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Chomsky y la recuperación del antiimperialismo

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Lunes 20 de febrero 2017 10:36 hrs.


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Entre las lecturas del verano me ha sorprendido el reciente y lúcido libro del destacado intelectual estadounidense Noam Chomsky. ¿Quién domina el mundo? lleva por título esta obra en que se refiere paso a paso la nefasta acción de los gobiernos de su país para imponer en todos los continentes su hegemonía,  derrocar gobiernos legítimamente constituidos, apoderarse de los recursos naturales de las naciones e imponer su política terrorista.

Notable resulta que sea un norteamericano el que hace tan descarnado análisis del imperialismo ejercido por su país especialmente después de las dos guerras mundiales y en el que Chile, como tantos otros países del mundo, tuvieron que sufrir su agresión. Los datos que entrega Chomsky parecen irrefutables y se constituyen acaso en el mejor prontuario de los obrado por todos los ocupantes de la Casa Blanca, incluido el último presidente afroamericano, respecto del quien el mundo se hizo muchas expectativas y hasta se le otorgara al inicio de su gobierno el Premio Nobel de la Paz.  Aunque después emprendiera los mismos horrores de sus antecesores, causando la muerte de cientos de miles de afganos, iraquíes, sirios, palestinos y otros a consecuencia de sus invasiones, bombardeos y campos de tortura y exterminio.

A pesar de los malos augurios de la actual administración de Donald Trump, a éste no le va a ser tan difícil acentuar el bochornoso desempeño de Obama a nivel mundial, dejando otra vez consolidado que la CIA y el Departamento de Estado nunca se han propuesto propiciar y defender en el mundo los valores republicanos y democráticos que proclaman sus gobernantes para justificar sus continuos crímenes en el sudeste asiático, en el África o en nuestra América Latina.

La diferencia podría radicar ahora en la desfachatez del Magnate al reconocer que será objetivo de su administración la defensa de los intereses de este país y no los supuestos e hipócritas valores expresados desde el propio John Kennedy al ex mandatario negro, a fin de imponer sus correspondientes, sucios y criminales atentados a la Carta Universal de los Derechos Humanos, como a las múltiples resoluciones de las Naciones Unidas. Reveladora resulta la deslealtad manifestada, incluso, por los Estados Unidos hacia sus socios mundiales del Primer Mundo, lo que hoy tiene en crisis a la OTAN y a otras múltiples instituciones multinacionales que equivocadamente aceptaron el liderazgo del peor y más cruel imperialismo en la historia de la humanidad, según este certero diagnóstico de este profesor emérito de la más prestigiosa entidad académica del estado de Massachusetts.

Pero lo más vergonzoso que se desprende del libro de Chomnsky es el papel desempeñado por socialdemócratas y otros múltiples referentes progresistas que, a partir del desmoronamiento de la Unión Soviética, se han rendido a la realidad del mundo unipolar y entrado en complicidad con Estados Unidos, después de haber vociferado contra el imperialismo y proclamado el principio de la “no injerencia en los asuntos internos de cada país”. Por la forma en que éstos se deslindaron de Cuba y le dieron la espalda a los movimientos de liberación,  accediendo desde sus gobiernos a sellar alianzas económicas y políticas con la Casa Blanca, abriendo las fronteras de sus países a la más inicua invasión de capitales provenientes de esta potencia. Cual es el caso de nuestros propios gobiernos de la posdictadura,  al brindarle a las empresas foráneas el control y soberanía de nuestro cobre y recursos naturales.

Varias décadas en que se han suscrito, como se sabe, numerosos tratados de libre comercio que ahora Trump podría desahuciar de una plumada en beneficio de proteger su economía y cerrar las fronteras de su país a los emigrantes, como a la importación de productos que podrían reanimar su propia actividad industrial. Como si la fuga de capitales y empresas estadounidenses se hubieran propuesto apoyar el desarrollo de otras naciones y no conseguir solamente materias primas y mano de obra barata. Es decir, para ejercer el viejo y consabido colonialismo, que al menos los historiadores e intelectuales del Tercer Mundo debieron precavernos, si no hubieran cedido también a los mismos sobornos y la corrupción de nuestras autoridades y partidos políticos.

Una compra masiva de conciencias en que todos podemos descubrir que la acción del imperialismo encuentra cómplices en los medios de comunicación, las universidades y otras instituciones que incluso han ido ablandando cada día más sus advertencias sobre los peligros del calentamiento global, el consumismo y la proliferación de fuentes de energía sucias y altamente nocivas. Situación que también debe abochornar especialmente  a un país como Chile en que hasta nuestros gobiernos de “centro  izquierda” siguen fomentando la explotación del carbón y el consumo del petróleo, despreciando la enorme potencialidad de nuestros recursos eólicos, geotérmicos y otros.

En un tiempo en que se encuentra por los suelos el prestigio de nuestras instituciones políticas, cuanto la credibilidad de nuestros gobernantes, se hace propicia, como vemos, la refundación de partidos y movimientos que reivindiquen los valores inmutables del progresismo. Es decir, de la justicia social y la equidad al interior de nuestras sociedades, como entre las naciones del orbe. Que tracen el camino hacia la solidaridad de los pueblos avasallados por este imperialismo que para un Chomsky sigue tan vivo, matando y destruyendo por doquier. Sin embargo, lo que más destaca, todavía, es la justa resolución de estos nuevos conductores y referentes en cuanto a desplazar a quienes se han corrompido en el ejercicio del poder, pero sin revelar claramente convicciones y objetivos más estratégicos.

Cuando tenemos un movimiento social, además, que felizmente despierta y se agita en la búsqueda de un nuevo sistema de pensiones o de salud, además de su lucha por recuperar los derechos sindicales conculcados, pero sin proponerse, todavía, la necesidad de derrumbar todo el sistema económico social que es el principal responsable de los abusos y colusiones empresariales, como de tantas otras lacras que abruman a nuestras poblaciones. Por lo mismo que no es tan sorprendente que aumenten los chilenos que se resistan a validar la existencia de los viejos y corruptos partidos y candidatos, aunque ya son muchos más los ciudadanos que se abstienen de sufragar, que los que concurren a las urnas motivados por los fuegos de artificio de la propaganda electoral o también seducidos por las distintas formas de cohecho. El verdadero rostro del clientelismo.

Pienso efectivamente que este último libro de Noam Chomsky debiera alcanzar a las nuevas generaciones y a los que todavía prefieren la lectura de un buen libro a la farándula televisiva y a las llamadas “redes sociales”, tan contaminadas por el embuste y la insolvencia. Tal vez con ésta y otras lecturas podría reanimarse, de verdad, el antimperialismo, como la promoción de un mundo solidario, temas tan ausentes del actual discurso político de ribetes tan localistas o Chile céntricos. Y que, sin embargo, se hacen imprescindibles para hacer frente a la amenaza del desquiciado que ha arribado a la Casa Blanca. Obteniendo, como se sabe, menos votos que su contrincante en esa democracia tan particular de la que se ufana el Gran Gendarme Universal.

Cuando se hace imprescindible oponerle al mundo unipolar el poder de los habitantes del planeta que abrumadoramente siguen despreciando a los Estados Unidos y su forma de vida. Como bien se deduce de la movilización permanente y creciente de millones de combatientes dispuestos en todas partes hasta ofrendar su vida para desbaratar las incursiones imperiales. De tal forma que se cumpla a cabalidad la esperanza que el destacado periodista Patrick Tyler se atrevió a manifestar en las páginas del New York Times. Esto es, que podría haber ahora dos superpotencias: la de Estados Unidos y la opinión pública mundial.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.