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Octubre argentino

Columna de opinión por Antonia García C.
Miércoles 23 de septiembre 2015 8:27 hrs.


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El 17 de octubre se celebra en determinados sectores de la sociedad argentina el día de la lealtad. La fecha cobra sentido para quienes se reconocen miembros de una gran familia política cuyo acto de nacimiento se gestó el 17 de octubre de 1945. Fecha en que los trabajadores argentinos irrumpen masivamente en Plaza de Mayo para reclamar el regreso de Juan Domingo Perón quien, en su calidad de Secretario de Trabajo y Previsión, había logrado implantar un programa que hizo realidad parte de sus demandas históricas.

Algunos datos previos: el golpe de Estado de 1943 pone fin al último gobierno de lo que se conoció en Argentina como “Década Infame”, período que se inicia con el derrocamiento del presidente radical Hipólito Yrigoyen y que estuvo caracterizado –entre otros– por patentes fraudes electorales que permitieron una seguidilla de gobiernos civiles y militares, una agravación de la crisis económica, una masiva desocupación y la agudización de la dependencia del país en relación, fundamentalmente, a Gran Bretaña. En ese marco complejo, durante el año 1943, el coronel Juan Domingo Perón asume como Secretario de Trabajo y Previsión y desde ese puesto, sostenido en ese momento por las principales corrientes del sindicalismo argentino, pone al trabajador en un lugar histórico: lo reconoce como sujeto de derechos frente a los cuales el Estado está en deuda y como principal fuerza transformadora de una Argentina que aún está por hacerse.

Probablemente, es en esa relación de Perón con los trabajadores que hay que buscar la clave –la médula– de ese movimiento que desde el 17 de octubre de 1945 en adelante se conoce como peronismo. Entre otras cosas, esa relación permite visualizar mejor las dos grandes oposiciones que el peronismo ha tenido en Argentina. En primer lugar, la oposición protagonizada por la oligarquía y sus aliados –civiles y militares– nacionales y extranjeros. En segundo lugar, la oposición de ciertos sectores de izquierda (entre ellos, sectores comunistas, socialistas y trotskistas con alguna notable excepción) que, aunque conformados con anterioridad, no tuvieron la capacidad de unir y organizar al movimiento obrero, ni la de diseñar un programa de gobierno eficaz acorde a sus reivindicaciones. Programa de gobierno que sí concretó Perón durante sus dos primeras presidencias (1946-1952; 1952-1955) y que, tras la “Década Infame”, pudo estabilizarse y desarrollarse en torno a tres banderas principales: independencia económica, soberanía política, justicia social.

Sí, es posiblemente ahí y no en las descalificaciones más frecuentes del peronismo que buscan asociarlo y confundirlo con diversos movimientos totalitarios del siglo XX, ni siquiera en las críticas que remiten a los tres años quizás más complejos de su historia (1973-1976) donde se encuentra una clave de comprensión tanto del peronismo per se como de su rechazo. Nos guste o nos reviente –como supo decir Paco Urondo, hablando de otros temas pero le pido prestada la expresión– Juan Domingo Perón fue elegido tres veces Presidente de la República y fue el presidente de los trabajadores. Nos guste o nos reviente transformó una colonia del imperio británico en país efectivamente soberano y no dispuesto a recibir ordenes de otros imperios, razón por la cual el embajador norteamericano en Argentina Spruille Braden (cf. Braden Copper Company, además de su trabajo a favor de los intereses de la United Fruit Company) lo combatió con todos los medios que tuvo a su disposición y que no eran pocos (remito al lector al rol desempeñado por Braden en la formación de la “Unión Democrática Argentina”, alianza electoral en la que participó la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Comunista y que en uno de sus actos presentó gigantografías de sus “referentes”; de izquierda a derecha, ellos eran: Roosevelt, Truman, Stalin, Attlee, Churchill versus el “eje nazifascista”, sic, que encarnaba la candidatura de Perón a las elecciones presidenciales de 1946 que ganó con 52,84% de los votos con una participación del 83% del patrón electoral). Nos guste o nos reviente, el peronismo supo permanecer en el poder por la vía democrática (tras el segundo mandato de Perón que obtuvo, en los comicios de 1952, 63% de los votos con una participación del 87,96% del patrón electoral) y al no poder ser derrotado en las urnas fue derrocado mediante el golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955.

