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Un Norte Chico en tensión

Hemos convivido con el mote de “norte chico” por décadas, constatando que nos ha servido más para esconder que para destacar las diversas formas de habitar el territorio que le caracterizan, determinadas por la preeminencia de la costa, la coexistencia de valles costeros y transversales, y el peso de la agricultura (sí, a pesar de la falta de agua).

Paulina Andrade

  Viernes 25 de septiembre 2015 15:32 hrs. 
Sotaquí2

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La región de Coquimbo se apronta a cerrar uno de los lustros más difíciles de su historia. El terremoto y posterior tsunami del 16 de septiembre solo agrava un panorama económico ya crítico, debido a otro desastre natural que sus habitantes ya consideramos permanente: la sequía. Las lluvias de este invierno aliviaron temporalmente esta situación, pero están lejos de resolver el problema estructural de la gestión del recurso hídrico en la zona.

Hemos convivido con el mote de “norte chico” por décadas, constatando que nos ha servido más para esconder que para destacar las diversas formas de habitar el territorio que le caracterizan, determinadas por la preeminencia de la costa, la coexistencia de valles costeros y transversales, y el peso de la agricultura (sí, a pesar de la falta de agua).

Atendiendo a lo anterior, la tragedia hoy se cruza, no casualmente, con pedidos de autonomía que desde hace varios años se hacen oír desde las provincias del Limarí y el Choapa, dirigidos concretamente a formar una nueva región, independiente de la provincia de Elqui. Ello, teniendo en cuenta factores como su liderazgo en la generación de energías renovables no convencionales, el que ambas concentran el mayor porcentaje de la ganadería caprina del país, y, por supuesto, el rezago respecto de las principales ciudades de la región: La Serena (la capital regional) y Coquimbo.

De centralismo —que va por capas— saben también en el mismo Elqui: muchos de los habitantes de Tongoy que tanto perdieron y que hoy trabajan en la recuperación del borde costero del pueblo, son los mismos que en los últimos años han solicitado a las autoridades, en distintas instancias, su transformación en comuna. En un referendo ciudadano realizado el año pasado en Tongoy, Guanaqueros, Puerto Aldea y El Tangue, el 96% de sus habitantes se manifestó a favor de dejar de depender de Coquimbo, esgrimiendo como principales razones la pobreza y el abandono de dichas localidades.

Se trata de demandas nacidas desde la misma ciudadanía y que, hoy más que nunca, requieren de urgente atención y revisión. ¿Se habría aminorado el efecto de la catástrofe con una administración distinta del territorio? No lo sabemos. Sí creemos que es necesario contar con una planificación geopolítica y de recursos que tenga en cuenta la diversidad más arriba esgrimida, que proporcione a la población herramientas de acción directa, que les permitan valorizar sus riquezas y patrimonios locales, y trabajar a tiempo sus desventajas.

Eso es lo que la región de Coquimbo espera de sus autoridades. Eso, y asertividad y veracidad en la entrega de información, especialmente en contextos de catástrofe. Después de días insistiendo en la tesis de los “daños leves”, ya sabemos que los efectos en la llamada “torre vieja” del Hospital San Pablo de Coquimbo, el más importante de la Cuarta Región, fueron severos, declarando incluso el Colegio Médico el “inminente riesgo de muerte que implica para cualquier persona volver a trabajar allí”.

Generalidades que la capital no perdonaría, y que parecen discurrir más fácilmente a medida que nos alejamos del kilómetro 0. Así se fue instalando desde Santiago nuevamente la idea de “normalidad”, evitando de paso el resurgimiento de fantasmas que hicieran recordar a la población los errores del 27 F. Todo eso, mientras se pasaba sin ambages a la nota dieciochera de rigor, que solo venía a subrayar que la tragedia ocurrió en un otro lugar, menos mal, lejano.

 

 

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