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Mujeres ebrias


Miércoles 25 de noviembre 2015 16:35 hrs.


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En general la sociedad castiga al que se somete a tratamiento. En cambio es más proclive a dejar libre por la vida al “simpático” bueno para beber o al drogadicto social.

Conocí a Yolanda en el boliche de don Polo, en una de las calles aledañas a la laguna de Las Tres Pascualas, en Concepción. Había sido bailarina de  Rancagua a Chillán, de compañías modestas de los años sesenta y setenta. Nunca pasó más al norte ni má al sur de esas dos ciudades.

En dos oportunidades, en estado de ebriedad olvidó apagar el fuego en la pieza que arrendaba en una casa venida a menos y sufrió  amagos de incendio oportunamente intervenidos. En los dos años que de una u otra forma  alterné con ella donde don Polo, tuvo tres caídas que culminaron en hospitalización.

De pronto desapareció, como ocurre con todos los asiduos a estos semi clandestinos de mal pipeño, que mantienen las puertas abiertas en verano y en invierno aunque hiele.

Una tarde veo a una señora, de unos treinta años, bien vestida, se notaba afuerina de esos pagos, besando apasionadamente a don Morales, un habitué destruido, desdentado. Mi extrañeza fue grande como la de ella al verme en estas lides. Estaba bastante borracha pero no lo suficiente para caer. Se mantenía en pie dignamente y no soltaba a su presa. Pasé a una especie de reservado y ella mi siguió: “Oye, yo se quien eres. Mi marido me echó de la casa esta mañana por curá…Pa que veas, así que me importa un comino lo que piensen mis colegas profesores de la Universidad”

Y retornó a lo suyo con este señor que también desapareció súbitamente. Cuando pregunté me respondieron con el gesto de empinar el codo.

Las mujeres bebedoras de las poblaciones son muchas. En los grupos ABC, también, pero de una u otra forma el sistema las oculta o actúa con cierta permisividad.

He visto en barrios populares a mujeres, generalmente adultas mayores, que de mañana salen a comprar y de paso cargan una caja de medio litro. Por las tardes las observo en la misma faena. El encierro empeora la situación  porque el trago a diferencia de la droga, a excepción de la marihuana, se huele.

Un día, conversé con una de las vecinas y me contó sin inmutarse su sistema de matar el tedio: “Las que vivimos solas, viudas, separadas o con los hijos lejos, bebemos por pena y aburrimiento con la tele o la radio al frente. Otras, que tienen pareja se las arreglan pero terminan mal.”

La mujer casada que vive  con el marido, y solo regresa del trabajo de noche, consume sorbo tras sorbo sin disimulo,  desde la mañana mientras hace el aseo, almuerza y luego descansa. Suele salir a comprar más vino y le dice al esposo que lo estaba esperando. Le tiene su vaso servido.

Al comienzo la mentira suele deslizarse pero con el tiempo, los hombres se angustian, se enojan, pueden actuar con violencia verbal y física.

En la mayoría de los casos, se separan. Cuando hay hijos grandes, éstos no suelen intervenir y eluden a los autores de sus días.

En otras ocasiones, los conyugues también y llegan al hogar después de haber hecho un aro en el camino. En consecuencia, ambos se acuestan  pasados.

La mujer con hijos suele cuidarse pero cuando cae en el consumo es notable el cambio en la familia. Los niños llegan desarreglados a clase, sin colación y menos aun con las tareas cumplidas. Es aquí donde a veces interviene el Sename y las madres suelen quejarse de la injusticia.

Asimismo, si un o una menor vive con una madre alcohólica, es muy probable que el Sename intervenga. También se da  el caso de la madre  trabajadora fuera del hogar y es él quien queda a cargo del niño. Si bebe en su presencia y es denunciado y sorprendido en falta, intervienen los organismos pertinentes.

Esa suerte de machismo que existe, la discriminación entre hombre y mujer ebria es que efectivamente, la sociedad esta más acostumbrada a verlos a ellos en mal estado. Sin embargo, es cierto que aun sin prejuicios, la mujer borracha luce a la vista más denigrante que el sexo opuesto.

Asimismo, suele decirse que la mujer que acompaña a un hombre alcohólico, lo es también por su complicidad. Las hay que van con sus maridos a las juergas para no perderse nada. Igual beben pero menos. Hay otras que tratan de rehacer el matrimonio sublimando la enfermedad de la pareja.

Para una mujer con familia internarse en un centro donde sea, resulta duro; primero explicar a los hijos si son pequeños los mas grandes suelen comprender y elogiar la decisión. Se sienten muy culpables del abandono del hogar sin tomar conciencia que lo tenían abandonado mucho antes, estando en casa pero ausentes por efecto de las burbujas espirituosas.