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Patricio Aylwin: de la tiranía del mercado a la democracia bancaria


Jueves 23 de febrero 2017 11:28 hrs.


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Una de las frases más contradictorias del extinto ex Presidente de la  República es la de que “el mercado es cruel”, considerando que su gobierno no hizo más que humanizar la política neoliberal. Es cierto que durante su mandato se redujo la pobreza, que hubo una reforma tributaria, sin embargo, la desigualdad ha continuado sin mayores cambios luego de 25 años de gobierno de los traidores de la Concertación, (el coeficiente Gini continúa entre el 5,6 y el 5,2, y somos, junto a México, el país más desigual de la OCDE en realidad es más que 6 ).

A la derecha le importante mucho más la propiedad que la libertad – como diría Maquiavelo, y muy acertadamente, mataría a su padre con tal de conservar la bolsa – y, en este plano, el primer gobierno de la democracia bancaria le dio todas las garantías, y ya habían transcurrido muchos años para olvidar la reforma agraria, impulsada por Frei Montalva y Aylwin que, precisamente, destruyó el dominio de la hacienda en la sociedad chilena, por consiguiente, nos restaba albar a Aylwin por no haber tocado, ni con el pétalo de una rosa, a los nuevos ricos, gracias privatizaciones de la dictadura – según una investigación de René Abeliuk, había probado el verdadero robo al Estado – es decir, se había producido un cambio sociológico: de la riqueza inmobiliaria – latifundios – a la riqueza mobiliaria – el poder del dinero, (una verdadera “revolución francesa”, del feudalismo, pasamos a la burguesía, de los apellidos vascongados, a los extranjeros de apellidos nutridas consonantes, de los apellidos vinosos, a los bancosos).

En el plano económico, el primer gobierno democrático-bancario de Aylwin fue el “termidor” del período del terror pinochetista. El milagro económico chileno era tan extraordinario que logró la conversión de terribles marxistas althusserianos – Enrique Correa, Eugenio Tironi, Oscar Guillermo Garretón, José Miguel Insulza, y otros – a adoradores del mercado y, finalmente, a lobistas, que no han tenido ningún problema para servir a sus nuevos patrones, pues ellos mismos formaban el gobierno y compraban políticos.

Es cierto que Patricio Aylwin se atrevió a acusar a los miembros de  la Corte Suprema de entonces, poco menos que de cobardes al no haber acogido los innumerables recursos de amparo, que condujeron a la tortura, muerte y desaparición de muchos ciudadanos chilenos – si verdaderamente existiera la justicia, merecían, al menos, un juicio por prevaricación -.

En esta verdadera apologética aprovechando los funerales de don Patricio Aylwin se ha querido exaltar la política de los derechos humanos durante los gobiernos de la Concertación; En el caso de Aylwin, fue muy valiosa su decisión de convocar a la Comisión Rettig, sin embargo, sería bueno que la gente recordara que personajes como Edgardo Boeninger y Enrique Correa y muchos más, se opusieron a la investigación de los atroces crímenes perpetrados durante la dictadura. Comparar la transición chilena a la democracia con la española exigiría más profundidad, pues los acuerdo de La Moncloa fueron realmente condenables y dignos de toda crítica, es decir, un verdadero desastre, pues por medio del documento emitido se “borraron” los crímenes de la dictadura franquista – tendrían que responder el socialista Felipe González <famoso por la corrupción durante su gobierno, y hoy se las de demócrata al condenar a Venezuela>, y el comunista, Santiago Carrillo; cuando los socialistas les da por amar el dinero y el poder, se convierten en más momios que los momios -.

Si consideramos el empleo de la “razón de Estado” para obligar al Consejo de Estado a  retirar la querella contra el hijo del tirano, Augusto Pinochet Hiriart, a raíz de los “pinocheques”, y el voto de los parlamentarios democratacristianos en contra de la acusación constitucional contra el tirano Pinochet y, sobre todo, la voluntad – exitosa por cierto – de salvarlo de la justicia internacional por personeros del gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, lejos estamos de afirmar que Chile es un modelo en el respeto a los derechos humanos.

La UDI fue un freno a cualquier iniciativa progresista durante de Aylwin, así hubiera sido por eran mozos de la bota militar, o bien,   eran herederos de Jaime Guzmán – derechista fanático y enemigo de cual avance en el campo católico – y todo lo que oliera a democracia le parecía un pecado mortal – hasta el reaccionario Jacques Maritain lo encontraba un “comunista” por no haber apoyado la dictadura franquista; algo similar pasaba con George Bernanos, que también rechazó el franquismo -.

Los funerales de Patricio Aylwin está colmado de paradojas: Hernán Larraín, presidente de la UDI, ex pinochetista, ahora se ha convertido en un aylwinista fanático, y tal vez estaría dispuesto a pedir su canonización; de la actuación del ex Presidente Sebastián Piñera, nada nos puede extrañar, pues se siente un democratacristiano de tomo y lomo y sueño  con considerarse “hijo putativo” de don Patricio – es evidente que contrasta la sencillez, modestia y humildad con el ego siempre inflado del millonario “hijo”, cuyos negocios nunca han sido muy santos -.

Si nos vamos al fondo, la derecha tiene  razones para rendir pleitesía a don Patricio: la historia nos prueba, a través de los siglos y por doquier, que luego de la muerte de una persona importante siempre surge un grupo político que se aprovecha de la conmoción. Para la  derecha es un buen negocio, pues reafirma a las dos castas oligárquicas en el poder y los chilenos tendrán que elegir entre los dos “veteranos” – Sebastián Piñera y Ricardo Lagos -. (Tengo la sospecha que a la derecha le gusta  más el segundo, pues como ocurrió durante el gobierno de Aylwin, será capaz de mantener calmados a los “peones”, pues con Piñera se probó que la “plebe” se rebelaba, dado el poco respeto que le tiene la gente, mientras que con Lagos se mantenían tranquilos, respetando su pasado jacobino).

La Democracia Cristiana, un partido agonizante, aprovecha la muerte de uno de sus principales líderes para resucitar e intentar volver a la presidencia, tal vez con su líder emergente, Carolina Goic.

Personalmente, me molesta cualquier culto a la personalidad y condeno, tajantemente, el aprovechamiento de la solemnidad de la muerte para aferrarse al poder y levantar liderazgos de “vivos muy vivos”. Es insensato y miserable condenar a quienes criticamos algunos aspectos de la vida política de Patricio Aylwin so pretexto de un duelo, del cual yo también me hago partícipe.