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Año XVI, 17 de abril de 2024


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Un caso de FIDELIDAD política

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Lunes 28 de noviembre 2016 8:50 hrs.


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Con su vida, Fidel Castro nos probó la fuerza de sus convicciones y el coraje para enfrentar todos los ataques y adversidades con las que se quiso desbaratar la Revolución Cubana. Para ejemplo de toda la política, lo que este líder demostró es la consecuencia entre lo que predica y practica,  manteniéndose siempre  atento y comprometido hasta la muerte con su país, como con el destino de toda la humanidad.

No hay muchos ejemplos en la historia de aquellos líderes indispensables “que luchan toda su vida” por lo que piensan y proclaman, viviendo conforme a sus valores y  demostrándose incorruptibles en el ejercicio del poder. Cuando lo que observamos tan reiteradamente es la indignidad de quienes ascienden a los gobiernos prometiendo cambios o realizaciones que a poco andar abandonan, mimetizándose con sus detractores y los intereses creados que prometieron combatir. Fidel Castro no solo enfrentó enemigos, sino también a muchos  renegados y cobardes. A varios de los cuales veremos estos días rindiéndole homenaje después de haber desestimado su ejemplo y, lo más grave,  decepcionado a sus propios seguidores.

La presencia en sus exequias de esos otrora vociferantes izquierdistas, rendidos luego al pragmatismo y a la corrupción. De los  anti pinochetistas, por ejemplo,  que siguieron el camino de la “renovación socialista”,  y que en más de 26 años de pos dictadura valoran y acatan la Constitución de 1980, o se demuestran verdaderamente encantados con el discurso neoliberal, conformándose con nuestra condición de nación rica pero, al mismo tiempo, una de las más desiguales de la Tierra. De la felonía de esos políticos chilenos que se los viera aplaudir con tanto fervor los discursos del líder cubano cuando éste denunciaba los abusos del imperialismo, o nos convocaba a la unidad continental para hacer frente a nuestros rezagos e inequidades.

Sin duda, deleznables personajes que,  una vez reinstalados en la política chilena, terminaran consolidando la expoliación de nuestros recursos más estratégicos, permitiendo que esas “inversiones extranjeras” lucren con el ahorro previsional de nuestros millones de trabajadores y que, a la hora de las elecciones, financian el masivo cohecho electoral,  a fin de digitar, enseguida, las decisiones gubernamentales y la labor legislativa. Una rutina que hemos comprobado con los aportes a la política de los Ponce Lerou y de las cúpulas empresariales. “Hombres de negocios”, como se autocalifican, que nunca han dejado de coludirse para robar y explotar al pueblo, además de matar y aceitar la maquinaria de horror de nuestros “valientes soldados”. Militares y policías de todos los pelajes que en todo este tiempo vienen acumulando más prebendas, todavía, de las que les brindara su propia Dictadura.

Mucho más que las lágrimas de estos cocodrilos, nos estremece en esta hora el testimonio de aquellos conductores espirituales  y gobernantes que, sin compartir necesariamente las ideas de Fidel Castro, entendieron que su figura es la de un líder legitimado por el inmenso apoyo de los cubanos, como incluso por esa estridente defección de los más ricos o los más ignorantes que huyeron a Miami y hoy celebran desvergonzadamente su fallecimiento. Una deserción siempre  fuera alentada por los Estados Unidos aunque ahora, paradojalmente, quiere prohibirles su ingreso o arrojarlos francamente de su territorio.

Si de algo no se puede dudar es que a Fidel Castro siempre lo inspiró el progreso espiritual y material de una nación que ha llegado a exhibir los mejores índices en educación, salud, desempeño deportivo, creación  artística, como espíritu solidario en toda nuestra Región Latinoamericana y caribeña. A pesar de su condición insular, su breve territorio y limitados recursos naturales. Y, claro, el implacable bloqueo impuesto por los Estados Unidos y sus naciones más abyectas.

Lo que más nos conmueve, por supuesto, es el dolor de quienes hoy lo lloran en silencio, reconociendo su enorme aporte a la justicia universal y a la auténtica defensa de la dignidad humana. Por el líder que acogió en su tierra a los perseguidos, le dio oportunidad de estudios a miles de jóvenes, destinando sus mejores combatientes, además,  a las luchas de liberación de los pueblos del África y América Latina. Compromiso en que otro ícono de la Revolución Cubana, como el Che Guevara,  entregara su vida. Cumpliendo una misión internacionalista que siempre debe acompañar cualquier gesta libertaria y humanista del mundo.

Un régimen, como se  sabe, que ofrendó la medicina de su país y los altos estándares de su investigación científica a miles de enfermos desahuciados por sus estados, por carecer de recursos o seguridad social. Asistido en esta tarea solidaria por la misma población cubana siempre  dispuesta a sacarse el pan de la boca para compartirlo con los oprimidos y pobres del mundo.  Un carismático líder con cuya actitud le puso freno a la voluntad del Imperio de enseñorearse en todo nuestro Continente, en todo su patio trasero, como se nos acostumbraba a situar o nos sigue considerando ese monstruo recién electo Presidente de los Estados Unidos.  Empeñado  en oponer, ahora,  un largo muro en toda su frontera sur para deslindarse de sus vecinos mexicanos y latinoamericanos. Y promover la expulsión, incluso, de millones de inmigrantes.

Se han escrito y se seguirán editando miles de libros referidos a la lucidez intelectual, trayectoria ética y arrojo de Fidel Castro. Así como otros múltiples testimonios sobre la más hermosa y épica hazaña política y moral de nuestra América Latina, después de la Independencia de nuestros países del poder colonial europeo. De un proceso político, social y cultural que consolidará a Fidel Castro entre los héroes más señeros y dignos de nuestra Región. Sin duda, junto a un Bolívar, un San Martín y nuestros más ejemplares libertadores y padres dela patria.

Sin embargo, la misma historia no alcanzará a dar cuenta plena cuenta de su enorme calidad humana, de su amistad y personal afecto por quienes acogió constantemente en Cuba o les brindó asistencia desde su país. Quedará mucho sin contarse de sus innumerables actos de auténtico “amor al prójimo”. Un  cometido evangélico, que siendo evangélico, debiera ser una condición fundamental de todos los que luchan por un mundo mejor. De los revolucionarios de todas las insignias libertarias.

Porque Fidel Castro es un vivo ejemplo de fidelidad política, además de sólida consistencia moral.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.