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La política semanal:

La Tregua

En un segundo mandato, donde la imagen presidencial no ha sido suficiente para mantener el apoyo ciudadano, el anuncio de una nueva Constitución ha otorgado un respiro a La Moneda. Sin embargo, vale la pena preguntarse ¿cuánto durará la tregua?

Víctor Herrero

  Lunes 4 de mayo 2015 6:47 hrs. 
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Nadie sabe a ciencia cierta a qué se refería la Presidenta Bachelet con “proceso constituyente”. Y cómo ella misma y sus ministros no han vuelto hablar de ello, el país interesado en política lleva casi una semana debatiendo en torno a su significado y alcance. El anuncio de una posible nueva Constitución ha descomprimido momentáneamente el ambiente, otorgando un respiro a La Moneda. Pero existe una pregunta legítima:¿cuánto durará la tregua?

Si la conducción política de Bachelet en su primer gobierno sirve como aproximación para evaluar su actual forma de actuar, lo más probable es que se trate de una maniobra de distracción. Al más pleno estilo de lo que enseñaba el estratega militar chino Sun Tzu en su escrito “El Arte de la Guerra”, escrito hace casi 2.400 años.

En su primer gobierno, el activo político más importante que la mandataria y sus asesores trataron de preservar era su popularidad y el cariño de la gente. Por eso, el proyecto político en esos años privilegió la imagen presidencial y el estatus de Bachelet en las encuestas, así sea a costa de anular a futuro a la Concertación. De hecho, terminó su mandato con una popularidad inédita de cerca de 80% de aprobación ciudadana, pero fue incapaz de –o tal vez no quiso- traspasar políticamente ese respaldo para instalar a un sucesor de su conglomerado. En un caso muy poco común en las democracias modernas, logró que la oposición triunfara en las elecciones presidenciales de 2009 y 2010, a pesar de la alta adhesión que tenía la principal figura del oficialismo.

Sin embargo, la idea de construir una “cariñocracia” en torno a Bachelet tenía cierto sentido en esos años, ya que existía la posibilidad certera de volver al poder en un período subsiguiente. Y eso fue precisamente lo que ocurrió.

En su segundo mandato, y sabiendo que no podría llegar por tercera vez al palacio presidencial, Bachelet se jugó sus cartas a favor de un mayor contenido político y social. De ahí que “el programa” de la Nueva Mayoría pasara a tener una importancia mucho mayor al programa del último gobierno de la Concertación.

Pero los escándalos de los últimos meses —en especial el de Caval, que involucra a su nuera e hijo, y el de Soquimich, que salpica a muchos de sus colaboradores, entre ellos al Ministro del Interior— interrumpieron la marcha programática de La Moneda. Al principio, la Presidenta trató de contenerlos apelando al cariño de la gente. De ahí, frases como “me enteré por la prensa”, o el “dolor como madre” que ha sentido por el caso Caval. La misma estrategia, apelar a la comprensión del pueblo dado su estatus de madre de la nación, aplicó para Soquimich, al decir que en algo hay que trabajar (como todos los chilenos), para excusar que varios de sus actuales colaboradores hayan trabajado, de momento de manera indirecta, para la minera del antiguo yerno del dictador Augusto Pinochet.

Como esta vez apelar a la cariñocracia no funcionó, la mandataria recurrió a otra de sus herramientas de su primer mandato: una comisión de expertos. En este caso para estudiar los temas de corrupción y tráfico de influencias. Pero la respuesta pública y política a esta comisión también fue tibia. Había que hacer algo más.

Al recibir las propuestas de la Comisión Engel, Bachelet se encerró tres días a solas para estudiarlas sin dar a conocer nada del contenido a sus conciudadanos. Cosas de un país híper-presidencialista. Y ahí, en la soledad de la lectura en Cerro Castillo, probablemente intuyó —de manera correcta— que las propuestas de ese consejo eran plausibles y razonables, pero también predecibles e insuficientes para poner fin a la crisis política (al menos para quiénes hayan visto los estudios de la Fundación Espacio Público que preside Eduardo Engel, o los del CEP, cuyo subdirector Lucas Sierra fue integrante de la comisión). Así que no le quedó más remedio que sacar el conejo del sombrero: una nueva Constitución.

Y eso explica el nivel de improvisación política que, en el fondo, impera actualmente en el palacio presidencial. Este truco elemental de todo mago, forzado por la falta de entusiasmo del público politizado, es un excelente método para desviar la atención por un rato. Pero como todavía no hay un contenido real detrás, no deja de ser —de momento— más que eso: una cortina de humo.

Es como Martín Santomé, el maduro protagonista de la novela “La Tregua” de Mario Benedetti. Su larga existencia gris de burócrata cualquiera del Montevideo de fines de los años 50 se ve alumbrada por unos instantes por su fogosa relación con Laura, una mujer mucho más joven y dinámica que él. Pero al final es sólo un interludio. Es sólo una “tregua” porque, en el fondo, su existencia siempre ha estado ligada a una monotonía conocida y previsible. Un curso de vida que nunca será capaz de cambiar.

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