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La mujer y el Islam: Una mirada desde el Sur

Columna de opinión por Pablo Jofré
Miércoles 19 de agosto 2015 8:46 hrs.


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Tras mi viaje a la República Islámica de Irán, hace apenas unas semanas y de vuelta a mi país, pasé unos días en Madrid, donde años atrás había efectuado mis estudios de postgrado. Al encuentro con amigos entrañables, vino el recorrer una ciudad que invita a caminar, recorrerla y conversar con gente de verbo fácil. La cordialidad de sus habitantes daba pié para la conversación. Lo que al poco andar y salir las primeras preguntas, la conversación llevaba irremediablemente hacia Irán y las interrogantes que genera este país. La ocasión precisa para ahondar sobre el tema del cómo se ve a la nación persa desde el exterior y contrastarlo con mi experiencia, un aproximación con todo el respeto que me merece un mundo que parece tan distante.

Occidente y su obsesión por la hiyab

Era habitual, que en el caso de las mujeres uno de los primeros comentarios fuera respecto al uso de la Hiyab – el pañuelo – poniéndolo como una muestra de freno al desarrollo, de falta de libertades, una especie de pesada letanía repetitiva “pobres mujeres” se escuchaba desde mi interlocutora. Sin hacer en ello un mínimo análisis histórico ni cultural del por qué su uso y si ello limitaba en algo los derechos políticos, económicos, de acceso a la educación, a ser parte de la vida social iraní. Es sintomática la falencia en el análisis de quedarse en la forma y no en el fondo, la substancia. Pero, no debe extrañar porque es muestra del triunfo del mensaje de los medios de comunicación, que forman seres humanos embobados, poco críticos y centrados en nimiedades.

La Hiyab es un elemento de uso femenino, que caracteriza a la mujer musulmana iraní, es un símbolo de resistencia también contra una cultura como la occidental que pretende ser omniabarcante. La Hiyab tiene una referencia histórica indudable, ya que durante la Monarquía Pahlevi se caminó hacia la secularización del país y la entrada en todas sus esferas del Colonialismo y el imperialismo. No en balde Irán era el gendarme de Estados Unidos en la zona y su proceso de trasnculturación – para llegar a su completa aculturación – era quitarle sus signos distintivos, entre ellos la vestimenta. Parte de ese colonialismo cultural fue la prohibición de usar la vestimenta islámica, entre ella la Hiyab, la censura de las actividades religiosas y la escasa participación de la mujer en la vida política, cultural y económica. Con esa tendencia terminó la revolución del año 1979, comenzando por parte de occidente una estrategia de descrédito de una sociedad que comenzó a transitar por un camino propio.

Resulta extremadamente complejo mirar en profundidad el tema de la mujer en sociedades como la iraní, con varios miles de años más de vida que gran parte de las sociedades occidentales, sobre todo desde el punto de vista de quienes hemos vivido permanentemente en un contexto de cultura occidental, con toda la carga valórica, comunicacional, política, religiosa y moral que ello conlleva. Visualizar a otras comunidades, distintas, con sus propias particularidades y donde el tema de las mujeres tiene también sus bemoles, sus discusiones y realidades. Es una tarea valiosa, necesaria pero también tremendamente desafiante en el objetivo de entender al otro a partir de sus diferencias. Eso es, indudablemente, de una riqueza incalculable.

