Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 29 de marzo de 2024


Escritorio

“Maldita, soy hija de mi padre”: Sobre “Las tristes”, de Pía Barros


Domingo 4 de octubre 2015 17:24 hrs.


Compartir en

A través de sus distintos libros, reconocemos en la escritura de Pía Barros un continuo, donde los temas abordados en sus últimas publicaciones han ido gestando la brevedad como recurso narrativo y las escasas palabras condensan, como puntada que hila con seda, fragmentos que por sí solos nos evocan intensos nudos narrativos. En Las Tristes (Ediciones Asterión, 2015), su última publicación, a través de 64 microcuentos recorremos diversas voces que habitan la obra de la autora. Entre estos, como una trama de archipiélagos podemos reconocer tres micronovelas bajo los títulos “Muchacha llorando en un tren”, “Máscaras” y “Bocas cosidas”. Es sobre ellos que, principalmente, referiremos su libro Las Tristes.

Variados arquetipos de lo femenino se despliegan a través de estos microcuentos. Su apertura a través de historias donde la espera de una mujer -tan recurrente en referencia al género- es narrada desde diversos ángulos en la micronovela “Muchacha llorando en un tren”, que rápidamente nos sumerge en una trama en que las mujeres permanecen en un lugar brumoso, melancólicas y bordeando el filoso arquetipo de Penélope. Aquí la nostalgia nos convoca a revisitar este imaginario de la amante que espera mientras la vida trascurre ante su mirada perdida y anacrónica; las tristes circulan como susurro que nos recuerda rutas de lo femenino de las que hemos huido –quizá-, buscando silenciosas y etéreas lo que no se encontrará. No son ninfas, son fantasmas dulces, almas melancólicas, imagen romántica de lo amoroso. Su pulsión conlleva el ánimo del desencuentro que navega en la representación que, de algún modo, nos recuerda a la clásica Casablanca: el andén en que se despliega (también) lo amoroso imposible y una mujer doliente.

Estas tristes de “Muchacha…” son, a la vez, un fetiche: fotografiadas, cosificadas, quedan atrapadas en el tiempo fangoso de la repetición. Inamovibles, como la muerte. Cubiertas con una elegante capa de melancolía, ocupan un sitial sobre lo femenino que es interesante observar. Nos preguntamos por la incuestionable atemporalidad de algunos arquetipos y cómo la escritura de Barros nos empuja a transitar por estas formas que conviven y que, algunas anquilosadas, otras en pleno movimiento, son una especie de rizoma de la complejidad de roles y capas significantes de lo femenino a las que nos enfrentamos. Como es de esperar en la obra de Barros, no refiere a lo femenino sin dar cuenta de la violencia estructural (cómo no), aunque esta irrumpe fuera de esta colección de muchachas tristes, abriendo otras zonas en el despliegue de este libro.

Nos preguntamos, también, desde qué lugar se lee lo femenino en los diálogos transgeneracionales, porque las tristes de “Muchacha llorando en un tren” remiten, también, a un arquetipo antes dominante y hoy parte de una gama más amplia de formas de lo femenino y, por suerte, no único representante de este género. Aquí hay una interpelación a nosotras mismas ya que, gracias a la construcción cultural, en parte no menor portamos una amalgama de encargos y estructuras, y los arquetipos parecen guardados en algún lugar recóndito esperando aparecer, mandato cultural que acecha. Las tristes –de esta primera micronovela- son el recuerdo, ensoñación de lo que no fue; representan a su vez las decisiones de lo que se denomina como “adulto”, lo que no se supo enfrentar por inexperiencia o egoísmo. Lo que no se resolvió y nos deja anclado al pasado. Pero las tristes, cuenta Barros, a veces nos sorprenden y recuerdan que la vida puede continuar de otro modo: dejan el lugar en que les situaron y emprenden nuevas rutas. Toman cuerpo, se mueven, y gracias a ese movimiento aparece el fantasma de la traición, dicen quienes las recriminan. Conservadores, por cierto.

La tercera micronovela, “Bocas cosidas”, nos lleva abruptamente al no tiempo (en tanto desconocemos con certeza la escena primordial) inaugural del patriarcado y la violencia sexual, constituyente en distintos planos de esta violencia estructural. Cómo leer su inicial “Maldita, soy hija de mi padre” y no escuchar sus significados a través del eco en el espacio en blanco que le acompaña en la página, como el silencio aplastante que rodea al incesto u otras formas del sexismo, podemos pensar. Esta frase se transforma en imagen significante en sí misma al centro de la página. Ese lugar de enunciación nos recuerda que se es parte de una genealogía e indica inscripción en un linaje. Es a la vez provocación, apertura de sentidos y declaración esencial.

