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Feminismos

Columna de opinión por Natalia Fernández
Lunes 24 de abril 2017 11:21 hrs.


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Permítanme que hoy empiece con una alusión netamente autorreferencial: estuve hace unas semanas en un famoso encuentro sobre el periodismo digital, en calidad de mera espectadora. Por esas cuestiones de la casualidad y la curiosidad -combinación que a veces te lleva de la mano a la maravilla o al infierno o a las dos cosas- cedí a la tentación de ver lo que presentaban las ciberfeministas. Yo procedo de un feminismo analítico y crítico, hijo del logos, y la militancia, cuando yo empezaba en estas lides, consistía en poner el dedo en la llaga. Pero el dedo en la llaga no es un gesto gratuito: se hace no solo para que duela donde debe doler, sino para avisar de las dimensiones de la herida y abordar las maneras de curarla. De otra forma, ni el feminismo ni ninguna otra forma de compromiso social tendrían demasiado sentido.

Salieron las ciberfeministas a escena. Se trata de gente muy joven cuyos seguidores en redes sociales se cuentan por miles, y ya sabemos que lo numérico, en la virtualidad o fuera de ella, tiene un innegable valor. Pero apenas aparecieron, y en cuanto pronunciaron las primeras palabras, supe que estaba ante algo que no tenía nada que ver conmigo. Lo atribuí en principio a la diferencia de edad, detalle nada menor, y a los canales de expresión elegidos. Escuchándolas un poco más atentamente, también me di cuenta de que nos diferenciaba algo más: un tipo de discurso, una forma de oratoria…Finalizado el acto, no me abandonaba el sentimiento de que las diferencias continuaban agrandándose hasta el punto de abrumarme. Me obligué a reflexionar sobre ello.

Entonces me impuse como ejercicio seguir un poco lo que hacen: ingresar en el mundo de los feminismos radicales actuales. Lo primero que me sorprendió es encontrar tal variedad de feminismos. Hay casi tantos feminismos como feministas. Yo creía que el poder patriarcal de los últimos veinticinco años había dejado margen para el surgimiento de un feminismo de estado, que no es otra cosa que un feminismo complaciente con el poder establecido, con lo que las mujeres instaladas en él, no solo no se han molestado en cambiar las reglas de juego para desmontar los engranajes patriarcales, sino que, desde su excepcionalidad y su privilegio, lo han enriquecido y reforzado. Y creía yo también, candorosamente, que esa postura mía era radical. Al menos lo suficientemente radical como para pensar que el feminismo real se tiene que ejercer desde la periferia, desde lo descentralizado, y debe ser coherente. En caso contrario, entra en la zona de confort del poder arraigado y pasa a ser parte substancial de su estructura y anatomía; un lugar desde el que se pueden cambiar muy pocas cosas que no sean los propios intereses.  Uno de los rasgos de los feminismos de estado es su beligerancia cuando no es parte del poder y su obstinado silencio cuando ha subido en la cucaña. Nada es menos radical que decir “no” a quien no te mira para pasar luego a un “sí” derretido en el momento en que te dedica una mirada aunque sea de desdén.

Ese hecho, sumado a mi experiencia como testigo ocular fortuito de las ciberfeministas mas cotizadas, en un escenario de postín, me hizo perseverar en mi ejercicio de entender mejor el pensamiento de los feminismos radicales y manifiestamente periféricos.  Voy a ir anotando algunos de mis hallazgos más llamativos:

-Las implicadas se comunican por lemas que se repiten, primero con la delectación de un sutra, y después como dogma incuestionable (“no somos vasijas”, “ni una menos”, etc.). Y no, una consigna repetida mil veces no se transforma en una idea.

-Entreveo un feminismo que ha hecho de la palabra “empoderar” bandera sin darse cuenta de que se trata de un verbo transitivo, que exige objeto: “…empoderar a las mujeres”. Es decir, necesitamos un sujeto que nos empodere. ¿Quién? ¿Los hombres, cuestionables tutores históricos de nuestra inteligencia? ¿O aquellas mujeres depositarias de la neoverdad que tratan de convencernos al resto de lo que está bien y lo que está mal?

-Se recrean en un vocabulario afilado, cuando no abiertamente soez, sea con la excusa del machismo, sea con cualquiera que no piense como ellas. Pero tampoco eso es un camino (y si lo es, es de los que no llevan a ninguna parte): nada de todo ello te hace una feminista más aguerrida. La descalificación es una moda servida en bandeja por la televisión basura en su empeño de devolvernos a la caverna de la irracionalidad. ¿Lo habrán intentado ya con argumentos?

-Se autodefinen como valientes y guerreras. El riesgo de tanta guerra y lucha consiste en que se acaba legitimando una cierta forma de violencia, que se ejerce, al menos en primera instancia, desde el lenguaje. Y como uno muere de su propia medicina, al actuar así quedan deslegitimadas frente a todo aquello que pretenden combatir, denunciar o erradicar.

-Lo más preocupante de todo, sin embargo, no son esas cuestiones “formales”, de discurso o incluso de desconocimiento histórico, sino que muchos de estos feminismos (hablo de los que he indagado y por descontado no estoy generalizando) es que funcionan como un club privado donde todas han de compartir el mismo tipo de ideario. Lo acabo de leer. “Si no piensas como nosotras ¿para qué entras aquí?”.  No me lo preguntaban aquí, pero da lo mismo: lo decían a una disidente a la que invitaban a abandonar el foro. Pero estos lugares, monotemáticos o no, están para debatir, no para crear escuelas de pensamientos único; de esas las tenemos a millares y no las buscaríamos, ciertamente, en las filas del feminismo.

-Dije “ideario” porque “ideas” es un exceso. Nos falta análisis, nos sobra opinión. Sin embargo, ellas sostienen que “opinan”, frente a las que discrepan, que solo “emiten juicios”. Hermoso matiz que venera los altares de un dios menor: la arbitrariedad.

Visto lo visto, acabaré por concluir que lo más radical, por no decir revolucionario, es la razón pura.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.