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Moscú no quiere repetir 1812 ni 1941

Columna de opinión por Sergio Rodriguez G.
Lunes 30 de mayo 2016 7:59 hrs.


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Pese a que la URSS había desaparecido en 1991, el primer presidente ruso de la nueva era, Boris Yeltsin, dio continuidad a las políticas iniciadas por su antecesor soviético Mijail Gorbachov en materia de acercamiento a Occidente, llegando a firmar en 1993, los tratados START II, que suponía la reducción del arsenal nuclear, los submarinos nucleares y los misiles de largo alcance. Sin embargo, la Duma (poder legislativo ruso) se negó a ratificar tales acuerdos firmados por el Pesidente, entre otras cosas por la discrepancia de los parlamentarios con ciertas concesiones hechas por el gobierno ruso, pero sobre todo por su oposición a la política estadounidense de expandir la OTAN hacia el este, lo cual era claramente considerado como ofensivo a la integridad territorial rusa y peligroso para su soberanía. De esa manera, fue patente desde el primer momento en que Rusia comenzaba su andanza por el escenario internacional al margen de la Unión Soviética, que los representantes del pueblo, expusieran su rechazo a esta política.

Sin embargo, para Rusia siempre estuvo claro que era importante fortalecer sus relaciones con Europa, a la que consideraban un espacio natural para avanzar en la creación de mecanismos de integración mutuamente ventajosos. Por ello, hizo esfuerzos para insertarse en las organizaciones multilaterales existentes en el Viejo Continente. En 1994 se firmó el Tratado de Asociación y Cooperación entre Rusia y la Unión Europea que entró en vigencia en 1997. Vale recordar que en todo momento, el gobierno ruso hizo ver a sus pares europeos, la inconveniencia de intentar una expansión de la OTAN hacia el este, mientras buscaba una participación más activa en la Organización para la Seguridad y la  Cooperación Europea (OSCE), que había sido creada en 1994.

A pesar del reconocimiento ruso a la influencia de Estados Unidos en Europa, en el trasfondo tenía una gran preocupación por el incremento de la subordinación europea a Estados Unidos en un momento en que la política exterior estadounidense apuntaba a la construcción de un sistema internacional unipolar, bajo hegemonía de Washington, cuya mayor expresión fue la intervención militar de la OTAN en Yugoslavia.

Todo esto fue posible en el marco de un gobierno extremadamente débil en Rusia, que supuso que su acercamiento a Europa, la introducción del capitalismo y la instauración de una democracia de corte occidental, iba a ser garantía de respeto de Occidente a la integridad territorial rusa y a las decisiones soberanas que tomaran en el desarrollo de una política independiente. Lamentablemente la historia, -como casi siempre ocurre- le hizo pagar caro su error. Es posible que nunca antes, Rusia haya estado en una situación de tanta debilidad respecto de sus pares, que incluso la sometieron a situaciones verdaderamente inaceptables para un país que durante siglos había sido una potencia mundial.

Aunque en materia de política exterior se comenzaron a manifestar algunos cambios a partir de 1996, cuando Evgeny Primakov, se hizo cargo del ministerio de relaciones exteriores y promovió una política alineada con la defensa de los intereses rusos en su entorno inmediato a fin de garantizar un anillo de seguridad para su país respecto de las ambiciones expansionistas de Occidente, la verdadera transformación ocurrió con la llegada del presidente Vladimir Putin al poder en el año 2000, cuando se propuso elaborar una estrategia que llevara a su país a un proceso de estabilidad política y económica que lo condujera a garantizar la defensa de sus intereses en materia internacional y retomar un papel protagónico en ese escenario. Esta mutación es la que Estados Unidos pareciera no querer aceptar.

Para ello, como es habitual en su política exterior ha recurrido a diversos expedientes, desde dar opiniones injerencistas respecto al desarrollo del proceso eleccionario ruso, intentos de debilitamiento de su economía, campañas mediáticas para desprestigiar a sus dirigentes, sanciones económicas y comerciales, intervenciones militares y de sus agencias de seguridad en países del entorno, hasta la promoción de un golpe de Estado en Ucrania y la desestabilización de Siria e Irán tradicionales aliados de Moscú. Pero, lo que ha “rebasado el vaso” es el despliegue de un escudo anti misiles en países fronterizos con Rusia, aduciendo el peligro que podría significar el desarrollo de su programa de defensa…e incluso del de Irán.  Estados Unidos y sus aliados han emplazado una cantidad de armamento espacial, de tierra, mar y aire que rompen el equilibrio militar en la región.

Sin embargo, todo esto no es más que subterfugios para justificar una presencia mayor de Estados Unidos en los países europeos militarmente ocupados por la potencia norteamericana a través de la OTAN, una fuerza siempre comandada por un general enviado desde el Pentágono. Precisamente el nuevo Jefe militar de la OTAN, General Curtiss Scaparrotti, al asumir su nuevo cargo en abril pasado, manifestó que esa alianza se enfrenta a un “resurgimiento de Rusia tratando de proyectarse como una potencia mundial”.

No obstante, subyace la necesidad permanente de Estados Unidos de estar inventando enemigos que expliquen su gigantesco gasto militar para justificar los ingresos del Complejo Militar Industrial principal soporte de su economía y verdadero gobierno en las sombras a partir de su alianza con el sistema financiero. De ahí que el presidente Obama haya sido catalogado por el prestigiado filósofo, escritor y profesor de la Universidad de Princeton Cornel West como “La mascota negra de Wall Street”

No hay ningún elemento que pueda argumentar en torno a una supuesta voluntad agresiva de Rusia. El pasado 31 de diciembre, el presidente Vladimir Putin promulgó un documento elaborado por el Consejo de Seguridad de Rusia en el que se esboza la nueva estrategia de seguridad de su país. Las amenazas sobre las cuales se construyen las hipótesis de conflicto que establecen los parámetros del comportamiento estratégico operacional de las Fuerzas Armadas, son la lucha contra “el radicalismo y la amenaza terrorista” así como los conflictos derivados del desequilibro económico mundial  que podrían inducir nuevas crisis financieras.

En materia de definiciones doctrinarias el documento establece que la prioridad de Rusia es “afianzar el estatus de una potencia mundial líder, cuya actividad se dirige a mantener la estabilidad estratégica y relaciones de socios mutuamente beneficiosas en condiciones de un mundo policéntrico. Al contrario del discurso belicista y anti ruso del General Scaparrotti, Rusia propone un “fortalecimiento de la cooperación mutuamente beneficiosa con la Unión Europea” y una “colaboración de pleno valor con Estados Unidos en base a intereses comunes, incluso en el ámbito económico”.

Empero, dando continuidad a su tradicional política de defensa de la soberanía, ya enunciada por la Duma en 1993 para rechazar la anhelada ambición de Estados Unidos de extender la OTAN hacia el este, el documento alerta que el incremento del potencial de la alianza militar occidental y la auto atribución de responsabilidades globales que violan el derecho internacional constituye una amenaza inaceptable para la seguridad nacional de Rusia.

Dos de los ejércitos más poderosos de la historia, salidos de Europa con ambiciones de conquista, fracasaron estrepitosamente a las puertas de Moscú: Napoleón Bonaparte en 1812 y Adolfo Hitler en 1941 sufrieron aplastantes derrotas tratado de invadir Rusia para derrotarla y humillarla. Es de esperar que los generales norteamericanos y cualquiera que sea el nuevo administrador de la Casa Blanca se tomen un tiempo para estudiar la historia y no cometer el mismo desatino.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.