Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 28 de marzo de 2024


Escritorio

Nuevo sentido del convivir en nuestra historia


Lunes 25 de julio 2016 10:27 hrs.


Compartir en

“los verdaderos colores

de la bandera chilena

algo que está x verse todavía”

Nicanor Parra, Chistes para desorientar a la poesía, 1983

 

El tiempo oficial de la llamada ‘historia de Chile’, ese que cuentan los manuales escolares, que derribó con sangre a Balmaceda en 1891, que llevó al suicidio a Allende en 1973, que justificó el genocidio del pueblo entre 1973 y 1990, hoy, cada vez más, es un tiempo desprovisto de sentido. No ofrece una comunicación, una comunidad imaginada. Es probable que siga ganando tiempo. ¿El tiempo es oro?  Pero en lo fundamental es sólo vacío: propaganda, máscara, ruido. Esto se manifiesta en la crisis actual del conjunto de las instituciones nacionales: económicas, políticas, culturales, militares, eclesiásticas. Funcionan, pero difícilmente confieren sentido, aseguran humanidad.

Quienes sostienen el tiempo dominante manifiestan un hondo pesimismo. Esta desmoralización estaría causada por los enemigos internos o externos del tiempo establecido. Que la presidenta, que los estudiantes, que los mapuches, que los vándalos, que las profanaciones. Todo es devastación, deterioro. Remedio de todos los males: más orden, más disciplina. Una recomendación bastante simple y peligrosa. Hay algo que no admite discusión. Ni para los intelectuales más representativos de la elite: la pérdida colectiva de la moral, la desmoralización generalizada: “Jorge Edwards: ‘Veo una pérdida ética bastante clara en el país, un enorme deseo de llegar a las cosas por las vías rápidas y fáciles” (La Segunda, 17.4.2015).

¿Cómo reaccionan los políticos frente a estos desafíos del tiempo contemporáneo?

En general, los políticos sólo piensan en tiempos cortos, relativos, particulares. En las próximas elecciones. La derecha busca redefinirse mimando a la clase media ansiosa e indefinida. El centro auspicia, como lo ha hecho tradicionalmente, desde el siglo pasado, ideas fuerza recogidas en los lugares privilegiados del mundo, sin especial conciencia de nuestra historia y nuestra geografía. La izquierda adusta no logra salir de los estragos de su marasmo y de su derrota política e ideológica tras el fin de la Guerra Fría. Sin un discurso nuevo resbala con la decadencia del tiempo establecido.

¿Manifiesta hoy el pensamiento universitario una reflexión espiritual acerca de nuestro tiempo?  Lo que se advierte a veces es más bien una discusión técnica acerca del funcionamiento del sistema capitalista, sin mayor profundidad teórica. Con grandes palabras un rector de universidad privada busca reducir el costo de sus fracasos sociales (¿Qué pasa en Chile? La nueva cuestión social, El Mercurio, 14.2.2016). Otro tema es llamar la atención sobre la violencia del sistema. “El descontento va a seguir y la única vía será robar”, aseguró un premio nacional de historia tras el terremoto de 2010 (La Nación, Santiago, 3.3.2010). Al fin y al cabo, muchos profesores universitarios circulan entre aires de grandeza o de bajeza. Más allá del carácter de este pensamiento académico, los medios de información masiva apuran la ‘cretinización’ de sus lectores, como es característico de las sociedades capitalistas (Maurice Duverger, Introducción a la política, Barcelona: Ariel, 1990).

El tiempo oficial avanza así entre sus adicciones y sus contradicciones. Entre sus arribas y sus abajos. Con sus altibajos. Nos enteramos que el gobierno destinó quince mil millones de pesos para la restauración del palacio Pereira, viejo templo de la oligarquía santiaguina del siglo XIX. ¿Y los chilenos que viven en campamentos? (El Mercurio, 12.4. 2015). En las afueras de un antiguo templo católico del tiempo de la estremecedora y nada de pacífica guerra del Pacífico del siglo XIX un grupo de manifestantes no identificados hace pedazos la imagen de un Cristo crucificado. La Confederación de la Producción y el Comercio lamenta la profanación invocando al cardenal Raúl Silva Henríquez: “Matemos al odio antes que el odio mate el alma de Chile.” (El Mercurio, 11.6.2016).

¿Por qué no mirarnos mejor de otra manera?

Fuera de este tiempo dominante y de altibajos, enrarecido, de la historia oficial, heredera de un mundo engañoso y vencido. Con menos astucia de la razón: con más sentimientos verdaderos y profundos. Más allá de las fronteras del pensamiento histórico que nos legó el siglo XIX. La historia de Chile no es un partido de fútbol de Chile contra Argentina, por decirlo así. Ganado apenas, a penales. Hay que reinventar el tiempo como una comunidad imaginada construida con el afecto de todos y todas. Hay que auspiciar un tiempo creador, desde la tierra: un tiempo de vida no sólo para las chilenas y los chilenos sino que también para los extranjeros y las extranjeras, migrantes y no migrantes, que hoy vivimos juntos en esta tierra. Con mucha más cercanía y proximidad a los rostros mestizos e indígenas del conjunto de nuestra vida americana.

Hay que revivir el alma de esta América común. Esta es una búsqueda dialógica, íntima, hermosa, horizontal: “Si le voy a pedir a la autoridad religiosa, política o económica que venga a resolver los problemas, no voy a participar en la generación de una convivencia, porque no me voy a comprometer. La autoridad no resuelve los problemas, […]. En Chile no somos todos iguales. Somos maravillosamente diferentes, diversos, y la gran tarea es encontrarnos en un conversar en la colaboración en esa diversidad en torno a un proyecto país común.” (“Humberto Maturana y la desconfianza en Chile: ‘Encuentro magnífico lo que está ocurriendo; es la oportunidad de volvernos respetuosos’.” (La Segunda, 3.7. 2015, cfr. Maximiliano Salinas, ‘Este país debiera llamarse Lucila / en su defecto / que se llame Gabriela’, en Mapocho, Biblioteca Nacional de Chile, 76, 2014, 113-135; id., El pensamiento revolucionario de Gabriela Mistral, en Le Monde Diplomatique, Edición Chilena, 173, 2016).