“Bocas cosidas”, imagen de la clausura forzada de las palabras, tensa la inenarrabilidad sin escapatoria posible y desafía la ruptura de los hilos que devinieron en mordaza. No dejará de existir la huella de cada puntada en la piel, pero será posible emitir palabras. La narración de nuestra memoria nos ayudará a repensarnos ante la violencia. Barros nos muestra mujeres de luto riguroso que en un loop se resisten a lavar la ropa manchada con las huellas violentas del patriarcado. ¿Máculas de qué?, pensamos de inmediato, y emergen capas y capas de los rastros que no desaparecen de la historia de la casta de la infamia y la violencia patriarcal. Vestigios imborrables de un eje de la cultura. La barbarie se inscribió a través del cuerpo, también, y los cuerpos portan la huella, signo como testimonio que en tanto circula en el espacio público, denuncia y se asume. Parte de una historia que para detenerse necesita ser expuesta.

“En todas las casas ensombrecidas por la pobreza y el secreto hay un mueble que solo contiene sábanas manchadas. Jamás se lavan. Tienen la ignominia de la derrota en la sangre que ostentan.

Y las madresniñas cosen sacos blancos para reponerlas en los tendidos, pidiendo la tregua de paz que nunca llega.” (34)

Lugar medular de lo que históricamente ha sido territorio femenino condensa dos significantes en “Bocas cosidas”: se nombra a las madresniñas a propósito del quiebre violento ante la niñez robada por la violencia, que las fuerza a la maternidad sin escapatoria. ¿Acaso el incesto y la violencia sexual no han sido parte de la historia de la humanidad hasta hoy? Se sigue violentando lo que no corresponde a lo masculino patriarcal. Y acá no nos referimos sólo a lo femenino, si no que podemos pensar en los diversos géneros. Chile, hoy aún discutiendo sobre la legalización del aborto, ilegal en todas sus formas, cuando sabemos que se practica y la clase es lo que lleva a las mujeres pobres a estar expuestas a prácticas riesgosas, que dejan su vida en un hilo. Chile, donde el femicidio permanece y parte importante de nuestra sociedad y el Estado lo invisibilizan. Acá podemos entender que están las tristes, también. Acá pueden llegar, herederas del silencio de las bocas cosidas, transmutadas y quietas.

En “Bocas cosidas” la condena no se resuelve a través del saber transmitido. De particular interés nos resulta un personaje entrañable que emerge hacia el final de esta micronovela, que nos lleva a una salida y es significativamente llamativo en tanto rompe el género: está travestido. Para salir de la condena del género mandatada desde el patriarcado, llega quien desviste el género y lo viste con nuevos ropajes (género/tela; si quieren hacemos el juego de palabras): el cuerpo se viste y se trasviste. Y calma regresar a la certeza de que aún nos queda intentar la ruptura como gesto de resistencia, pudiendo escapar o abandonar la escena descarnada de la violencia, incluso la de género. Se deben romper los hilos que atan el cuerpo, grafica Barros, para romper las cosificaciones y condenas del género.

Pero no sólo esta insistencia apuntala la escritura de Barros, ya que nos regala momentos de redención, donde despliega la belleza del lenguaje. Ahí, donde el horror clausuró, deja aparecer en susurros palabras que refieren imágenes. Breves, como estos microcuentos, precisas para llevarnos a rumbos que salvan y permiten seguir. Barros ya nos ha mostrado su destreza en estas escrituras breves y se ha encargado de difundir esta forma escritural convocando a escribir a otros y otras en sus Antologías Basta! Más de cien cuentos contra el abuso infantil y Basta! Cien mujeres contra la violencia de género, por ejemplo.

Los microcuentos de Las Tristes operan como fragmentos que devienen mosaico, memoria hilada que compone múltiples escenarios de nuestras historias, y en estos circulan los estudiantes, el nudo profundo de nuestra tensa relación con los pueblos originarios visto desde el bestial modelo económico chileno (y desde el exitismo de una mujer, a la vez, en la micronovela “Máscaras”), las y los migrantes, la historia de nuestro pasado reciente a través del exilio o las familias clamando por justicia en nuestras calles. La ciudad cubierta de pisadas y palabras en búsqueda de dignidad, aquella que tantos nos recuerdan en sus luchas, pequeñas o gigantes. La escritura registra las palabras para que no las olvidemos, han dicho. Y la escritura aparece como pregunta abierta en estos microcuentos, acto fantasma que brota en diversos pasajes del libro.

El sueño se gesta como escenario de oleaje suave y omnipresente en los textos de Barros, las imágenes creadas en ese espacio onírico rondan el libro y lo atraviesan: los sueños de las tristes, el mito fundante en “Bocas cosidas”, las imágenes que no se dejan reprimir y emergen a través del sueño como espacio que se habita y nos invade, a veces perturbador, otras indicando misterios o anhelos. Como ya otras veces nos lo ha ofrecido Pía Barros con su escritura.

Puedes escuchar acá microcuentos de Las Tristes, en la voz de su autora.

 

las tristes

 

Título: Las Tristes

Autora: Pía Barros

Editorial: Ediciones Asterión

Año de publicación: 2015