Nos guste o nos reviente, el peronismo sobrevivió como referente y fuerza política a dos grandes períodos de persecución: su proscripción durante 18 años (1955-1973), lo que dio lugar a un episodio épico y muy mal conocido fuera de Argentina llamado “resistencia peronista” y su posterior persecución tras el golpe de Estado de 1976. Pero también sobrevivió a las traiciones internas como las que protagonizó en los años 1990 el presidente Carlos Menem. Nos guste o nos reviente, Perón supo, además, crear un referente político que tuvo como principal “libro inspirador” la realidad argentina, el conocimiento cabal de su propia sociedad y no –o no solamente o no prioritariamente– experiencias políticas gestadas en otros países, en otras coyunturas, con mayor o menor vocación internacionalista. Esto a su vez trae aparejado otro elemento. Y es que el peronismo no puede ser abordado con las categorías en que se piensa “tradicionalmente” la política en otros países (por ejemplo, en Chile y en Francia). Entiéndase por “tradicional”: modalidades, formas y estructuras políticas que básicamente encuentran su fuente de inspiración en modelos diseñados en Europa a fines del siglo XVIII. Desde este punto de vista el peronismo no es “presentable”: nos aleja demasiado de quienes, a más de doscientos años de nuestra independencia, siguen siendo el modelo para las élites latinoamericanas.

Sea como sea, la longevidad del peronismo no puede no llamar la atención. Una de las claves de esa longevidad está en la palabra lealtad que remite a ese lejano mes de octubre. El 13 de octubre de 1945, Perón, que en ese momento se desempeñaba también como Ministro de Guerra y Vicepresidente y había asumido un liderazgo considerado por muchos como peligroso, fue detenido por orden presidencial y conducido a la Isla Martín García. “Ironía de la historia, que repite sus episodios”, escribió alguna vez Roberto Arlt (cómo no pensar en lo ocurrido en Venezuela en el año 2002). Ante esa destitución que toma las características de un nuevo golpe de Estado dirigido esta vez contra las recientes conquistas de los trabajadores, éstos se movilizan y reclaman públicamente a quienes reconocen ya como su líder. Miles de obreros se reúnen el 17 de octubre frente a la Casa Rosada, muchos vienen de lejos, han caminado durante horas, algunos se sacan los zapatos y ocupan las fuentes de la plaza: “¡Las patas en la fuente!” así recibirán los sectores acomodados el acontecimiento fundacional del peronismo. Ya es de noche, cuando Perón es llevado a la Casa Rosada donde el Presidente Farrell pide su consejo y Perón dice –según explica en una entrevista que aparece en el extenso documental que Leonardo Favio le dedicó en 1999– “hay que llamar a elecciones” y acto seguido se dispone a retirarse. A pedido de Farrell y ante sus temores de que el pueblo ahí reunido irrumpa en la Casa Rosada, se queda y sale al balcón. Hecho imborrable para esa familia peronista que sigue viva en Argentina.

Ahora bien, la lealtad del pueblo trabajador –o de una parte determinante de ese pueblo– hacia la figura de Perón que transformó sus principales añoranzas en políticas de Estado, no es el único elemento que permite entender la longevidad del peronismo. Hay otros. Veo uno en especial y es que el peronismo pasó a convertirse con los años en una extraordinaria máquina de poder y esa máquina de poder es atractiva para cualquiera que tenga ambiciones políticas. Sea del sector que sea. Y esto, que resulta revelador de la potencia del peronismo como fuerza política, es también una suerte de talón de Aquiles porque abre la puerta a todos los oportunismos, a todos los golpes bajos. Quizás nadie lo haya explicado mejor que Rodolfo Walsh, periodista y escritor argentino, detenido el 24 de marzo de 1977 y desaparecido desde entonces. Precisión necesaria: Rodolfo Walsh, en 1955, no era peronista sino más bien lo contrario, un opositor que a raíz de un encuentro no tan fortuito se vio llevado a entrar en contacto con la resistencia peronista, a conocerla, a investigar, a informarse, cosa que cambió para siempre su vida (sobre el particular es necesario leer la introducción a su obra magna “Operación Masacre”).

