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Los trágicos efectos de la hipocresía universal

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Lunes 16 de noviembre 2015 8:45 hrs.


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En la ausencia de valores y liderazgos políticos y espirituales debemos explicarnos los horrores que conmueven al mundo, como estos recientes atentados terroristas ejecutados en París. Pero si la humanidad tuviera conciencia de las embestidas bélicas que las grandes potencias les propinan constantemente a los países del Tercer Mundo, en realidad no nos sorprenderían demasiado las dramáticas escenas que presenciamos en Francia. Hasta tendríamos que resignarnos a aceptar que la única forma en que pueden defenderse las diversas naciones de África y Asia de los criminales bombardeos estadounidenses y europeos es buscando infiltrarse en los países agresores y provocar el horror que hemos observado y que, con toda seguridad, seguiremos constatando.

Si los medios de comunicación nos mostraran las centenares de incursiones aéreas que asolan barrios, establecimientos educacionales, hospitales y otros en persecución del Estado Islámico – y que tienen como blanco no solo campamentos militares sino los hogares de cientos o miles de mujeres y niños- muy probablemente las propias Naciones Unidas le exigieran a Barack Obama, Francois Hollande, Vladimir Putin y a otros gobernantes que pusieran cese al fuego y se avinieran a promover un diálogo conducente a la paz , al respeto y a la convivencia con otras formas de vida y creencias como las del mundo islámico.

Hasta sería posible hacerlos respetar aquel principio de “no intervención en los asuntos internos”, tan proclamado como vulnerado por aquellas potencias asumidas de motu proprio como gendarmes de la humanidad. En los campeones de la democracia y la libertad, como muchos siguen creyendo, cuando ya es más que evidente que lo que siempre defienden con su incontrarrestable superioridad bélica son sus intereses económicos, el acceso, dominio y explotación de los recursos naturales y el control de las reservas energéticas.

Hoy, los hipócritas analistas internacionales explotan la conmoción mundial que surge de la atroz muerte de más de un centenar de franceses, sin decir palabra sobre las regiones enteras en que son diezmadas sus poblaciones civiles producto de los incesantes bombardeos aéreos, como los que reanudó desde ayer la fuerza aérea francesa, para tomarse venganza de quienes actuaron en su propio territorio y hasta tenían identidad francesa. Cientos de miles de indefensos e inocentes seres humanos que no tienen más remedio que arrancar en estampida de estos escenarios de guerra y desolación.

Sería bueno interrogarse sobre el drama que está detrás de quienes buscan asilo en otras naciones. Como, asimismo, lo inadvertido que pasó la reciente muerte de decenas de niños en El Líbano. Tal pareciera que las distintas razas y el color de piel marcan el precio de la vida en este mundo marcado por las desigualdades y la segregación. Por supuesto que debemos horrorizarnos de la forma en que el Ejército Islámico mata sin siquiera discriminar a sus víctimas, a quienes nada tienen que ver con las decisiones políticas de sus gobernantes.

Pero con ello no nos deja de impactar la forma en que los combatientes islámicos ofrendan su vida en este horrible cometido, cuanto la disposición de otros miles de ellos de repetir estas masacres. Por un momento, hagamos un ejercicio de imaginación respecto de lo que podría ocurrir en nuestro país si solo existieran una veintena de jóvenes chilenos dispuestos a vengar con su propia vida la cotidiana injusticia que padecen, los atropellos a sus derechos humanos, como todas las impunidades tan extendidas. Pensemos el horror que también pudieran ocasionar en teatros, supermercados, templos y otros puntos de alta concentración humana, si es que además tuvieran la férrea convicción religiosa de los musulmanes. Es decir, esa certeza de que el mejor destino de la vida es después de la muerte. Sobre todo si ésta es auto infringida por una gran causa.

Pensemos, por lo mismo, lo que se le viene a las potencias mundiales si presidentes tan necios como el gobernante francés ahora se proponen ejercer la ley del Talión y multiplicar su acoso criminal en contra de los países árabes y musulmanes. O si el propio Presidente de los Estados Unidos (con ese Premio Nobel asignado para vergüenza del parlamento noruego) quisiera ganar más puntos históricos en materia de invasiones, muertos, ejecutados y torturados. Si quisiera asegurarse que ninguno de sus sucesores, demócratas o republicanos, pueda superarlo en este sentido, cuando su gestión lo que ha ocasionado es un reguero de sangre y lágrimas en los continentes de donde justamente es originario. En una trayectoria de crímenes y abusos imperialistas que ha elevado a principio universal eso de que “no hay peor astilla que la del mismo palo”.

Quiera Dios que los grandes referentes religiosos e intelectuales del mundo sepan descubrir el trigo de la cizaña en esta dramática hora que vive la Humanidad. Que ejerzan liderazgo sobre la mediocridad generalizada de gobernantes y políticos de todo el orbe. Que se demuestren capaces de denunciar tanta hipocresía y, junto con solidarizarse con las víctimas de Paris, manifiesten compasión, también, por los miles de habitantes de la Tierra que todos los días mueren y les son completamente arrasadas sus viviendas y sus cultivos por los soldados de las potencias aliadas, que después hasta resultan condecorados por lanzar sus asesinas y cobardes bombas. Como en su hora también recibieron honores los verdugos de Hiroshima y Nagasaki.

Tal como lo demuestran algunos sólidos estudios, matanzas como ésta de Paris, la de las Torres Gemelas y otros bullados atentados terroristas no representan siquiera el 0.2 por ciento de las víctimas que provocan anualmente las fuerzas armadas mercenarias de Estados Unidos, Europa y de las otras naciones que les son serviles. O las que ejecutan internamente aquellos regímenes impuestos en sus distintos protectorados, como los de Israel, Marruecos y otros estados lacayos, que hoy les proveen petróleo, turismo y alimentos, se clientelizan del lucrativo tráfico de armas y les aseguran votos en la Asamblea General de la ONU y en su sicario Consejo de “Seguridad”.

Comprobamos, ya, que nuestro país, tan pobre también en líderes y políticos dignos, se suma al coro de aquellas naciones de la Tierra rendidas al influjo de los Estados Unidos, de sus políticas neoliberales y perversa política exterior. Las primeras expresiones, en tal sentido, ya se nos hacen bochornosas, como estamos ciertos que se sumarán a los despropósitos que nuestra Cancillería comete a diario en nuestras relaciones vecinales.

En la voluntad de nuestras autoridades por desmarcarse de nuestro continente y del Tercer Mundo, no sería extraño que en el delirio mundial por lo acontecido este fin de semana a más de algún político nuestro se le ocurra ofrecer soldados, aviones y armas para sumarnos a la nueva Cruzada universal contra el Islam. Sin siquiera detenerse a considerar que un kamikaze de éstos que acaban de actuar en Paris puede llegar a provocar más daño que muchos cientos de soldados mercenarios como los son, efectivamente, los que operan en nombre de la democracia y la defensa de la civilización occidental a tantos miles de kilómetros de distancia de donde viven y de quienes los mandatan.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.