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Los cambios pisan fuerte  

Columna de opinión por Wilson Tapia
Martes 16 de diciembre 2014 9:58 hrs.


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Y esta vez no se trata de los cambios de que siempre hablan los políticos antes de las elecciones. Aquellos que, por supuesto, ellos están dispuestos a hacer y luego olvidan.  No, el mundo está convulsionado y los remezones son a todo nivel. La economía tambalea y hoy son los precios del crudo, la rapacidad del sector financiero, el desajuste al que lleva un sistema que requiere crecimiento constante, todo lo cual es sazonado por desempleo, empobrecimiento de muchos y enriquecimiento vergonzoso de unos pocos.

Si así está la economía, la cara política no se ve mejor. El aparto institucional no inspira confianza, porque no funciona.  No, al menos, como esperaban quienes lo idearon. El deterioro ha sido muy marcado en los últimos años y los ciudadanos están reaccionando. El ejercicio político ha caído en descrédito debido a que sus propuestas obedecen más a lo que tenga buen resultado mediático que a la solidez de una ideología afincada en principios y valores que avalen una sociedad sustentable.

A diario se van conociendo nuevos casos que desmienten las ventajas del sistema de convivencia que mayoritariamente se ocupa en el planeta. La democracia estadounidense se permite cobijar en su seno la tortura.  La justificación es que se hace para combatir al terrorismo. Y la reafirmación de la solidez del sistema sería que es capaz de reconocer el error y mostrarlo a la faz del mundo. Sin embargo, hay quienes, como el ex Presidente Dick Cheney, que acompañó al Presidente George W. Bush entre 2001 a 2009, que afirman que los torturadores deberían ser “felicitados y condecorados”.

Una y otra posturas merecen cuestionamientos.  La primera, porque si se tratara sólo de una cuestión de publicidad, el Estado Islámico sería más efectivo y honesto al exhibir, sin inhibiciones, los ajusticiamientos de rehenes occidentales por la televisión  mundial. En cuanto a quienes como Cheney justifican la tortura, no vale la pena entrar en detalles.

Pero los ejemplos abundan.  Lo que ocurre en México es escandaloso. La desaparición de 43 muchachos a manos de la policía y de sicarios a sueldo de traficantes de drogas, resulta inaceptable. El gobierno mexicano sostiene que sus instituciones son democráticas y, formalmente, pareciera tener razón.

Lo que ocurre habitualmente en África con el ébola y otras enfermedades o directamente ataques de grupos fundamentalistas, son también revelaciones de que el mundo requiere cambios. La gente protesta, pero hasta ahora no es suficiente. Con seguridad, porque el poder establecido aún sigue siendo fuerte y responde con la violencia que lo caracteriza.

En este plano es donde se ubica otra de las preocupaciones de la sociedad actual: la inseguridad. El sistema responde sólo de manera punitiva, pero lo hace en forma desigual.  Los delincuentes cercanos al poder ni siquiera son encarcelados.  Es lo que ocurre en Chile con quienes le roban al público, como los propietarios de las farmacias, bancos y multitiendas.

Es indiscutible que la sociedad enfrenta un cambio de valores que no la satisfacen y se encamina en una búsqueda que aún no arroja resultados claros.  Pero hay indicios definidos de que la felicidad no puede ser reemplazada por el éxito y que la competencia no es el camino aconsejable para construir una sociedad solidaria.

Frente a la multiplicidad de problemas que provoca esta realidad, los conservadores parecen tener la respuesta.  En Europa empiezan a hacerse fuertes los partidos y movimientos que estimulan la xenofobia, la homofobia y las más disímiles posiciones sectarias.

Pese a las trabas, la presión por los cambios que signifiquen una evolución que rescate la sensibilidad humana sigue aumentando. Y en esto, la política y los políticos debieran jugar un papel trascendente.  Sin embargo, la corrosión valórica ha sido grave. Tal como en México, las instituciones democráticas muestran los efectos del desprecio por los valores que le dieron sustento, entre nosotros los responsables de los atropellos a los derechos humanos durante la dictadura o están libres o se encuentran detenidos en cárceles especiales. Y muchos de los civiles que fueron pilares del régimen, hoy ejercen cuotas determinantes de poder. Los símbolos que caracterizaron a la dictadura siguen en pie. Los militares continúan recibiendo la misma formación que los hizo cometer los crímenes que caracterizaron a la dictadura del general Pinochet. Incluso, algunos de sus cuadros han sido exhibidos como símbolos democráticos. Uno de ellos fue el general Cheyre, elevado a la jefatura del Ejército durante gobiernos de la Concertación.  Hoy involucrado en casos de atropellos a los DD.HH. y bajo cuya administración murieron 45 soldados, en una demostración de la estulticia y ausencia de valores democráticos de la formación militar.

Aún seguimos afirmando que el poder civil es el que maneja los asuntos del Estado y bajo su control se encuentra el aparato militar. Otra tarea para los cambios por venir.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.