Diario y Radio Universidad Chile

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Cambio de tono


Jueves 10 de noviembre 2016 7:40 hrs.


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El mundo despertó sobresaltado. Las bolsas caen en picada y muchos demócratas sinceros -no solo militantes del partido norteamericano- lloran de impotencia ante la victoria de Donald Trump. Creen que lo ocurrido ayer constituirá un atentado mayor a los DD.HH. Después de un presidente afroamericano, ahora viene un anglosajón sexista, racista, chauvinista, xenófobo, islamófobo, a poner todo en su lugar, según él. Vistas así las cosas, asemeja una película de terror.  Pero la realidad no parece darles la razón a los agoreros.  Sin duda, Trump es la negación de la ponderación, de lo políticamente correcto. Pero hay que hacer una diferencia entre lo que dice que hará y lo que puede hacer. Entre ambas cosas hay un amplio trecho.

El problema de fondo es ¿qué está pasando con los electores que se dejan hechizar por este tipo de personajes? Personajes que, en sus propias palabras, parecen la negación de la mayoría de los avances en DD.HH., en capacidad de diálogo, en deseos de entendimiento entre los seres humanos. Todos avances logrados con  mucho esfuerzo durante décadas. Seguramente la respuesta tiene un profundo trasfondo psicológico y lo que estamos viendo es apenas la punta del iceberg político.

Pero, así y todo, es conveniente bucear para tratar de comprender cuáles son las motivaciones que están detrás de las convulsiones que hoy zarandean al mundo. Partamos por reconocer que sus habitantes están enojados, hastiados de las estructuras que ellos mismos se dieron y por las cuales lucharon denodadamente durante centurias.

Parece que hay que empezar por la globalización. Un esquema que ha hecho caminar a la economía mundial con algunos trastabillones, pero que ha generado beneficios nunca antes vistos y que se han ido concentrando cada vez más en menos manos. La globalización ha obligado a eliminar barreras para negociar. Y, aparejado a ello, también barreras que obstaculizaban el tránsito de las personas.  Desde una óptica humanista, era impensable que una cosa fuera sin la otra. En términos políticamente correctos, el negocio no podía ser más importante que la libertad de los seres humanos. Hoy estamos viendo que eso es solo teoría.  Las crisis de los migrantes lo está diciendo claramente.  En palabras de Trump, los tratados comerciales con México, por ejemplo,  les roban puestos de trabajo a los norteamericanos.  Y, como si eso fuera poco, los que cruzan la frontera son  violadores, ladrones y asesinos.

Para que tal discurso haya podido tener aceptación en el electorado norteamericano, algo debe estar pasando en el alma de ese pueblo. Sobre todo si se considera que durante 2015 la economía creció a un moderado pero respetable -dadas las condiciones de la economía mundial- 2,4%. Y en los últimos meses, el comportamiento siguió siendo adecuado, ya que en el último trimestre alcanzó un 1,4% de incremento.

Trump metió en un mismo saco distinto temores que exacerban el conservadurismo que todo ser humano lleva adentro.  Y eso se unió a un malestar muy concreto que hoy se expande por el mundo respecto de las instituciones democráticas y del manejo que de ellas hacen quienes detentan el poder. Vistas así las cosas, el elector norteamericano identificó al status quo con Clinton y al cambio con Trump.  Una mirada un tanto sorprendente, pero que no deja de tener cercanía con la realidad.

Ahora la gran duda -y el temor- es si el nuevo presidente estará en condiciones de hacer lo que vociferó durante la campaña. Si esta pregunta obtiene una respuesta afirmativa, nos ubicaremos en un escenario muy complejo, con un USA cerrado sobre sí mismo y alejándose de los postulados que sembró durante tantos años. Pero hasta allí, el costo mayor lo seguirán pagando los que hoy  ya lo hacen: migrantes, afroamericanos, latinos y pobres en general. Si la libertad de maniobra llegara a ser mayor, el orbe estará en serios problemas.  Pero es dable esperar que el entorno haga comprender a Trump que el mundo en que le ha tocado presidir a su país es distinto al que él visualiza cuando denuncia los tratados de libre comercio.  Cuando denosta a sus socios por hacerle perder puestos de trabajos a sus compatriotas.

Para que Estados Unidos siga siendo la primera potencia mundial en el siglo XXI, no tiene que estar a la cabeza de la fabricación de automóviles. Su lugar está en la masificación de la inteligencia artificial, en el liderazgo de nuevos descubrimientos científico-tecnológicos y su aplicación a la vida diaria. Si no lo hace, Washington estará en problema y, por ende, el mundo entero. Un imperio no pierde su lugar preponderante sin dar batalla.  Y eso puede significar una conflagración mundial.

Paralelamente, los ciudadanos seguirán aspirando a vivir en una sociedad con parámetros más claros y respetables en términos valóricos. ¿Trump será capaz de liderar todo ese cambio? Por el momento no es posible responder.

En cualquier caso, el tiempo por venir es de un cambio de tono. De aterrizaje. De búsqueda de un piso firme donde asentarse para dar unos primeros pasos que serán temblorosos.