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“Fragmentos de Lucía”: Piezas deslavadas

La segunda película de Jorge Yacoman tiene como protagonista a Javiera Díaz de Valdés interpretando a Lucía, una joven mujer que llega desde Santiago a Valparaíso en busca de su madre biológica. Sin más recursos que la solidaridad de un par de personajes va siguiendo la pista de esta mujer cuyo encuentro, suponemos, le daría un nuevo sentido a su vida.i

Antonella Estévez

  Sábado 28 de mayo 2016 16:54 hrs. 
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La película parte con Lucía llegando a Valparaíso, y esta ciudad en que transcurre gran parte de la búsqueda –y que podría haber sido un recurso interesante visualmente, por su atmósfera y texturas- poco se luce en la película ya que la elección del director es más bien mostrar espacios interiores o, cuando hay exteriores, quedarse siempre muy cerca de los personajes. “Fragmentos de Lucía” propone desde el principio planos muy cerrados, con la cámara siempre encima de la protagonista. Es la interioridad de Lucía lo que se supone moviliza toda la historia, pero la verdad no hay mucho que ella deje traslucir. Y eso porque no se reconocen elementos para construir el personaje y generar el interés y la empatía del espectador.

Se parte abruptamente sin una descripción de personaje que pueda darnos pistas de quien es y a medida que la narración avanza, tampoco es mucho lo que llegamos a descubrir. No sabemos por qué hace lo que hace, cuál es su pasado, ni cuáles son sus objetivos. E incluso en muchos momentos parece haber problemas de verosimilitud respecto a la construcción misma del personaje, ya que resulta difícil entender por qué una mujer de las características -que alcanzamos a visualizar por rasgos externos: edad, clase, formación- y en esa situación, actúa tan pasivamente ante todo lo que se le presenta. El retrato que se hace de Lucía es el de una niña/mujer muy frágil, sin habilidades ni recursos que emprende esta búsqueda desde cierta inercia, dejándose llevar por el liderazgo de esta amiga que recién conoce y que, sorpresivamente, deja su propia vida en pausa para hacerse cargo de la protagonista.

La historia escoge contarse a sí misma desde los fragmentos, y en ese sentido se podría valorar el intentar romper con la narrativa a la que estamos acostumbrados, el problema es que no queda claro por qué vemos las escenas que vemos y otras que –suponemos podrían ayudarnos a entender mejor la historia- quedan fuera. Se va haciendo difícil para el espectador involucrarse con la narración, ya que no se entregan muchos elementos que le permitan participar desde la intriga o desde la emocionalidad. Porque, aunque puede ser muy interesante construir desde el misterio –hay grandes películas contemporáneas que se plantean más desde la experiencia que desde la explicitación de un relato- para que el espectador pueda mantenerse interesado es necesario siempre poder darle algunos elementos que alimenten esa atención.

Lamentablemente en este filme ni lo visual, ni lo narrativo, ni lo actoral –excepto en las dos apariciones de Alejando Sieveking, a quien siempre es un placer observar- están resueltas a un nivel que puedan cautivar al espectador. Hay un par de escenas que están al límite de lo absurdo y quizá si esa fuera la propuesta general de la película –jugar con la memoria, con la confusión del personaje- podría llegar a resultar interesante. Pero el resto del filme está contado desde un naturalismo extremo, con pausas y escenas cotidianas que poco aportan al ritmo y a la coherencia total del filme. Lo que se nos presentan son fragmentos, piezas de un rompecabezas que no alcanzamos a armar, ni a entender y del cual nos alejamos sin mucho interés.

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