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Elecciones primarias: ¡Que se vayan todos!

Juan Pablo Cárdenas S.

  Lunes 20 de junio 2016 9:49 hrs. 
Radio-Uchile

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En cualquier democracia seria,  el Gobierno ya habría presentado su dimisión después de los bochornosos resultados de las primarias realizadas el domingo. Al menos, las directivas de los partidos que las convocaron habrían puesto sus cargos a disposición. Tuvimos más de un noventa por ciento de abstención que representa de manera contundente el repudio nacional y transversal a la clase política. Sin embargo, estamos en Chile y ya se vio, a 26 años del término de la Dictadura, que a los chilenos les repugnó, también, este proceso, aunque por primera vez éste fue regulado por el Servicio Electoral, financiado por el Estado y suficientemente informado a través de los medios de comunicación.

Enormes recursos malgastados en urnas, papeletas y votos, sumado al obligado esfuerzo de centenares de ciudadanos convocados por la Ley para ir a perder el tiempo, tener que trabajar en un día feriado y con mucho frío. Lo mismo que miles de militares y policías que tuvieron que vigilar un proceso más que tranquilo y sin contratiempos.

Ojalá que el titular del SERVEL, Patricio Santamaría, no asuma la responsabilidad por lo acontecido, como ya lo notamos tentado. Cuándo en esta inédita abstención, que se constituye en la peor vergüenza de toda nuestra trayectoria republicana,  solo hay responsabilidad de los mediocres actores políticos de La Moneda, del Parlamento, de los municipios y los partidos políticos. Tuvimos urnas sin un solo sufragio y candidatos que no movilizaron siquiera a sus parientes más cercanos. Pero en el país de las impunidades, estos últimos ya sacan cuentas alegres de sus pobres resultados. La UDI se mofa de haber superado en votos a Renovación Nacional; así como la Democracia Cristiana se congratula por haber obtenido un par de votos más que sus socios de la Concertación o de la Nueva Mayoría en algunas comunas del país.

Aunque la Ley no lo permitía, por supuesto que también hubo candidatos y partidos que acarrearon a sus pocos partidarios; hubo funcionarios públicos (municipales, especialmente) que fueron conminados a votar, lo que posiblemente explique que la abstención no haya superado el 96 o 97 por ciento. ¡Vaya qué bochorno!

Una vergüenza que nos enloda a todos los chilenos y que nos tendría con la moral por los suelos, si no fuera por el contundente triunfo sobre México de nuestro seleccionado nacional de fútbol. Más de un noventa por ciento de abstención casi tan contundente como lo fue ese triunfo de Hitler por una cifra similar, pero de masiva concurrencia y aprobación electoral.  Solo un diez por ciento de participación electoral había pronosticado el diputado y analista Pepe Auth, que renunciara al PPD pocos días atrás, aunque pecando ciertamente de optimismo. Finalmente, tuvimos menos de un seis por ciento de votantes, pero sumando, incluso, los votos nulos y en blanco que curiosamente también se manifestaron, cuando simplemente bastaba con no ir a sufragar…

Insistimos: solo votaron 282 mil personas en todo Chile pudiendo haberlo hecho más de cinco millones de ciudadanos habilitados en las pocas comunas del país en que hubo, por lo demás,  primarias. Porque ya sabemos que la inmensa mayoría de los otros candidatos a alcaldes y concejales fueron designados a dedo por las cúpulas partidarias y de espalda a los ciudadanos. Tal cual se “cocinan” las leyes en la casa de algunos senadores; tal como la política exterior es definida entre cuatro paredes por los embajadores especiales que medran de nuestros conflictos vecinales. Tal como hasta el reajuste del salario mínimo es negociado por La Moneda, los más poderosos empresarios y los dirigentes vendidos de la CUT.

De la misma forma como ahora se empieza a negociar la excarcelación de los más repugnantes asesinos de la Dictadura entre algunos senadores de derecha, uno que otro “tonto útil” del oficialismo y ciertos sacerdotes mediáticos que se valen de cualquier mala causa para hacerse los santurrones o los ponderados.  Una  actitud que, ciertamente,  resultaría repugnante para el fundador del Cristianismo, cuando aseguraba que “a los tibios los vomitaría de su reino”.  Presos que cometieron delitos de lesa humanidad mientras que en Europa, sin embargo, quienes los cometieran fueran condenados a morirse en las mismas cárceles como castigo ejemplar y una señal potente para las nuevas generaciones.

Pero lo sucedido no es del todo sorpresivo. Quienes concibieron la ley electoral vigente habían establecido la voluntariedad del voto justamente para no correr riesgos mayores,sufrir vaivenes electorales o sorpresas desagradables. La nueva política chilena, la de los Jaime Guzmán, Pinochet y los gobiernos concertacionistas que les siguieron,  debía contemplar solo el voto voluntario; era necesario acabar con el sufragio obligatorio que había caracterizado a nuestra democracia hasta 1973. La política (se decía entre bambalinas)  debía ser un asunto de “caballeros”, nunca más de los pobres o segregados. Y ello explica que los primeros ocupantes de La Moneda, el Parlamento y los municipios sean los mismos hasta hoy. Reelegidos una y otra vez, como ayudados por el sistema electoral binominal y el financiamiento de los  corruptos “señores de  la industria y el “retail”. Sostenidos, además,  por el duopolio de la prensa, como por ese descarado monopolio ideológico de la televisión abierta que ahora mismo le imputa los resultados de estas primarias al pueblo desafectado de la política, como a su desinterés e ignorancia.

Soy de los que piensan, sin embargo, que el resultado de las primarias  resulta muy expresivo de la madurez cívica de nuestro pueblo. Considero que los resultados de las prmarias expresan un contundente rechazo al orden político actual, como a las montoneras que se aferran al poder. Un rechazo a todos los políticos y sostenedores corruptos; su lógica indignación por los casos Caval, Penta, Soquimich y otros. El repudio a la desigualdad sistémica que nos ha llevado a ocupar el primer lugar del mundo en materia de desigualdad social.

Todo sería mucho más bochornoso si no tuviéramos, por el contrario, a un pueblo movilizado y en actitud de rebelión. Si los estudiantes se demostrasen incapaces de convocar a cientos de miles de jóvenes a las calles; si los pescadores artesanales no bloquearan sus ciudades y pueblos;  si los mapuches no estuvieran en franca y legítima actitud de guerra. Si no tuviéramos organizaciones tan activas e íntegras de derechos humanos, de consumidores, de ecologistas. Si no tuviéramos un pueblo movilizado de norte a sur del país y que se expresa hasta en las localidades más apartadas para reclamar sus derechos.

En la incapacidad de la política, ¿no parece esta abstención masiva la mejor actitud ciudadana? ¿No les parece que va a suceder lo mismo si en las próximas primarias parlamentarias y presidenciales los partidos vuelven a burlarse de los ciudadanos y de sus propios militantes? ¿Y si insisten en reponer en La Moneda a los dos más espurios gobernantes de la posdictadura?  ¿Si no asumen, finalmente,  estos resultados en el deseo popular y ciudadano de que se vayan todos?

¿Y si la desperdigada e ingenua izquierda no es capaz de ponerse al frente de este pueblo frustrado aunque consciente y libre?  ¿Si no cae en nuevas tentaciones y “llamados de sirena”  por legitimar toda nuestra podredumbre institucional?

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