Mi experiencia en Irán fue enriquecedora. Venir desde el sur del mundo, específicamente desde Latinoamérica y aterrizar en la República islámica de Irán implica recorrer medio mundo. Cruzar el Atlántico, el Mediterráneo y adentrarse en la cuna de la civilización y asombrarse frente a una cultura milenaria pero, sobre todo, comprender y reafirmar que la vida tiene más de una mirada. No hay mejor experiencia que la mente abierta y el amor por lo nuevo, sobre todo si ello significa adentrarse en una cultura que remonta sus orígenes a la génesis de la historia de la humanidad. Entre esas experiencias está el zafarse de toda una cultura de mitos respecto a la visión, el papel y las tareas que cumple la mujer en Irán.
No hay aprendizaje más valioso, que darse cuenta del papel de la mujer iraní en los más diversos ámbitos de la vida pública y salir de esta mirada respecto al uso o no de un pañuelo que cubra sus cabellos, cuando lo que está en juego es la relevancia de su presencia en la marcha del país. La constatación que el poder femenino va más allá de su forma de vestir. Tal comprobación me hizo recordar aquel bello poema del poeta salvadoreño Roque Dalton y parafrasear aquellas palabras donde habla de la mujer como categoría política en las sociedades occidentales capitalistas y que le permite, a partir de ese darse cuenta, dejar de ser mujer en si para convertirse en mujer para si y constituirse como mujer a partir de su humanidad y no a partir de la ropa que vista. Un bello ejemplo de una percepción distinta de la mujer y su rol social.

Las hermosas palabras del poeta salvadoreño Roque Dalton expresan magníficamente esta dicotomía discursiva, práctica, respecto al papel que debe tener la mujer en este caso en las sociedades capitalistas, tan propensas a mirar a la mujer como objeto, negándole su condición de sujeto histórico.

Para un mejor amor

Nadie discute que el sexo
es una categoría en el mundo de la pareja:
de ahí la ternura y sus ramas salvajes
Nadie discute que el sexo
es una categoría familiar:
de ahí los hijos,
las noches en común
Los días divididos
(él, buscando el pan en la calle,
en las oficinas o en las fábricas;
ella, en la retaguardia de los oficios domésticos,
en la estrategia y la táctica de la cocina
que permitan sobrevivir en la batalla común
siquiera hasta el fin del mes).
Nadie discute que el sexo
es una categoría económica:
basta mencionar la prostitución,
las modas,
las secciones de los diarios que sólo son para ella
o sólo para él.
Donde empiezan los líos
es a partir de que una mujer dice
que el sexo es una categoría política.
Porque cuando una mujer dice
que el sexo es una categoría política
puede comenzar a dejar de ser mujer en sí
para convertirse en mujer para sí,
constituir a la mujer en mujer
a partir de su humanidad
y no de su sexo,
saber que el desodorante mágico con sabor a limón
y jabón que acaricia voluptuosamente su piel
son fabricados por la misma empresa que fabrica el napalm
saber que las labores propias del hogar
son las labores propias de la clase social a que pertenece ese hogar,
que la diferencia de sexos
brilla mucho mejor en la profunda noche amorosa
cuando se conocen todos esos secretos
que nos mantenían enmascarados y ajenos.

Un país potente en todos los planos

Irán es más que un país situado en el cruce entre Oriente Medio y Asia Central, es más que la Revolución que derrocó a una Monarquía de cientos de años, más que una República Islámica que ha desarrollado una política donde los conceptos de soberanía y dignidad se imponen con fuerza. Es un país con una historia milenaria, que pesar de presiones, sanciones y una fuerte campaña política, comunicacional y diplomática de las grandes potencias ha desarrollado, incluso en los momentos más duro de las sanciones, su programa nuclear que tanto temor suele ocasionar en aquellos países que han hegemonizado el poder del planeta.

Irán es, ante todo, un país rico, diverso, amable, gentil, con seres humanos de una enorme sensibilidad, con sus manos y mentes abiertas a quien quiera conocerlos, expectantes en este ser parte de la comunidad internacional pero en plenitud de condiciones. Es un país de contrastes geográficos, de un mundo por descubrir de 80 millones de seres humanos que exigen su lugar preponderante en el mundo, no sólo porque lo merecen, sino porque se lo han ganado a punta de constancia. Un mundo donde el sentido de la estética se vive en cada construcción, donde la sonrisa se regala al calor de la mano que se posa en el corazón y se expresa la palabra salam. Un mundo donde la mujer ocupa su espacio, lo vive y exige.

