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La contumacia de los ex presidentes

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Miércoles 2 de noviembre 2016 8:47 hrs.


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Después de la contundente abstención ciudadana propinada al conjunto de la clase política, resulta alentador que los ex presidentes Sebastián Piñera y Ricardo Lagos sigan empecinados en volver a La Moneda. Renuentes, como se demuestran, a aceptar que el fracaso electoral es a ellos a quienes compromete especialmente como las figuras más identificadas con los dos grandes conglomerados políticos. Pactos electorales que en estos comicios han disminuido bastante más de un millón de sufragios en relación a las municipales anteriores, cuya participación popular, como se recuerda, ya era muy precaria.

En el caso de Lagos Escobar quedó de manifiesto que sus candidatos predilectos resultaron francamente derrotados, como le ocurriera a Carolina Tohá en la comuna de Santiago. En cuanto a Piñera,  la UDI, el partido que más disposición tiene a apoyarlo,  bajó ostensiblemente su caudal electoral dentro de la llamada centro derecha. Sin embargo, ninguno de los dos ex presidentes ha considerado hasta aquí abandonar sus pretensiones electorales, por lo que es muy posible que se empeñen y consigan, incluso, ser proclamados por los principales partidos del llamado duopolio político sin elecciones primarias. Es raro, pero explicable, que ambos exjefes de estado sean considerados como una tabla de salvación por estas colectividades,  si se considera la ausencia de otros líderes que tengan la misma resolución, hasta aquí, de insistir en sus candidaturas, contra los vientos y mareas electorales.

En el caso de la Nueva Mayoría, pese al malestar que le produce a muchos la candidatura Lagos, la presidenta del Partido Socialista ya renunció a postular como abanderada, al tiempo que de la figura mejor posicionada en las encuestas, como Alejandro Guillier, se habla que su nombre finalmente pudiera ser bien “negociado” a nivel de las cúpulas partidarias. Es decir por quienes, más que ungirlo como Presidente, prefieren negociar cuotas de poder en el Congreso Nacional y en los cargos de gobierno al momento de una nueva repartija.

En la derecha, pese a la gran cantidad de políticos que han manifestado su interés de cruzarse la banda presidencial,  se asume simplemente que Piñera es el más conocido y el que tiene mayores recursos económicos para sostener una onerosa campaña electoral. Se apuesta, además, a la posibilidad que éste recaude votos más allá de los propios adherentes del sector. Curiosamente,  en  favor de Lagos consta el entusiasta apoyo que concita entre algunos poderosos empresarios que, sin él, naturalmente debieran volcarse en favor de Piñera. Y cuenta, además,  con respaldo que desembozadamente le han estado brindando El Mercurio y otros medios de comunicación. De la misma forma,  Sebastián Piñera se ilusiona con el respaldo de sectores del centro y de la propia Democracia Cristiana  desencantados con el gobierno de Michelle Bachelet,  y hartos de formar parte de una coalición en la que no pueden ejercer su hegemonía. Y en la que, además, deben reconocer como aliados al Partido Comunista.

En este cuadro se explica que ambas candidaturas no parezcan  sinceramente dispuestas a reponer el voto obligatorio en nuestro país y facilitar, con ello,  la concurrencia a las urnas de millones de chilenos. Una masa electoral que naturalmente debiera anular su voto o dejarlo en blanco, con lo cual el repudio ciudadano a ambos personajes pudiera hacerse más patético, todavía,  que con la abstención actual. Claro: dentro de un universo electoral de no más de un 35 o 40 por ciento de los habilitados es más fácil y menos dispendioso competir y  superar a los adversarios. Incluso en la eventualidad de llegar a una segunda vuelta, si es que vuelven a pulular aquellas candidaturas de menos de un 10 o 15 por ciento de apoyo, como ha ocurrido anteriormente.

Podríamos decir que la contumacia de ambos expresidentes es una valiosa oportunidad para la consolidación de una candidatura de izquierda que represente el malestar del país frente a las grandes demandas frustradas y que hoy se vuelca en protestas populares cada vez más masivas y enérgicas. Desde el Movimiento Estudiantil del 2011, a la consolidación del Movimiento NO+AFP, sumando al sinnúmero de chilenos movilizados por los temas de los DDHH, la discriminación social, como en la propuesta de  un modelo económico sustentable. De  esta forma, es evidente que se han ido forjando las condiciones a favor de un sólido referente vanguardista. Siempre y cuando éste sea capaz de superar la histórica atomización del mundo de la izquierda, las desmedidas ambiciones de sus dirigentes y el sectarismo ideológico.

Parece evidente que hay una multitud de denominaciones políticas sin efectivo arraigo social, sin que el país sea capaz de entender sus particularidades o diferencias. Caciques y entelequias que han venido dando tumbos en cada jornada electoral y que parecieran estar bien “alimentadas” por los poderes fácticos de la política.  Expresiones financiadas, incluso, desde el exterior y que hasta han llegado a golpear las puertas de los más corruptos empresarios por un bochornoso mendrugo electoral. En la práctica consuetudinaria del cohecho siempre ejercido por los poderosos a diestra y siniestra del espectro político. A objeto, por supuesto, de salvaguardar sus intereses ante cualquier cambio y así evitarse la siempre odiosa conspiración golpista.

La misma victoria alcanzada por un joven candidato de izquierda en Valparaíso, cuanto el crecimiento comprobado de muchas postulaciones independientes, nos dan la idea que incluso dentro  del propio y limitado espectro de los que votaron se inclina la balanza en favor de los que rompen con las expresiones tradicionales empoderadas por la posdictadura, sobretodo visualizados como personas decentes dentro de la falta de probidad que campea en los gobernantes, parlamentarios y autoridades municipales. Estamos ciertos que la alta abstención que hoy compromete el prestigio de la institucionalidad nacional,  y alienta su próximo desmoronamiento, solo podría disminuir frente al desarrollo de referentes nuevos y sin tacha moral. De allí es que la esperanza política de un verdadero cambio en nuestro país radique hoy en la posibilidad de que irrumpan en el servicio público aquellos dirigentes sociales bien reconocidos por sus organizaciones de base.  Que a las figuras revenidas de la política se opongan, ahora,  líderes gremiales, intelectuales, profesionales y figuras con ascendiente ético.

Un país que marcha y se moviliza todos los días por las más diferentes causas no está, ciertamente, rendido al desencanto, como algunos quieren creer. Se trata, en realidad,  de una nación indignada, pero claramente consciente de su responsabilidad con nuestro presente y porvenir. Porque el  mejor escenario de un cambio radicará, efectivamente,  en la derrota de los dos ex gobernantes y la continuidad de lo que ya comprobamos bajo sus respectivas  administraciones. Aunque ahora prometan hacer lo que en realidad  burlaron flagrantemente cuando el país les dio la oportunidad.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.