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“Du Maurier”: los rastros que dejan los otros

En esta primera novela, el poeta Carlos Cardani Parra (1985) narra los setenta y seis días como recepcionista de hotel Du Maurier, en el centro de Santiago, en los que irá trazando el registro de esas vidas en tránsito, de esos rastros difusos de historias posibles.

Felipe Reyes

  Martes 6 de septiembre 2016 11:35 hrs. 
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“Lo que era igual, sin embargo, era la vida en la pieza de hotel. Los pasillos vacíos, los cuartos transitorios, el clima anónimo de esos lugares donde se está siempre de paso. Vivir en un hotel es el mejor modo de no caer en la ilusión de ‘tener’ una vida personal, de no tener quiero decir nada personal para contar, salvo los rastros que dejan los otros”.

“Los rastros que dejan los otros”, como escribe el argentino Ricardo Piglia en su cuento “Hotel Almagro”  – incluido en el volumen “Formas breves” –, es la frase que mejor sintetiza los setenta y seis días como recepcionista de hotel narrados por Carlos Cardani Parra (1985) en su libro “Du Maurier” (nombre que recuerda a la escritora británica Daphne Du Maurier, autora del relato “Los pájaros”, llevado al cine por Alfred Hitchcock, y los cigarros del mismo nombre) publicado recientemente por editorial Cuneta. Prolongados días y noches calmas en los que Cardani Parra irá trazando el registro de esas vidas en tránsito, de esos rastros difusos de historias posibles conjeturadas con los antecedentes mínimos recopilados desde su puesto de recepcionista de ese pequeño hotel “de cuatro pisos, que casi nunca llena sus catorce habitaciones, sin ascensor, sin servicio a la habitación, con apenas una mucama”, situado en el centro de Santiago.

Así, el narrador-recepcionista observa desde su módulo de trabajo del “Du Maurier” – como la cuenta regresiva de cada turno (casi siempre “sin novedad”) – a los pasajeros que, desde los más diversos puntos cardinales, arribarán al hotel por trabajo, negocios o asuntos personales –y pasionales–, a la vez que nos introduce en la escueta convivencia diaria con los personajes que componen el elenco estable de ese micro mundo: Camilo, el cambio de turno bogotano; la señora Norma, la mucama que realiza sus labores “en silencio, pero con la tele de cada pieza puesta en algún programa de farándula”; don Luis, el cuidador, quien “vive en el último piso del hotel”, y “como si fuera parte de su trabajo, busca conversación con los pasajeros”; el vecino ferretero español, “apenas abre las cortinas, saca un piso y se sienta a fumar. Se pasa la mañana mirando la calle y si es que alguien entra a la ferretería, él le sigue los pasos para atenderlo”, y la señora Tina, la dueña del Hotel, mujer comprensiva que “escucha lo que le dicen, encuentra la razón al otro, no se complica con rendiciones de cuentas”.

Cardani Parra narra desde las entrañas, desde la intimidad de un cargo que le permite observar y desmenuzar una variedad de tipos humanos que desfilan por las páginas fechadas en un año indeterminado.

A la vez, su mirada escrutará también los trazos de un espacio urbano con sus huellas y contradicciones para dar cuenta de un entorno, de un fragmento de esa ciudad-máquina de la que él es uno más de esos cientos de engranajes que se acopian en el metro o en el paupérrimo transporte público de la capital en las horas peack, y en la que también hay espacio para los nuevos habitantes de la urbe: los almacenes de peruanos y colombianos, el restorán chino, el mexicano metalero; y los vestigios de viejas tradiciones como el organillero que toca a la hora de la siesta. Nada escapa a la mirada atenta del recepcionista-narrador que todo lo registra, que observa desde su mesa de trabajo a los apurados transeúntes, capta los sonidos de las calles aledañas, su ritmo y su descanso. Metrópolis como estación de paso para los viajeros, pero mecánica e interminable en su rutina como una cadena de montaje, la que termina devorándose a sus propios hijos.

Conversaciones al pasar. Diálogos someros, observaciones, juicios, consejos. El recepcionista-narrador escucha, responde, capta el reverso y el anverso de las señales y los códigos de esos rostros efímeros que va descifrando: el calor del verano santiaguino (“para los extranjeros el calor es más importante que el paisaje y las comidas”), el aspecto de un oriundo del extremo sur (“nunca he viajado a la Patagonia, pero sé que él era la caricatura del ovejero. Hombres que solo he visto en reportajes o documentales cabalgando al arreo o con las máquinas de esquilar en la mano”), un niño hiperkinético, escolares en busca de una habitación por horas, un boliviano en apuros para pagar su estadía, un pasajero suicida, el exiliado que retorna y busca las huellas de un país extinto… los avatares de un empleo que obliga a convivir con el misterio y la sorpresa, con el silencio cortés de la discreción. “Trabajos como este hacen fijarse en pequeños detalles”, nos confiesa el recepcionista-narrador. “La personalidad, lo que busca cada uno de los que cruzan esa puerta. Datos dados con uno o dos gestos (…). Hay otros detalles con los que puede adivinarse la actitud con la que se acercarán al mesón; la decisión o timidez con que abren la mampara, la velocidad de los pasos con que se me acercan, el lanzar ellos el saludo o esperar a que les hable para recién saludar, el preguntar primero el precio antes de saber si hay o no habitaciones disponibles. Detalles, simples detalles que se repiten más de una vez por día. Difícil no aprenderlos”.

De esta forma, “Du Maurier”, el debut narrativo de Cardani Parra luego de tres elogiados poemarios (Raso, 2009; Caldo de Cardán, 2012; Pasaje Tala, 2010), nos invita a compartir el turno de recepcionista junto al narrador a través de las páginas de un diario apócrifo. Una dinámica bitácora laboral “de un sujeto de paso rumbo a otro empleo” en un panorama literario local que pareciera carecer de personajes “trabajadores”.

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Du Maurier
Carlos Cardani
Editorial Cuneta, 144 páginas.

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