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Francia ante cuatro opciones: los caminos que se abren en la elección presidencial

Con un electorado polarizado en cuatro focos, el nudo gordiano de este momento clave de la política francesa y europea gira en torno a la anticipación de las relaciones de fuerza posibles en la segunda vuelta. El rompecabeza es real para la ciudadanía trastornada entre voto útil, afán de cambio y tentación populista, en una configuración en la cual uno de los partidos tradicionales, el Partido Socialista (Partido del actual presidente François Hollande) está fuera del juego con una intención de voto menor a un 10%.

Enzo Bonnaudet

  Jueves 20 de abril 2017 21:10 hrs. 
elecciones francia

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En unos días tendrá lugar la primera vuelta de los comicios presidenciales franceses, caracterizado por un grado de incertidumbre nunca alcanzado en la historia política reciente. Codo a codo en una carrera final decisiva, los cuatro candidatos susceptibles de calificarse para el duelo final se dedican a la tarea funambulesca de consolidar su base electoral y de tratar de seducir el bando de los indecisos, que detenta el poder de inclinar la balanza en este primer round de las elecciones.

Con un electorado polarizado en cuatro focos, el nudo gordiano de este momento clave de la política francesa y europea gira en torno a la anticipación de las relaciones de fuerza posibles en la segunda vuelta. El rompecabeza es real para la ciudadanía trastornada entre voto útil, afán de cambio y tentación populista, en una configuración en la cual uno de los partidos tradicionales, el Partido Socialista (Partido del actual presidente François Hollande) está fuera del juego con una intención de voto menor a un 10%.

Los movimientos normalmente en el poder (PS y Los Republicanos, partido de derecha “clásica” de François Fillon y del expresidente Nicolas Sarkozy) aparecen desprestigiados y superados por tendencias crecientes que surgen desde los extremos, sea de ultraizquierda con Jean Luc Mélenchon, de ultraderecha con Marine Le Pen o aún del centro con Emmanuel Macron, que se pregonaba el último martes quedarse “en la cresta” de una línea antipartidaria. No cabe ninguna duda de que la responsabilidad que recae en los ciudadanos franceses este domingo está aparejada a la importancia del verdadero big bang político y de sus implicancias que está sucediendo.

¿En qué medida esta primera vuelta puede ser cualificada de “situación inédita”?

Por primera vez, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales está al alcance de cuatro candidatos, entre los cuales tres no pertenecen a una formación que asume tradicionalmente el poder. La muy notoria convergencia de las intenciones de voto durante la aceleración de la campaña durante esta última semana, marcada por un achicamiento de la distancia entre los favoritos (Emmanuel Macron y Marine Le Pen) y sus perseguidores (Jean-Luc Mélenchon y François Fillon), abre la puerta a todos los escenarios posibles.

Asimismo, el Partido Socialista, arraigado en la historia política francesa desde más de un siglo atraviesa una crisis profunda que plantea la cuestión de su sobrevivencia. Penalizado por el legado del matizado quinquenio de François Hollande, se encuentra al borde de la implosión entre los fuegos cruzados del candidato ultracentrista Emmanuel Macron y del programa de su propio candidato, Benoît Hamon, que salió contra la expectativa del vencedor de la primaria de la izquierda reformista gubernamental con un proyecto atrevido en desacuerdo profundo con la línea centroizquierdista de la mayoría de los líderes del Partido. Claramente desorientados, aquellos políticos al mando desde ya varias décadas, estuvieron desgarrados entre fidelidad a la lógica del partido y deserción hacia el nuevo movimiento “En Marche” de Macron, más cercano al nivel ideológico. De hecho, esa última opción fue escogida por Manuel Valls, exprimer ministro, la cual desató defecciones en cadena a favor de Macron, algo nunca visto en el pasado reciente del partido. Contando con no más de un 8% de las intenciones de voto [1], la discalificación de Benoît Hamon ya no es una posibilidad, sino una evidencia.

En cuanto al candidato de la derecha tradicional, François Fillon, cuya imagen teñida del oprobio de los escándalos de devíos de fondos públicos le desacreditó mucho, se encuentra estancado a un nivel de 19% [1] de intenciones de voto, un respaldo del núcleo duro de los electores del partido de Los Republicanos caracterizado por una escasa margen de progreso.