Irán es la expresión que no se puede hablar de aquello que no se sabe. Irán es la muestra que la realidad de un pueblo hermoso es capaz de derribar los mitos y prejuicios de medios de comunicación y campañas destinadas a ocultar el verdadero carácter del pueblo persa. Irán es expresión de cultura, de riqueza arquitectónica, de paisajes hermosos, pero, sobre todo, de seres humanos, hombres y mujeres que elevan la condición de ser humano a lo más alto, en una consideración de estar ante un pueblo con un corazón enorme, amplio de sonrisa, respetuoso de las diferencias, que enriquecen más que coartar el conocimiento. En ese marco, la participación de la mujer en la vida iraní tiene su propio peso específico. El propio Iman Jomeini sostuvo respecto a la mujer “la mujer es la maestra de la sociedad. Es del regazo de la mujer que surgen los seres humanos…el origen de todas las felicidades emanan del regazo de la mujer…la mujer es el origen de todas las bondades”.

En un interesante trabajo de la Licenciada Heba Viera Smith “el rol de la mujer en la Revolución Islámica de Irán” esta profesional señala que comúnmente se cree que la mujer es oprimida en los países islámicos, sobre todo en Irán, en donde los medios de comunicación occidentales muestran a la mujer islámica como la “pobre mujer” presa de su Hiyab y de la opresión masculina… “la participación activa de la mujer en la revolución ayudó a que occidente visualizara a la mujer iraní defendiendo su dignidad y la libertad de usar su vestimenta. Un 20% de los prisioneros de las cárceles del derrocado Sha eran mujeres marchando a favor de su libertad…el Iman Jomeini elevó tanto la posición de la mujer y su papel en la revolución islámica que en un discurso el Líder de la revolución dijo: fueron las mujeres las que hicieron la revolución”.

Esas mujeres, que hoy representan el 65% de los estudiantes universitarios, el 20% de los miembros del parlamento, mujeres que ocupan cargos académicos de alto nivel, un 60% de mujeres que son profesoras, que conducen sus autos, que trabajan a la par de sus colegas hombres, que cuidan del hogar, de sus hijos, que representan el pilar fundamental de la familia iraní.

Con ocasión de la celebración del día de la mujer, el propio Sayed Ali Jamenei sostuvo en su oportunidad que “hoy, el numero en términos absolutos y relativos de investigadoras, profesoras, sabias en distintas ramas, pensadoras, escritoras que reflexionan en la distintas materias. Especialistas, literatas, poetizas y artesanas, cuentitas, artistas, pintoras, son mucho más que en el período monárquico…hoy, nosotros en el sistema de la República Islámica, bajo la vestimenta del Hiyab, el chador, el maqne tenemos esa cantidad inmensa de destacadas pensadoras, científicas, trabajadoras, políticas y especialistas en la cultura y las artes”.

La ciencia occidental y su desprecio a lo femenino

Occidente, desde el punto de vista masculino se ha preocupado de determinar, a lo largo de la historia, la supuesta incapacidad intelectual de la mujer, con argumentos que hoy provocan sonrisas burlonas. Pese a ello, las puertas del quehacer científico, por ejemplo, apenas han cedido al avance de la mujer en las esferas de las actividades humanas. Terreno fértil y poderoso, se ha constituido en la cultura occidental en otro baluarte de la diferencia.

La ciencia moderna, tal como se constituyó en el siglo XVII, es una empresa que encarna valores predominantemente masculinos y que permitió a los hombres afirmar su superioridad en la sociedad. Esta afirmación llamó mi atención, por primera vez, al leer la obra del historiador ingles Brian Easlea en su libro Sciencie and Sexual oppression Patriarchy´s confrontation with woman and nature. En este libro, Easlea analiza la situación patriarcal de nuestra sociedad occidental, sobre todo en el campo científico a partir de la Revolución industrial.

En este tipo de cultura, señala Easlea, hay establecida una clara y fuerte oposición entre el hombre y la mujer – hasta aquí nada nuevo bajo el sol – El hombre es considerado fuerte, valeroso, inteligente, creador, activo, mientras que la mujer es considerada dulce, paciente, pasiva, menos inteligente (por no decir limítrofe), comparada y asimilada a los bárbaros y esclavos, y posteriormente, a medida que la “civilización” avanzaba, a negros y monos.