Dijo Walsh:

“El peronismo es distintas cosas, según la época. Llega al poder como movimiento policlasista y lo ejerce así. Es policlasista en el triunfo o en la perspectiva del triunfo. En la derrota, en cambio, el peronismo es obrero y nada más que obrero. Cuando el peronismo está derrotado, se eclipsan los generales, los empresarios y los senadores. O se rasgan las vestiduras y juran que nunca, nunca fueron… Esa es la clave de la caída de Perón. La clase trabajadora quedó sola. El verdadero peronismo. Ahora [en 1972] los adventicios han vuelto, a medida que van viniendo los acuerdos y se habla de elecciones. Hay una carrera frenética para entrar. Encontrás coroneles gorilas [antiperonistas] del 55 que súbitamente descubren que ellos siempre fueron peronistas. Y profesionales, técnicos, políticos…” [citado en “El cine quema: Jorge Cedrón”, de Fernando Martín Peña, INCAA, Buenos Aires, 2013, pp. 72-73]

Así fue, así siguió siendo, y por eso se entiende que el peronismo siempre avance ceñido por dos musas que libran batalla. Ellas son Lealtad y Traición.

Por esto también, y además por otras razones, hay quienes declaran públicamente no entender estos asuntos. “Es que yo no puedo entender –dicen– que dentro de un mismo movimiento, haya sectores de izquierda y sectores de derecha”. Sin embargo, esto no es una invención del peronismo. Esa pluralidad de las tendencias ha caracterizado otros tipos de familias políticas (no digo partidos) como puede ser, en Francia, la extraña familia “gaulliste” que admite representantes de todos los horizontes políticos. Sin hablar, para tomar ejemplos más cercanos, de los partidos que se dicen de izquierda pero asumen y defienden como propias políticas de derecha. Entonces, esta confusión o quizás esta redefinición de las identidades políticas que en ocasiones produce contradicciones dentro de las estructuras partidistas, la encontramos en el peronismo (que por cierto no es un partido sino un movimiento que contiene una infinidad de organizaciones) quizás de manera más álgida que en otras formaciones.

Bien. Dejando de lado a un tipo de observador genuino en su incomprensión, tengo tendencia a pensar que frente a este dilema de entender o no entender, lo que tenemos la mayoría de las veces, es un problema de vocabulario. Ahí donde algunos dicen “yo no entiendo el peronismo” deberían decir “yo no conozco el peronismo, no lo he estudiado, no lo he leído, tampoco lo he visto en acción, no me he detenido a buscar y reunir los elementos necesarios y fidedignos para elaborar un pensamiento personal, del que me hago responsable, sobre el particular”. Esto le cabe a un tipo de “desentendido”. Pero hay otros. Por ejemplo algunos intelectuales argentinos y extranjeros (los peores a mi juico son ciertos intelectuales argentinos que, en presencia de intelectuales extranjeros, declaran con risueña y desdeñosa complicidad que ellos tampoco “entienden el peronismo”). Ocurre que estas personas entienden de todo, dan cátedra, producen en ocasiones textos de alta complejidad, verdaderos desafíos para el intelecto medianamente constituido pero el peronismo excede sus capacidades patentadas por prestigiosas universidades. Hay un tercer tipo de “desentendido”, es el político profesional, en este caso principalmente extranjero, que tampoco entiende el peronismo. En este caso, yo diría: “dedíquese a otra cosa… porque si usted es un político profesional y, sobre todo, si usted aspira a constituir una nueva fuerza política en su país (hace poco nos visitó un político chileno aspirante a gobernante) usted tiene la obligación de entender al peronismo, y también al chavismo sea dicho de paso, y a todas las formas “incómodas” (¿para quién?) de hacer política en América Latina que no responden a los cánones que algunos reconocen como únicos válidos (pero, ¿por qué?, ¿haciendo el juego de quién?)”.

