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Comentario de cine:

“El Código Enigma”: El juego de la imitación

Con ocho nominaciones a los Premios Oscar, incluyendo mejor Película y mejor director, “El Código Enigma” se acerca a una figura central de la historia del siglo XX y padre de la informática moderna para crear una notable película que se nos hace pensar sobre la complejidad, la maravilla y el dolor de ser distinto.

Antonella Estévez

  Miércoles 11 de febrero 2015 10:30 hrs. 
2014, THE IMITATION GAME

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Hijos de una tradición cinematográfica que incluye a nombres fundamentales para la historia del cine como Carl Theodor Dreyer e Ingmar Bergman, en la actualidad -tanto en el cine como en las series para televisión- la producción audiovisual nórdica es para muchos, entre los que me incluyo, sinónimo de elegancia y eficiencia, de un atmósfera visual precisa y una luminosidad inquietante. De allí que no sea raro que cada vez más, se adapten en Hollywood películas suecas o danesas como las estupendas “Let the right one in”(2008) o “Brothers” (2004) y que se le solicite a estos mismos directores –Tomas Alfredson y Susanne Bier, respectivamente- filmar en Inglaterra o Estados Unidos. A ese camino se suma ahora Morten Tydlum, haciendo con “El Código Enigma” su primera película en inglés y poniendo a disposición de esta biopic toda la sutileza de su escuela cinematográfica.

Y el desafío no era menor, “El Código Enigma” se centra en un personaje complejo desde muchos puntos de vista, instalado en el epicentro de un momento crucial de la historia mundial. Hablamos de una de las mentes más brillantes del siglo XX, el matemático inglés Alan Turing quien no sólo fue el artífice de la máquina que descifró los códigos nazis –entregándole así a los aliados información fundamental para ganar la guerra- sino que además desarrolló las teorías que, con el tiempo, dieron a luz la informática y así al mundo hiperconectado de hoy. Y no sólo eso, Turing además sufría de los que hoy reconoceríamos como síndrome de Asperger y era homosexual, en un tiempo y lugar en donde esto último era un delito.

Con todos esos elementos la posibilidad de caer en excesos es bastante alta. Es la construcción visual y narrativa lo que salva a esta película del cliché y la transforma en una película realmente atractiva y significativa. El nombre original de la cinta “The Imitation Game” (El juego de la imitación) da más pistas respecto al acercamiento que del personaje propone el  filme, que relata paralelamente tres momentos en la vida de Turing. La narración parte en 1951 cuando el excéntrico profesor es investigado por espionaje para luego comprobar que su único “delito” era ser homosexual; en sus interrogatorios y presionado por el detective, el mismo protagonista va narrando el proyecto ultra secreto en que se vio involucrado durante la II Guerra Mundial y que permitió descifrar el, hasta entonces imbatible, Código Enigma nazi; y también vemos imágenes de su pre adolescencia en donde descubre la amistad y a su primer amor, lo que explica varios de sus comportamientos como hombre adulto.

El juego de la imitación no sería sólo entonces la capacidad de crear una máquina que replique la frecuencia lingüística en que se está enviando mensajes encriptados, sino toda la vida de Turing. El intentar pasar por una cosa distinta a la que es por temor a la sanción no sólo social, sino directamente judicial que tiene en ese mundo su naturaleza homosexual. La película se mueve con dinamismo y sutileza desde un tema al otro, con una dirección que permite que los actores se luzcan, pero que sobretodo pone en la construcción total del filme –en la que destaco especialmente la preciosa banda sonora de Alexandre Desplat que suma con esta su octava nominación a los Oscar- la clave que permite al espectador entrar en la complejidad del personaje y su tiempo, conmoverse y repensar la manera en que hemos utilizado incontables códigos que han dejado fuera de la conversación a miles de personas.

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