Por su parte, Jean-Luc Mélenchon, candidato de la izquierda radical, aprovecha el desmoronamiento del PS y se beneficia de un viento a su favor al convencer un porcentaje cada vez más alto de los electores. El 9% de los votantes que declaraban que iban a votarlo a inicios de febrero representa ahora un 19% [1], tendencia popular que deja suponer un incremento aún mayor en vísperas de la primera vuelta para el excelente orador.
Identificado como el mayor peligro por sus oponentes, está sin embargo muy atacado en su programa económico y internacional.

Emmanuel Macron y Marine Le Pen, en cuanto a ellos, tratan de movilizar su base al replegarse en los fundamentos de sus programes en vistas de mitigar el agrietamiento de sus apoyos (un 23% de intención de voto para Le Pen y un 22% para Macron [1]). Radical en su posición centrista, la preocupación por el compromiso del exbancario contrasta con el discurso de la líder del movimiento nacionalista, aunque ambos intenten confirmar su posición de anunciados vencedores acreditada durante meses de campaña.

¿Por qué el papel que desempeñaron los medios y las redes sociales en esta configuración fue clave?

Su rol fue y sigue siendo fundamental, además de haber evolucionado en comparación con las últimos comicios presidenciales. Las citas televisuales de mayor importancia – tres debates en las principales cadenas de información nacionales que fueron seguidos de cerca por un público amplio – se distinguieron por dar un espacio de expresión común a los once candidatos en una reunión que no se hacía anteriormente. Permitió a los pequeños candidatos inculpar a los demás, demultiplicando su poder de influencia y perjudicando con estilos impactantes a aquellos que se ven empapados en asuntos judiciales (Marine le Pen y François Fillon). Si bien no se sabe si fueron organizados por sobresalto de deontología, cumplimiento de una demanda civil creciente por más democracia, o por una obligación impuesta por las circunstancias dado el caos de una configuración que posibilita por lo menos cuatro presidentes potenciales, estos eventos rompen con una tradición de exclusión vigente hasta el día de hoy y consagran el fin anunciado del bipartidismo en Francia.

La prensa se descartó igualmente en asumir plenamente su función de “quarto poder democrático”, lo que demuestran las revelaciones por los diarios Le Canard enchaîné y Mediapart acerca de los desvíos de fondos públicos que incriminaron directamente al candidato de la derecha, minando definitivamente su camino dorado a la presidencia.

Es de subrayar el impacto altísimo del uso de masa de las redes sociales en campañas electorales que fueron marcadas por una entrada de lleno en la modernidad numérica. Youtube, Twitter, Facebook, etc… resultaron ser los verdaderos lugares de la palestra política, con un riesgo mayor: aquello de la desinformación y de la manipulación, que siempre ha caracterizado los populismos. Apuntado al respecto, el partido de Marine Le Pen parece estar a la cabeza en el dominio de una propaganda que retoma los desmentidos de su presidenta (con vínculos apenas disimulados con Rusia y su gobernante autoritario) respecto de su presunta responsabilidad en casos de fraudes en el Parlamento Europeo, y a afirmaciones engañosas sobre la situación migratoria en el país.

¿Qué determinará el resultado del próximo domingo?

Según el editorialista del periódico francés Le Monde Gérard Courtois, que reaccionó a las últimas encuestas de opinión [1] que aprecia énfasis en el importante grado de indecisión del electorado, esta última “resulta de una descomposición del paisaje político” y desemboca sobre una doble tendencia de aumento de la participación esperada (que alcanzaría un 72% [1]), y paralelamente de una fuerte incertidumbre del electorado (el 28% no tiene seguro su voto [1]). El experto recalca el carácter extraordinario de la configuración, que no permite “votar útil”, como fue el caso en 2012  cuando en la primera vuelta muchos de los electores de izquierda acabaron por votar por François Hollande en vez de Jean-Luc Mélenchon, al anticipar que venciera Nicolas Sarkozy en la segunda vuelta.

A la hora de considerar los márgenes de equivocación de los sondeos, con la toma de distancia que nos insta la consideración del traumático resultado de las elecciones estadounidenses, es necesario confesar que todos los escenarios resultan probables y que estos últimos días de campaña (hasta el sábado 22 de abril) – y especialmente el debate del jueves 20 – serán de importancia crítica para convencer estos votantes fluctuantes que detienen el desenlace de este primer capítulo de elecciones probablemente históricas para el futuro de la nación francesa y de Europa.

[1] Encuesta CEVIPOF, del Instituto de Ciencia Política de París realizada los días 16 y 17 de abril de 2017.

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