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El Papa Francisco y la geopolítica católica latinoamericana

Sus visitas al continente en 2015 y 2016 incidirán en los debates locales y reavivarán la vieja disputa interna entre progresistas y conservadores, de enorme incidencia en los procesos sociales y políticos de la región.

Patricio López

  Domingo 25 de enero 2015 15:45 hrs. 
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Creamos o no, nos guste o no, América Latina es un continente católico. Esto no solo alude a una fe, que puede ser cosa de algunos, sino también a una cultura e incluso a un sistema de valores que genera coordenadas más generalizadas. Por poner solo un ejemplo: es probable que los procesos progresistas y revolucionarios de los 60 y 70 del siglo pasado no hubieran sido posibles sin la Teología de la Liberación, que derribó los muros entre catolicismo y marxismo, además de unir a ambos mundos en el trabajo transformador de base.

Aunque las iglesias protestantes han progresado y solo el 69 por ciento del continente se declara hoy católico, la cifra en número de personas alcanza a 425 millones y equivale al 40 por ciento de los adherentes a este credo en el mundo. Es decir, la religión católica es hoy fundamentalmente latinoamericana. Por eso para el Vaticano es tan importante esta región y es, en esa perspectiva, que deben analizarse las dos visitas sucesivas anunciadas por el Papa Francisco.

Antes de que éstas se concreten, el pontífice ha venido dando señales que, para un público general, lo han convertido en un fenómeno, pero que al interior de la Curia suponen un remezón –con poderosas resistencias en contra- del armatoste ultraconservador creado por los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ya en el cónclave de 2005, el entonces cardenal Bergoglio había concentrado los apoyos de los cardenales disidentes de la línea vaticana, pero no fueron suficientes. En cambio, la sensación de crisis y la decadencia de la iglesia europea permitieron en 2012 que, por primera vez, un jesuita argentino llegara al poder, imponiéndose al papabile del oficialismo, el obispo de Milán Angelo Scola.

Inmediatamente, y en contraste al estilo erudito y simbólico de Ratzinger, el intelectual, el Papa eligió para sí el nombre de Francisco de Asís, representativo de la austeridad, se despojó de los emblemas del poder y dijo “cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”. En clave latinoamericana, era obvia la vinculación con aquella iglesia católica perseguida y purgada por Juan Pablo II y el entonces cardenal Ratzinger, que pusieron en la proscripción a la Teología de la Liberación.

La frase, además, se parecía mucho a una de monseñor Óscar Arnulfo Romero, santo para los latinoamericanos pero aún ni siquiera beato para el Vaticano, quien decía que “la misión de la Iglesia es identificarse con los pobres”. Una de las señales de Francisco hacia la región ha sido precisamente, desbloquear el proceso de beatificación del obispo salvadoreño, congelada por motivos ideológicos. Baste, si se duda al respecto, compararla con la canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, apenas 17 años después de su muerte.

Esto ocurre luego de que el Papa canonizara en conjunto a Juan Pablo II -cuyo proceso batió todos los récords de rapidez- y a Juan XXIII, quien ni siquiera había merecido la beatificación medio siglo después de su muerte. Éste último, impulsor del Concilio Vaticano II, tuvo una enorme incidencia en esta región, pues generó las condiciones para la emergencia de obispos como Silva Henríquez en Chile, Cámara en Brasil o el propio Romero en El Salvador. Uno podría decir, sin estirar el argumento, que Francisco hizo igualar al papa que forjó ese tipo de iglesia católica latinoamericana con el que luego la destruyó.

Por algo el padre Gustavo Gutiérrez, fundador de la Teología de la Liberación, dijo que “Francisco recuerda a Juan XXIII”.

En la perspectiva más amplia de la gran política, los escritos del entonces cardenal Bergoglio dan cuenta de lecturas e influencias según las cuales se adhiere a la unidad de América del Sur y de Latinoamérica, para enfrentar articuladamente los desafíos del mundo. Lo dice claramente en un texto: “ante todo se trata de recorrer las vías de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos, separados, contamos muy poco y no iremos a ninguna parte. Sería un callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales.” El proceso que invocaba Bergoglio precisamente, en los últimos años, se ha profundizado como nunca antes en la región.

Es probable que en ese espíritu haya pedido, dando crédito a las afirmaciones de Evo Morales, información sobre la demanda marítima de Bolivia contra Chile. Esta situación, más allá de que el Vaticano afirme que las visitas del Papa a ambos países serán “estrictamente pastorales”, preocupa a la cancillería nacional, que teme que Francisco haga alguna mención pública durante su periplo en Bolivia, un año antes del que realizará en Chile. Sería, entre otras cosas, una demostración terminal de lo aislada que ha llegado a estar la posición de cerrazón del país en la escena internacional.

Durante su aterrizaje en julio en Bolivia, Paraguay y Ecuador, más los que realizará a Chile, Argentina y Uruguay en 2016, se podrá conocer la opinión del Papa sobre éste y otros asuntos contingentes. Su acercamiento, en todo caso, se adelanta en el prólogo que escribiera para el libro “Una apuesta por América Latina” del ensayista uruguayo Guzmán Carriquiry, donde afirma que “en el siglo XXI el destino de los pueblos latinoamericanos y el destino de la catolicidad están íntimamente vinculados.” Ya se sabe, en todo caso, que hay formas y formas de ser católico en esta parte del mundo.

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