Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 18 de abril de 2024


Escritorio

Esclavos de la irrealidad


Lunes 25 de julio 2016 10:21 hrs.


Compartir en

Vivimos tiempos apocalípticos. O eso me parece a mí, que soy muy siglo XX, y aún pertenezco a ese grupo de gente antigua que gusta de leer en papel -sin abjurar de lo digital, ciertamente; el cinismo contemporáneo nos ha enseñado cómo adorar a varios dioses de manera simultánea, en feliz promiscuidad y sin sentirnos culpables-.  Soy, asimismo, de los que prefieren ver la realidad sin anestesia. No digo que eso sea bueno para la salud. Pero lo cierto es que los parques de atracciones no me entusiasmaban ni de pequeñita. De algún modo me daba cuenta de que aquello era una artimaña para distraernos de lo que verdaderamente importa. 

Sin embargo,  cuando me acomete un rapto de lucidez, trato de responderme con honestidad, y aunque sea en voz muy baja, la pregunta de qué es lo que “verdaderamente importa”. Imagino que importa estar vivo. Y tener fuerzas para contarlo. 

Es difícil, en una sociedad tendente a frivolizar, saber qué es lo importante. Antes -no sé a cuánto tiempo atrás me remonto- los medios de comunicación informaban sobre noticias. Por supuesto que las noticias son un producto que se fabrica en las redacciones, al filo de ritmos imposibles, ideologías, presupuestos cada vez más exiguos y tendenciosidades de todo género y calado. Pero ahora se nos plantean nuevos retos. Por ejemplo, diferenciar lo principal de lo secundario, el polvo y la paja, la frivolidad y la trascendencia -si tal cosa fuera posible incluso en un contexto objetivo-. Y, no obstante, de todos los retos que nos imponen, el más llamativo es la dificultad creciente de poder discernir el límite entre la realidad y la irrealidad. 

Hace ya un tiempo que los medios convencionales informan de lo que acontece en series de ficción, ya sea el “Harry Potter”, ya sea “Juego de tronos”. El devenir de los personajes aparece entreverado y mimetizado con el destino de otros personajes, que bien pueden ser de cartón-piedra (véase el caso de algunos políticos), pero inequívocamente tangibles, de carne y hueso. Por lo tanto, en las noticias se mezcla el relato de la ficción con el de la realidad. Claro que el de la ficción siempre resulta más amable. Abundan en él los espejos rectificados con las imágenes que querríamos ver de nosotros mismos. Las noticias nos empequeñecen. La ficción nos da la mano para que seamos lo que deseamos ser y volemos. Lo que antes se llamaba evasión (antes de que llegara la evasión fiscal, que es otro tema). 

Y ahí la trampa. El primer intento fue aquel invento online de “Second life”. Confieso que me admiraban los seguidores de ese juego donde te construías una vida a tu medida. Por ejemplo, una mujer casada, funcionaria, con tres hijos y que habita en en centro de una megaciudad. Pues bien: en “Second life” se convertía en amante de varios hombres, volvía al punto cero anterior a la maternidad, se dedicaba a la vida bohemia sin atender horarios ni para las comidas y estaba en un entorno natural de ensueño en medio de un bosquecito muy verde y con una pileta de aguas milagrosas. “Second life” no caló hondo. Lástima. Porque me quedaron muchas incógnitas por despejar, entre ellas la nada menor cuestión de por qué la gente estaba dispuesta a cambiar a través de la ficción lo que no era capaz ni de imaginar en su vida real. En definitiva, lo que han hecho los literatos toda la vida a base de tinta, papel y y la materia que el cerebro pusiera a disposición. 

Ahora bien. Lo que “Second life” no ha logrado, lo ha logrado “Pokémon Go”: una multitud global de presuntos adultos buscando muñequitos inexistentes por los sitios más extraños del orbe. Como soy una ignorante plena acerca de los placeres ocultos que se obtiene con esa hazaña, estoy llena de interrogantes sin respuesta. ¿Cuántos hay que cazar -si es que hay que cazarlos- y para qué? ¿Hay recompensa? ¿Qué haces con tus presas virtuales? ¿Las localizas, las seduces, las cazas? ¿Te las llevas a comer a casa? ¿Qué comen? ¿Les gustará la paella de tu madre? Hoy era portada en un diario español que un Pokémon se coló en la celebración de un pleno del Congreso. Se armó un lío que jamás ha generado caso de corrupción alguno. Hace dos días detuvieron a unos japoneses en un túnel urbano barcelonés, porque buscaban allí un Pokémon. Y hace una semana, en Nueva York, una cantidad indeterminada de insomnes delirando buscaban un supuesto Pokémon anfibio que se ocultaba en las aguas del laguito de Central Park. Por supuesto que cada uno es dueño de su tiempo y hace lo que se le antoja, siempre y cuando no suponga un daño o riesgo para otros. Solo me sorprende la capacidad de abducción colectiva, el imparable proceso de infantilización ciudadana, el hipnótico poder de la imagen y de lo virtual. 

Mientras, aquí estamos. Felizmente inconscientes. Felizmente lobotomizados.