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Romero, la cumbre de la Iglesia Católica en Latinoamérica

El Vaticano llega muy tarde a beatificarlo, puesto que para El Salvador y el resto del continente ya es santo hace mucho tiempo. No sólo en la acepción católica del término, sino en un sentido más general: una estatura moral que ha servido de ejemplo e inspiración, especialmente en tiempos difíciles, para millones de personas.

Patricio López

  Sábado 23 de mayo 2015 12:49 hrs. 
oscar arnulfo romero

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Este sábado, y luego de que su testimonio y ejemplo fuera desestimado por Juan Pablo II y Benedicto XVI, el obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero se ha convertido en beato de la Iglesia Católica, paso previo a su canonización. El Vaticano, liderado por Francisco, da con esto una potente señal respecto a cuál es el modelo de pastor que espera para esta región del mundo, pero en todo lo demás no aporta nada nuevo a lo que ya todos saben: Romero ya es oficialmente considerado el patrono de El Salvador, para muchos católicos es la cumbre de su iglesia en América Latina y, para miles que no lo son, su estatura moral es un ejemplo para modelar personas y sociedades mejores.

Como en todo acto de consagración oficial, el legado del ungido se convierte en materia de disputa. Especialmente, muy especialmente, cuando el poder reivindica a quien en vida se alzó, precisamente, contra los abusos del poder. Ocurrió, para no ir tan lejos, con el padre Hurtado, en un proceso donde había un evidente interés en presentarlo como un hombre de vida espiritual superior y ejemplo de caridad, pero invisibilizando la valentía con que enfrentó las inequidades de su tiempo y que le valieron el apodo, poco recordado hoy, de “cura rojo”. Los que pretenden reducir todo su legado al Hogar de Cristo son los mismos que omiten este párrafo que lo contextualiza: “hay mucha gente que está dispuesta a hacer obras de caridad, a fundar un colegio, un club para sus obreros, a darles limosna en sus apuros, pero que no puede resignarse a lo único que debe hacer, esto es, a pagar a sus obreros un salario bueno y suficiente para vivir como personas…esa benevolencia fundada sobre una injusticia fomentará un profundo resentimiento”.

No es fácil hoy institucionalizar a Romero para un clero latinoamericano forjado sobre la incineración de la Teología de la Liberación impulsada por Juan Pablo II y su entonces mano derecha, el cardenal Joseph Ratzinger ¿cómo se hace encajar esta pieza extraña? El obispo auxiliar de San Salvador, Gregorio Rosa Chávez, advierte que hay una “manipulación” del beato. “Cuando voy al Arzobispado todos los días paso frente a un mural que tiene tres figuras: el ‘Che’ Guevara, Monseñor Romero y Farabundo Martí. Muchos lo tomaron como bandera política y eso nos ha traído muchísimas dificultades a la hora de trabajar por su canonización”, dijo.

Tenemos entonces que, para el obispo Chávez, el que Romero sea una bandera política es un problema, cuando en realidad el rol de la Iglesia Católica, en este continente y para estos efectos desde el Concilio Vaticano II en adelante, es un problema absoluta y profundamente político. La “opción preferencial por los pobres”, delineada en aquel hito y explicitada luego en Latinoamérica por la Teología de la Liberación en la Conferencia Episcopal de Puebla de 1979 –un año antes del asesinato de Romero- confronta este punto de vista con el de quienes prefieren una iglesia lejana de los asuntos sociales, lo que por lo general es una excusa para poner la institución al servicio del statu quo y de los poderosos. Es como si el obispo no hubiera escuchado la prédica de Romero que le costó la vida, un día antes del mortal atentado:

La clave pastoral es política, y viceversa. Por lo tanto, esta beatificación debe interpretarse como un mensaje poderoso del Papa para su iglesia en este continente. No debe olvidarse que en contraste al estilo erudito y simbólico de Ratzinger, el intelectual, el Papa eligió para sí el nombre de Francisco de Asís, representativo de la austeridad, al tiempo que se despojó de los emblemas del poder y dijo “cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”. En clave latinoamericana, era obvia la vinculación con aquella iglesia católica perseguida y purgada por sus antecesores, que pusieron en la proscripción a la Teología de la Liberación.

La frase, además, se parecía mucho a una de monseñor Romero, quien decía que “la misión de la Iglesia es identificarse con los pobres”. Una de las señales de Francisco hacia la región ha sido precisamente, desbloquear la beatificación del obispo salvadoreño, congelada por motivos ideológicos y que refulge, por ejemplo, si se le compara con la canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, apenas 17 años después de su muerte.

En opinión del presidente de El Salvador, el ex militante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Salvador Sánchez Cerén, el legado de Romero “fomenta una sociedad en paz y una sociedad en convivencia, pero basada en dos pilares fundamentales: la verdad y la justicia social”. Abundó en que su vida “es una expresión de su fe y de la difusión del evangelio, pero él es un ser humano que vivió en un momento determinado y que también hay que verlo desde la perspectiva humana. Su lucha, su martirio, es una lucha permanente por el cambio, por la vida y por los más necesitados”.

Hace algunas semanas, en nuestra radio, Sergio Torres, teólogo y profesor del Instituto Alfonsiano, advirtió que con la beatificación de monseñor Romero el Papa ha desafiado el conservadurismo dentro de la Iglesia Católica, que en su momento se vio influenciada por la época donde Ronald Reagan y Margaret Thatcher consolidaron su poder, formando junto a Juan Pablo II un trío de enorme influencia planetaria. A su juicio “el proceso de consolidación del neoliberalismo afectó también a la Iglesia y sectores episcopales, de algunos grupos de la Curia Romana que por miedo y falta de decisión, se paralizaron. En ese sentido, la virtud del Papa Francisco ha sido atreverse a enfrentar las dificultades y proclamar que monseñor Romero debiese ser colocado como ejemplo para los cristianos”.

Estamos, por lo tanto, en medio de una disputa cuyas consecuencias no son solo eclesiales, puesto que el 69 por ciento de los latinoamericanos son católicos. Que el testimonio de Romero permanezca vivo y no sea tergiversado.

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