En el siglo XIX se aceptaba corrientemente que la sede de la inteligencia radicaba en los lóbulos frontales del cerebro y que estos órganos estaban mejor situados y eran más grandes en los hombres que en las mujeres. De tal modo se impuso esta noción, que en los estudios del cerebro, a partir de la mitad del siglo XIX, se estableció la norma de designar al hombre como Homo Frontalis y a la mujer como Homo Parietalis pero: “A fines del mismo siglo nuevas investigaciones condujeron a la conclusión que los lóbulos frontales de las mujeres eran más gruesos que los de los hombres ¿Qué conclusión sacar de eso? ¿Sería preciso admitir que las mujeres eran más inteligentes? Felizmente se descubrió que la preponderancia de la región frontal, contrariamente a lo que se creía, no implicaba una superioridad intelectual. Eran los lóbulos parietales, los que tenían importancia… en una palabra, pasara lo que pasara con sus lóbulos la mujer era muy inferior al hombre”.

Ya Aristóteles, en su trabajo sobre La Reproducción de los Animales plantea la tesis que sólo el hombre es creador “la hembra en tanto tal, es pasiva, el varón, en tanto tal es activo… la hembra es un varón mutilado y la relación entre ambos es sencillamente la relación entre un ser superior y uno inferior… las hembras son más débiles y frías por naturaleza, y hay que considerar el sexo femenino como una malformación natural…”. Toda esta teoría de la Reproducción animal, donde el esperma ocupa un lugar principal, se basa en ciertos principios que se explican por la misoginia presente en la sociedad griega de la época. Entre esos principios se haya aquel que afirma que el macho es el principio del movimiento y, por tanto, lo mejor y más divino por naturaleza, y la hembra es la materia, y por tanto la parte más débil. El más y el menos de Aristóteles – tô mâllon kaì êtton – corresponden al más como sinónimo de lo masculino, por tanto todos los atributos positivos y el menos al mundo femenino, por tanto todo lo negativo que puede traer aparejado con el mismo signo con se marcaba a bárbaros y esclavos.

Esta concepción aristotélica se manifiesta con aún mayor fuerza a partir del desarrollo del capitalismo que detenta como consigna que, para que las ciencias progresen es preciso ser racional, riguroso, inventivo y objetivo. Con ello se exalta es la inteligencia y el pensar masculino. El hombre es considerado un cerebro. ¿La mujer?, bueno: sexo y sensibilidad que son lo mismo que decir irracional. Un texto médico del año 1694, citado por el Epistemólogo Francés Pierre Thuillier es ilustrativo “Las mujeres a causa de su sexo frío y húmedo no pueden estar dotadas de un juicio tan profundo como el de los hombres; de hecho constatamos que son capaces de tener conocimientos sobre temas sencillos, pero raramente consiguen ir más allá de nociones superficiales cuando se trata de ciencia profunda”.

En un interesante Ensayo sobre el cerebro de las mujeres, escrito por Stephen Jay Gould este menciona la afirmación hecha por un discípulo de Paul Broca, el famoso Cráneometrista parisino del siglo XIX, Manouvrier que era el apellido de este discípulo, escribió una emotiva defensa de la mujer, rechazando la noción de inferioridad que le querían echar a la espalda, bajo el argumento, que les gustara o no, las mujeres tenían el cerebro más pequeño que los hombres y, por tanto no podían pretender ser más inteligente que aquel. “Las mujeres exhibieron sus talentos y sus diplomas, invocaron también autoridades filosóficas. Pero se les oponían números desconocidos para Condorcet o John Stuar Mill. Estos números caían sobre las pobres mujeres como un martillo pilón e iban acompañadas de comentarios y sarcasmos más sádicos y atroces que las más feroces imprecaciones misóginas de ciertos padres de la iglesia. Los teólogos cristianos se habían preguntado si las mujeres tenían alma. Varios siglos después, algunos científicos estaban dispuestos a negarles una inteligencia humana”.

