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Escritorio

“Crítico”: la escritura y sus materiales de construcción

Al igual que en sus dos libros anteriores, el escritor nacional Cristóbal Gaete nos lleva por las calles de un Valparaíso propio y sus personajes. Esa ciudad paralela que ahora retoma con filtro de caleidoscopio en “Crítico”, su nuevo libro publicado por Garceta ediciones.

Felipe Reyes

  Lunes 5 de diciembre 2016 12:32 hrs. 
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Al igual que en sus dos libros anteriores, Valpore (2009) y Motel ciudad negra (2014), el escritor Cristóbal Gaete (1983) nos lleva por las calles de un Valparaíso propio, esa ciudad paralela que ahora retoma con filtro de caleidoscopio en Crítico, su nuevo libro publicado por Garceta ediciones.

Si en Valpore Gaete nos lleva ese cerro olvidado, a ese “culo del patrimonio”, como él lo llama, a esa entelequia que condensa todos los males del cinismo y la indiferencia estatal y en el que sus personajes se mueven como ratones de laboratorio siguiendo un laberinto hacia alguna salida posible; en Motel ciudad negra el cerro puede ser el mismo, con sus escaleras meadas y calles en pendiente, y el “el observador”, el personaje principal que relata su tránsito por espacios –físicos y emocionales– en un travelling constante, es también una cámara paralela que aporta otro ángulo al encuadre de una misma locación. Gaete siempre logra sacudirse el lugar común de la postal patrimonial, de tambores destemplados y mega pirotecnia, para dar cuenta de una ciudad por dentro, porque conoce las piezas oxidadas de ese mecanismo con identidad propia. Más cercano a la cáfila de Méndez Carraco que a los bonachones trazos de Lukas, podemos decir que Gaete ya ha configurado una cartografía literaria propia, un territorio, un campo minado por el que se mueve a sus anchas, esquivando las bombas, como si no los uniera el amor sino el espanto, como anotara Borges en su poema a Buenos Aires.

En Crítico esa escritura se desborda, rompe la simetría de su propio recuadro para retratar a personajes que habitan esa ciudad que Gaete construye con una variedad de materiales: poetas que se inmolan por la poesía, consumidos por su propio personaje, mártires de la jerarquía de valores dispuestos a sufrir e incluso a pasar hambre por sus poco prácticas convicciones, haciendo carne la sentencia de Baudelaire quien declaró que todo empleo que no fuera el de poeta “destruía el alma”. Ahí está la historia de Arturo Rojas como testimonio: “si cada mito necesita quienes lo mantengan, Rojas era el fanático que promueve la divinidad en las puertas de las casas, que les grita a las personas en las esquinas y plazas, que toca tu timbre y te amenaza. Todo por la poesía”, esa “poesía de bar de Valparaíso: un mito con cada vez menos feligreses que le permitan sostenerse en el tiempo. Mientras el poeta aún aparece en las noches de lecturas, esperando que alguien lo antologue y le permita algo de posteridad y descanso a su espíritu obcecado”, anota Gaete en El mito poético de una ciudad sobre un cuerpo.     

Luego, el narrador se desdobla en la voz de un escritor “amalditado” que injuria el mito cliché que se reproduce como los perros callejeros, para que la ciudad “esté limpia y sea el patrimonio de la humanidad que dicen los franceses enamorados de la decadencia, también hay que eliminar al poeta porteño, pero no de una manera violenta, eso solo logrará reproducirlos, estirar su mito en la oscuridad, saltar de bar en bar vendiendo sus autoediciones, sintiéndose agredido por la indiferencia, pedir un vaso de cualquier cosa para seguir caminando”, nos dice el narrador. Uno que ha levantado sus propios muros y fustiga la precaria vida literaria de la provincia, los liderazgos forjados en el ejercicio de la genuflexión y sus enanas cuotas de poder, “poetas que se acabronaban con las convocatorias de los festivales del Estado, las ediciones del Gobierno Regional  y se pasaban los billetes entre ellos”, sentencia  en el texto Maldito, el que comienza narrando una tragedia que termina en una inevitable comedia. Pero nunca en melodrama.

Gaete parodia un mundo que conoce bien –escucha, registra, reflexiona–. Su personaje es un infiltrado en una tribu con la que lucha para no mimetizarse. “Yo vivo de ilusiones para no ver que soy parte de esto”, anota el narrador.  Así como los medios de comunicación masivos han borrado los límites entre lo público y lo privado, estos textos difuminan las fronteras entre realidad y ficción, oposición binaria que sirve como modelo de interpretación en el que convoca una variedad de especies: Jóvenes poetas punk con beca de alimentación, al borde de la indigencia a los que el narrador acompaña en un enrevesado camino de un cerro, el micromundo de los Caracoles, esos antiguos centros comerciales que tuvieron su auge durante la década de los ochenta a lo largo de todo Chile. Un narrador que se vincula sin prejuicios con los personajes que va encontrando en sus andanzas por la ciudad. Le interesa escucharlos, conocer sus historias. Tiene el oído entrenado para captar los matices, los giros, las pausas dramáticas, las invenciones del habla, las que traduce en una escritura que reproduce lo mejor de la crónica como también de la cosmética de la ficción. Así, se mueve por mundos opuestos que lo mantienen en eterna disputa, como descargas eléctricas del mismo signo que se repelen.

En Crítico, Cristóbal Gaete relata retazos de vidas deshilachadas (propias y ajenas), escritores que viven para sí mismos, en el éter cotidiano de destinos inevitables que trabajan con la literatura como un salvavidas o una barra de plomo, y escriben desde circunstancias que, a primera vista, parecen lugares muertos. Gaete-narrador les da vida, sus escenas detienen el curso natural de las cosas e iluminan una posibilidad radicalmente inesperada, trazando su propia secuencia narrativa y los límites lógicos de su devenir único; todo despojado del glamour vacuo de una escena de siervos que se arrodillan a un único tótem literario.

De esta forma, este es un libro que nos advierte desde la primera página, desde esa declaración de principios que pareciese ser el epígrafe de Néstor Perlongher, que estamos frente a “una pluralidad de mambos diferentes”, ante “la inexistencia de una unidad de estilo”, y nosotros, lectores acostumbrados a libros que “son matrices paridoras de idénticos gemelos”, en Crítico podemos liberarnos de esa tranca.

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Crítico
Cristóbal Gaete
Editorial Garceta, 85 páginas

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