Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 19 de abril de 2024


Escritorio

Hoy más que nunca: reivindicar la política

Columna de opinión por Antonia García C.
Lunes 16 de noviembre 2015 15:02 hrs.


Compartir en

Resulta llamativo el silencio que, en determinados sectores, se ha hecho en París sobre la dimensión política del drama que nos aqueja. A nosotros todos, en estos días y en todos los días en los que los ciudadanos nos revelamos impotentes en diferentes lugares del mundo. Impotentes ante la soberbia, la inepcia y la criminalidad organizada de los poderosos que detienen el monopolio de la palabra legítima que sirve para nombrarse y nombrar; para decir y convencer a otros de prácticamente cualquier cosa; y que se revelan capaces, a la manera en que lo denunció Orwell –que no vivió lo necesario para analizar la cuota de totalitarismo que es compatible con la democracia– de sostener que la Guerra es la Paz.

¿Qué otra cosa hizo el Presidente François Hollande en su alocución del sábado 14 de noviembre? Asumir y callar. Asumir que esto es una guerra pero dejando de lado la cuestión de quiénes y cuándo la declararon, de quiénes y cuándo se hicieron cargo de condenar a la inseguridad perpetua a las poblaciones civiles de distintos territorios. ¿Qué tipo de lógica sostiene el nuevo ataque a Siria? La aberración que constituye este nuevo bombardeo que prolonga la cadena de muertes inocentes. Víctimas que –ya lo sabemos– no son todas iguales. Definitivamente no lo son y, de alguna manera, Orwell también nos permitió pensar esto: todos los muertos son iguales pero algunos son más iguales que otros.

Pero, qué más da: LA FRANCE RIPOSTE. Francia responde. Francia contraataca y bombardea Raqqa. Así dice hoy el diario Libération. No es el título. El título es otro y remite a la tragedia del viernes, a la escena visible del dolor. La escena del duelo susceptible de generar un sentimiento de unión que no existe en ningún otro escenario francés. Sin duda como dijo Jean-Luc Mélenchon (militante socialista, fundador del Parti de Gauche) habrá que dejar que pase este momento de duelo, este momento de dolor, para volver a poner palabras. Otras palabras.

¿Cuál es la parte de responsabilidad que le corresponde al Estado francés en esta masacre ocurrida en su propio territorio? ¿Cabe pensar que es proporcional a la responsabilidad que le corresponde en otras masacres? ¿Puede ser que el Estado francés, su actual gobierno –¿socialista?– considere su política exterior exitosa? ¿Puede ser que esa política exterior francesa no solamente no sea cuestionada sino, por el contrario, reforzada? ¿Cómo saber con exactitud, en este tipo de decisiones –bombardear Raqqa en calidad de “respuesta”– cuál es la parte razonada, calculada, y cuál es la parte de desesperación? El “sálvese quien pueda” que a lo mejor también entra en juego. ¿Puede ser que se considere exitosa una política de seguridad interior que, aunque lleva años restringiendo libertades, se revela nuevamente incapaz de asegurar la vida en territorio francés? ¿Puede ser que, desde los círculos políticos, las voces que se hayan levantado con más fuerza para señalar que ha habido “fracaso” sean las de derecha? Voces que exigirán más y peor: la aplicación simple y llana de la lógica guerrera sin complejos y con todos los medios del Estado, dentro y fuera del territorio francés.

La tragedia que hoy padece Francia nos pone frente a una situación que, en mayor o menor medida, todos venimos padeciendo en nuestros propios territorios de residencia. Y es la poca o nula capacidad que tenemos los ciudadanos de ejercer el contra-poder a la hora de plantear diferencias con tal o cual decisión de gobierno o –franca y abiertamente– con toda una política gubernamental.

¿Qué duda tenemos sobre el hecho de que Francia, en este caso, no funciona como un hombre solo? ¿Qué duda tenemos sobre el hecho de que, en Francia, existen sectores importantes que no avalan las arriesgadas y criminales decisiones tomadas por sus últimos presidentes sean del sector que sean? Entre las voces que han planteado posturas distintas ésta:

“Estos atentados son actos repudiables. (…) Pero no expresamos ninguna solidaridad al Estado francés y sus dirigentes políticos. Ellos tienen una gran responsabilidad en las guerras que devastan al Medio-Oriente (…) Es por eso que Lutte ouvrière no agregará su voz al concierto de la unidad nacional. No tenemos nada en común con los Hollande, los Sarkozy y los Le Pen”.

Así se expresó Nathalie Arthaud, dirigenta trotskista. Cosa que suscitó más de un comentario irónico, no hacia este sector político en particular sino hacia toda una izquierda francesa (plural, formada por distintos grupos y tradiciones) que se obstina en su discurso crítico y que es, claramente, minoría.

Y de pronto uno percibe el cerco. No se trata tanto de que haya pocas voces para intentar llamar las cosas por su nombre sino de que, en este caso también, todas las voces son iguales… pero algunas son más iguales que otras…

¿Qué haremos con nuestra minoría? ¿Somos realmente minoría? ¿O somos una mayoría que se ignora, que no encuentra la manera de constituir su forma de ejercer presión sobre los irresponsables que conducen este mundo, nuestro mundo, al ocaso? ¿Cómo haremos para que la democracia deje de ser, en tantos y tantos lugares, el chantaje del mal menor? La gran estafa que cada cierto tiempo transforma a la mayoría de los ciudadanos en rehenes de su clase política. (Y, como si fuera poco, en algunos casos, de imperialistas sin poder o de imperialistas que ya no tienen el poder de salvar a nadie, que sólo pueden condenar).

Me nace decir que hay que obstinarse. No en la expresión de un lamento sino en la construcción de solidaridades eficaces. No sirve nuestro lamento (sea quien sea la víctima) si no se acompaña del fortalecimiento de espacios concretos donde se pueda elaborar una voz y una acción libres. Libres de engaño, libres de autocomplacencia. Y, además de libres, tozudas en la construcción del lazo aquí y ahora. El lazo: eso que une a quienes teniendo distintas creencias, distintos modos de pensar, pueden coincidir en la necesidad de no abandonarse a la impotencia ante lo que otros hacen en nombre de pueblos a los que pertenecemos. A ese vínculo, a ese disputar lo que se hace en “mi nombre” le llamo también política.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.