Las cifras de esta diferencia entre hombres y mujeres en occidente debe cambiar, indudablemente, pero ese cambio no pasa sólo por determinar cuotas de participación femenina en esta área del saber. La solución no es discriminar positivamente, como se llama ahora eufemísticamente, a la institucionalización de la desigualdad. Ella ha sido capaz, a lo largo de historia de demostrar su valía, y su presencia a pesar de persecuciones y misoginia ha sabido instalarse. La solución pasa por el hecho de no permitir, bajo ningún concepto sea este, biológico, cultural, político, religioso o legal, que el progreso de la humanidad pase por coartar la libertad a las mujeres. No se puede permitir que reinen ideas sexistas en detrimento de la mujer.

Su pretendida poca valía no pasa por la inconveniencia de evolucionar bajo una naturaleza femenina, pasa por nuestras propias culpas como hombres y mujeres en la escasa defensa del valer femenino. No creamos tampoco, que el constatar el reinado machista de la ciencia a lo largo de la historia en occidente, puede hacer concluir que ella ha tenido poca importancia en su progreso.

En un análisis comparado resulta absolutamente incorrecto culpar al islam por la vida social atrasada de algunos pueblos donde esta religión es mayoritaria o culpar al islam como religión por las supersticiones que profesen algunos de sus hombres y mujeres. Cuando hablamos de la mujer, es claro que en la sociedad islámica en general, no esas excepciones que tanto le gusta mostrar a occidente, la mujer tiene una posición de honor y además d sus derechos civiles y legales, claros, precisos y concretos goza de un respeto social y familiar. En el plano del divorcio, de la planificación familiar siendo jóvenes y cuando ya avanzan los años.

El leer y escuchar las críticas tan superficiales contra la posición de la mujer en Irán, me hizo recordar la lectura de un medio iraní y la defensa de la mujer frente a estos ataques mediáticos, tan superficiales como el desconocimiento de una cultura tan vasta y rica como la persa. Mientras los medios occidentales se preocupan por temas baladíes, como si la Hiyab, el chador u otra prensa preocupan mayoritariamente a la mujer iraní, esta mujer, esta ciudadana se preocupa cotidianamente por los temas que realmente le interesan: construir un país a la par de los hombres, haciendo uso de todos los derechos que poseen las sociedades civiles adelantadas, léase: estudiar, ir a la universidad, ejercer en el campo de la política, dirigir organismos privados y gubernamentales, como también ejercer otros oficios con menos pretensiones peor no por ello menos dignos. La mujer está en el deporte de entretención y en el competición, combate el fuego, es policía, estudia y enseña, asiste a los seminarios de teología, lleva una vida normal, plena , con alegrías y tristezas como gran parte del planeta.
Los debates sobre la ropa, la vestimenta o si se cubre o no el cabello sólo sirven para desprestigiar a una sociedad, que a lo largo de la historia ha llevado la Hiyab y que además en su variedad geográfica y cultural muestra una diversidad de vestimentas ignorada por esas pretensión d mostrar a irán como un país sombrío y triste. Esos debates sólo sirven a los enemigos de Irán pues la mujer iraní, la que vi en la calle, con la que compartí en radio y televisión Iraní, la que atiende los negocios, se aleja de las polémicas y vive su vida a plenitud centrándose en la tarea de resolver las verdaderas controversias que aquejan a nuestras sociedades, sean estas islámicas o no: acabar con el machismo vetusto y conseguir los derechos que les corresponden.

Refiero estas últimas líneas con una idea que deseo compartir y que me parece que viene plenamente al caso: No obstante lo dicho, la situación de la mujer iraní dista de ser perfecta y desde estas líneas no se pretende que sea el arquetipo para ninguna otra sociedad. Mucho es el camino andado en los derechos de esta mitad de la humanidad, pero, vaya por delante que mucho también es el camino que queda por andar. Y, entretanto, ajena a toda controversia artificial creada por los manipuladores mediáticos que se centran en cuestiones nimias, la mujer iraní continúa paciente desbrozando el camino, abriéndose paso en la sociedad de su país y marchitando sin prisa pero sin pausa el machismo que aún perdura en algunos sectores de su nación.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.