Por haber sostenido éstas cosas u otras parecidas, en el año 2004, en París, una amiga argentina, miembro de H.I.J.O.S, me dijo: “es la primera vez que conozco a una chilena peronista”. Me da gusto escribirlo. Me da gusto porque en esos días yo estaba por emprender un largo viaje a la Argentina donde me radiqué; diez años después puedo agregar que, dentro de la familia peronista a la que pertenezco –desde cierta perspectiva– por vínculos de cariño, reconocimiento y respeto, jamás me fue dado recibir un “cumplido” así. En las conversaciones familiares, en este compartir opiniones y pensamientos diarios, lo que he tenido que escuchar más frecuentemente por parte del más auténtico de los compañeros peronistas es más bien: “¡bolchevique!”, “¡quinta columna!”. Pero no. Hay error en todas esas denominaciones. Volviendo a ese día del año 2004, mi amiga, además de burlarse gentilmente de mí, me planteó un problema que ella tenía. Como decía, era miembro de H.I.J.O.S. (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio). Poco tiempo antes, había sido elegido como Presidente de la República Néstor Kirchner y entonces, esta amiga decía: “nunca nos pasó algo así, hasta ahora siempre estuvimos en la oposición, en contra de los gobiernos y ahora no sabemos bien…”. Estaba emocionada e incómoda. Por primera vez en su historia de “hija” no le resultaba fácil saber qué posición adoptar.

Yo creo que esa duda que se le planteaba a esta joven, hace más de diez años, expresaba la gran oportunidad histórica que nos brindó el kirchnerismo en esta “Década ganada”, como decimos quienes, en Argentina, pensamos que estos tres últimos gobiernos tienen más aciertos que errores o –más precisamente– que, en sus aciertos, el bien que se le ha hecho a esta sociedad es más trascendente que los problemas que no se han podido resolver y los eventuales errores cometidos. Siempre cabe la posibilidad de mejorar, de discutir y de seguir construyendo alternativas. Precisamente, ése es el tema. El tema que nos convoca en el próximo mes de octubre, de cara a las elecciones. Porque es cierto que el kirchnerismo tiene un pasado, una fuente de inspiración, pero tiene además por lo menos dos méritos propios (que quizás no estén desvinculados de su legado histórico): el primero es haber logrado construir una fuerza que, forjada dentro del peronismo, logró también la adhesión, la activa participación de personas –en muy altos cargos– que hicieron su trayectoria en otros sectores políticos y, en ocasiones incluso, en sectores tradicionalmente enfrentados al peronismo. Esta adhesión no se negoció en torno a un choripán como dicen las malas lenguas ni en torno a intereses espurios. Esta adhesión y participación de una pluralidad de sectores en los últimos tres gobiernos tiene una sola explicación: la construcción de un proyecto político en el que unos y otros, y también el viejo y siempre nuevo pueblo peronista, se reconocen. Desde este punto de vista, lo que se llama “kirchnerismo” ha sido una fantástica escuela en actos de formación y superación política. El otro gran mérito de los gobiernos kirchneristas es lo que alguna socióloga algo pedante podría llamar el “reencantamiento” de la política. La total convicción por partes de amplios sectores de la sociedad argentina de que el “juego político” merece ser jugado. Que la economía no se tragó para siempre la palabra política. Que los grandes dueños del mundo no han acabado con los márgenes de libertad que, aun siendo pequeños, pueden todavía modificar la vida diaria de millones de personas. Y ahí en esos ínfimos márgenes se juega hoy la política pero no por pequeños hay que renunciar a ellos. Todo esto ha significado la reincorporación de los jóvenes en los asuntos públicos. Las ganas de participar. Cada cual a su manera, por cierto, en sus distintos puestos de combate…

¿Lo que está en juego en las elecciones del 25 de octubre? Eso. La posibilidad de seguir profundizando un proyecto que ha generado nuevas uniones, inéditas alianzas, novedosas conquistas en los escenarios nacionales e internacionales y una reactualización, una resignificación de las tres antiguas banderas de lucha que propuso Perón: independencia económica, soberanía política, justicia social. Acá no se trata de idealizar nada ni nadie. Porque no se trata de personas, como en múltiples ocasiones lo ha señalado la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Acá se trata de seguir trabajando, especialmente en lo no resuelto, en lo no encarado todavía, al tiempo en que se defiende las conquistas. Es en torno a un proyecto de país, que está en marcha desde hace más de diez años, que se juegan los comicios de octubre próximo. Y en caso de victoria, es a ese proyecto de país que, después de octubre, habrá que ser leal.

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