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Año XVI, 18 de abril de 2024


Escritorio

La vida de cualquiera según Primo Levi

Columna de opinión por Antonia García C.
Miércoles 2 de diciembre 2015 8:42 hrs.


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Hay un cuento de Primo Levi que quisiera compartir con los lectores. Un cuento “actual”, lamentablemente, como toda su obra. No tengo otra manera de hacerlo como no sea contarlo. Es un cuento largo, la versión que tengo está en francés, pertenece a una antología llamada originalmente “Vizio di forma” (Defecto de forma). El cuento es “Procacciatori d’affari” y es probable que figure en la edición en castellano de los cuentos completos del autor.

(Comentario al margen: hace poco una persona me reprochó con mucha delicadeza la complejidad de mis textos. Le pido disculpas, no es desde luego voluntario. Por otra parte, durante años me reprocharon lo contrario: “se te entiende todo”. Frente a esta situación uno siempre puede renovar sus esfuerzos, apostarle a una posible comprensión entre las personas. Pero también se puede acotar que, frente a ciertas encrucijadas de la vida, no siempre hay que “entender” y que las posibilidades de comunicar tienen muchos caminos. Por eso, esta columna dedicada al escrito de otro, no se explica a sí misma ni tiene conclusión. En cambio propone algo así como una invitación a una performance lectora: que el lector que se interese busque el cuento de Primo Levi en castellano, que lo lea completo y que nos diga al menos cómo hay que nombrarlo en nuestro idioma).

“Procacciatori d’affari”, en italiano, “Agents d’affaires”, en francés, pone en escena a cuatro personajes. S. el protagonista. Y tres representantes o agentes de negocios que han venido a visitarlo. El cuento empieza cuando S. está trabajando como podría hacerlo algún ingeniero o algún matemático y se ve interrumpido por la visita de estos personajes. S. se siente molesto, quisiera seguir trabajando, hace lo que puede para concentrarse en su labor, hasta que no le queda más remedio que recibir a las visitas que le explican lo siguiente:

“–Nosotros no vendemos seguros, y tampoco vinimos hasta aquí para vender: o sea, no exactamente para vender mercancía. Nosotros somos funcionarios. (…)

–¿Y qué tienen para ofrecerme?

–La Tierra, respondió el muchacho, con un guiño lleno de cordialidad. Nosotros somos especialistas de la Tierra, usted sabe: el tercer planeta del sistema solar. Un lindo lugar, por lo demás, como trataremos de demostrarle, si nos permite.”

Rápidamente, se entiende que la escena transcurre en un lugar donde viven los que no han nacido todavía. Almas que no tienen cuerpo. La misión de los tres agentes es convencer a S. para que emprenda un viaje hacia la Tierra dentro del cuerpo que le será asignado. Se trata de una misión al parecer común. S. se esperaba a recibir esta visita. Pero indica que no se siente preparado. Los representantes se disponen a informarlo para que pueda tomar una decisión:

“–Encantado, dijo S. Estoy a su disposición. Pero sin compromiso, ¿verdad? Yo no quisiera que…

–Quédese tranquilo, dijo G; esta entrevista no equivale a ningún compromiso, y nosotros trataremos de no forzar su decisión. Le vamos a exponer los datos de la manera más objetiva y completa. Pero tenemos el deber de informarle: no habrá una segunda visita. Usted lo entiende, sin duda: hay muchos candidatos, y nosotros, para este oficio que consiste en hacer entrar almas en cuerpos, somos muy poquitos.”

Uno de los representantes abre su maletín y comienza una tarea de exposición como la que podría hacer un agente de turismo a través de fotos que muestran bellos paisajes, situaciones diversas (“típicas”). Fotos que, en este caso, pueden ser animadas y mostrar el antes y el después. En esa exposición se habla de distintos aspectos que caracterizan a la Tierra como un lugar sumamente atractivo para vivir.

De a poco, sin embargo, se van escapando fotos que muestran situaciones distintas, situaciones que desmienten el mensaje general del “todo está bien”. S., personaje curioso, empieza a indagar, a preguntar, a exigir que lo informen mejor para no tomar una decisión a la ligera. Entonces aparecen los temas de la pobreza, de la desigualdad, del racismo. Los representantes intentan, primero, minimizar esas situaciones, luego le explican a S. algunas de las ventajas que tiene el simple hecho de vivir:

“Mire y esto lo puedo afirmar por experiencia propia: el que ha probado el fruto que es la vida, ya no puede renunciar a él. Todos lo que nacieron, todos, con muy pocas excepciones, se aferran a la vida con una tenacidad que sorprende incluso a los propagandistas que somos, y que es el mejor elogio de la vida misma”.

Por cierto, en el relato, en el intercambio, queda claro que para ser representante hay que haber vivido. Por lo cual todos los representantes pueden esgrimir un “curriculum terrestre completo” (sic).

A pesar de los esfuerzos desplegados, S. sigue dudoso. De a poco van apareciendo otros temas, especialmente la guerra, el exterminio, la injusticia. En ese momento, el representante de más experiencia le pide a los demás que lo dejen solo con S. y le cuenta la “verdad”.

“–Usted, me parece, ya lo ha entendido: alguien, en algún lugar, cometió un error y los planes terrestres presentan una falla, un defecto de forma. Durante unos cuarenta años, hicimos como si no nos hubiésemos dado cuenta, pero ahora, hay demasiadas fallas, y no se puede seguir esperando: hay que tratar de remediar, y gente como usted puede ser útil. (…)”

El representante le explica a S. que sus cualidades personales pueden ser importantes en la Tierra y que, por tal motivo, no nacerá en cualquier lugar, ni en cualquier cuerpo, ni tendrá la vida de cualquiera. Le muestra una nueva serie de fotos que ya no dan lugar a ningún comentario. (Fotos como las que todos los diarios y las televisiones del mundo vienen mostrando hace décadas). Luego le dice:

“Usted recibirá al mismo tiempo que una apariencia humana, las armas que le serán necesarias. Son armas potentes y sutiles: la razón, la piedad, la paciencia, el coraje. Usted no nacerá como nacen los demás: el camino de la vida le será facilitado para que sus cualidades no se malgasten”.

Terminada esta parte de la argumentación, ya con una visión amplia del desastre que es (también) la Tierra, S. se queda un momento en silencio hasta que dice lo siguiente:

“–…No quiero nacer con una ventaja. Temo sentirme un estafador y tener que bajar la cabeza durante toda mi vida frente a cada uno de mis compañeros sin privilegios. Acepto, pero quiero nacer por azar, como cualquiera: entre millones de hombres que nacerán sin destino, entre los predestinados a la servidumbre o a la lucha desde la cuna, si es que tienen cuna. Prefiero nacer negro, indio, pobre, sin indulgencias y sin perdones. Usted me entiende ¿verdad? Usted mismo lo dijo: cada hombre es su propio artesano. Entonces es mejor serlo por completo, construirse desde las raíces. Prefiero estar solo para forjarme a mí mismo, y la ira que me será necesaria, si es que soy capaz; de lo contrario, aceptaré el destino de todos. El camino de la humanidad desarmada y ciega será mi camino”.

Así termina el cuento.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.