace cien años en Europa era un suerte de borrachera. Los niveles de prosperidad y crecimiento de su población hacían del Viejo Continente la zona más rica y poblada del mundo. El bienestar alcanzado progresivamente por los europeos desde mediados del siglo XIX y la primera década del XX eran, hasta entonces, inimaginables. Solo en 40 años  y cuando se inauguraba 1914, se habían construido más de cien mil kilómetros de vías férreas en toda Europa. Una red vial que permitía el libre flujo de personas y productos que se desplazaban a velocidades impensables y junto a ellos, la sensación de ir por el camino de la felicidad. Los hombres y mujeres que vivieron a principios del siglo XX no se cansaban de sorprenderse cada día, como que hasta sus hogares llegaba el teléfono y la luz eléctrica. Los que hasta entonces eran lujos palaciegos o propios de la cultura oriental, como baños con alcantarillado y agua potable al interior de sus casas, eran construidos por una creciente burguesía que adquiría más bienes y con ello más visibilidad social, desplazando a la añosa aristrocracia. El gran autor austríaco Stefan Zweig lo resumía de la siguiente manera en sus memorias: “Nunca fue Europa más fuerte, rica y hermosa. […] Entre 1900- 1910 hubo más libertad, despreocupación y desenfado que en los cien años anteriores”.

Hasta Estados Unidos, también llegó la ola de dicha. El automóvil, con el Ford T a la cabeza, inauguraba la cadena de montaje industrial, sentando la bases de la especialización de las tareas y el inicio de la mecanización del trabajo humano. La aeronáutica iniciaba los vuelos comerciales y el hombre empezaba a mirar hacia el espacio como la siguiente conquista.

La ciencia y la técnica con la masificación de inventos aplicados a la salud y a las comunicaciones, cambiaban las expectativas de vida y la manera de entender el presente. El ser humano empezaba a alimentarse de información casi al mismo tiempo en el que se producían los acontecimientos.

El vértigo que sentían los europeos entonces tiene muchas similitudes con el que sentimos hoy. Nuestra economía supera en varios puntos el crecimiento de las de la vieja Europa y las expectativas para los siguientes años son tan auspiciosas como lo eran para sus habitantes hace cien años. Nuestra borrachera hoy es consumista y para costearla trabajamos más que los europeos, sin que por ello tengamos asegurada la salud ni la educación, como es el caso nuestro. Sin embargo, pareciera no importar. El aire de optimismo y una dudosa sensación de seguridad no admiten la idea de que las cosas puedan cambiar. Nuestros gobernantes, pero sobre todo, los economistas que hoy ofician de “autoridades espirituales”, dan las bendiciones para que el festín consumista continúe. Aseguran que se han tomado las medidas preventivas como para que aún cuando Europa se ha visto sumida en la más feroz crisis en más de 80 años y el desplome de Estados Unidos es evidente frente al gigante chino, nosotros podemos continuar en la senda que nos dicta el mercado de la economía más liberal del planeta.

Con autopistas cuya velocidad impiden ver la pobreza que las circunda, con centros comerciales de lujo, con más celulares por persona en toda Latinoamérica y un PIB que marea a los pontífices economistas, Chile se sienta como un país de excepción.

Hace cien años, millones de personas sentían esa misma seguridad y optimismo que respiramos hoy, pero bajo ese aire de satisfacción se venía incubando el nacionalismo en su vertiente más infesta, aquella que da una visión de mundo donde la humanidad se compone de diferentes pueblos o razas y cada una de ellas tiene características biológicas, psicológicas y culturales diferentes, donde unas son mejores y otras peores.

Un chovinismo alentado por la pujanza económica que los hacía sentir superiores a sus vecinos. Algo así como le ha sucedido a Chile, tan aislado de Perú, Bolivia y Argentina, y que a pesar de haber llegado solo a octavos de final en la reciente Copa Mundial de Fútbol, su barra entonaba el himno nacional como si fuera un canto de guerra.

En esa Europa de hace cien años, nadie reparaba en el sentimiento de superioridad que sentían los ciudadanos que entonces pertenecían a cuatro imperios. Ese detalle se pasó por alto en 1911 con la guerra en los Balcanes y no se percibió en toda su dimensión sino hasta que el 28 de  junio de 1914 se produjo un incidente, nada nuevo en la historia europea, como fue el homicidio del archiduque Francisco Fernando de Austria. Un mes más tarde, se desataba la Primera Guerra Mundial, aunque en verdad, fue una guerra europea que terminó con los cuatro imperios que la dominaban y la habían hecho próspera. En la Gran Guerra murieron diez millones de personas que pensaban que vivían los mejores años de sus vidas.

Hace cerca de un mes, tres jóvenes israelíes fueron cruelmente asesinados. Lo que pudo haber sido un grave incidente, se convirtió en una maldición. A partir de entonces, se ha despertado al monstruo de la guerra y ha devorado ya más de un millar de vidas, casi todas palestinas. El monstruo hiede a nacionalismo y se desplaza por todo el mundo. Se asoma en insertos de diarios chilenos, en una acotada cobertura mediática. Los aires de venganza de israelíes y palestinos encienden las máquinas de las fábricas de armas estadounidenses. Ellos se soban las manos con los pingües dividendos y la ansiada reactivación que significará para su bolsillo y, claro, también para su alicaída economía. Palestinos e israelíes azuzados por gobiernos europeos y, principalmente, el estadounidense que no quieren que el monstruo sea aniquilado aún, no al menos, hasta que vomite más muerte.

Desde Chile todo se ve tan lejano, como habrá sido para los judíos y palestinos que vivían en armonía a principios del siglo XX, cuando escucharon sobre la muerte de un heredero a un trono europeo allá en Sarajevo.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.