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Comentario de música docta:

Concierto 8 del Ceac: Mahler como si se escuchara en Venecia

Antes del receso “oficial” que durará algo más de un mes, la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, a cargo de la batuta del maestro ucraniano nacionalizado estadounidense Leonid Grin, cerró un brillante primer semestre de la temporada al interpretar en dos funciones con un Teatro Baquedano repleto, la Quinta Sinfonía del compositor austríaco, la misma partitura que inspiró a los genios artísticos de Thomas Mann y de Luchino Visconti. La emotividad, la pureza del sonido, y el buen desempeño a la par de bronces, vientos y de cuerdas, marcaron las pautas de la versión que entregó de este clásico contemporáneo, la agrupación laica y universitaria.

Enrique Morales Lastra

  Miércoles 21 de junio 2017 19:36 hrs. 
ceac mahler

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“Llamo vida y amor a lo que me deja vacío. Despedida, obligación, ruptura, ese corazón sin luz desparramado en mí, el gusto salado de las lágrimas y del amor. El viento, una de las pocas cosas limpias del mundo”.

Albert Camus, en Carnets, 1

La ambigüedad de una tragedia, eso representa la estética musical de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler, la obra que conformó en exclusiva el programa del Concierto 8 del Centro de Extensión Artística y Cultural de la Universidad de Chile, en su temporada 2017. Las presentaciones se desarrollaron en dos jornadas: durante los días viernes 16 y sábado 17 de junio, respectivamente.

El maestro Grin había anunciado en entrevistas y en diversas notas de prensa sus expectativas en torno a la idea que expresaría el conjunto que dirige, en relación a la partitura del compositor austríaco, y esa especial sensibilidad del dolor, manifestada en tiempos de crisis, tan cara a la emocionalidad, y a los argumentos sonoros, del aclamado autor, en un título que inspiró a creadores como Thomas Mann, y muy determinantemente al cineasta y régie de ópera italiano, Luchino Visconti.

De hecho, este último utiliza constantemente los motivos del Adagietto, el cuarto movimiento de la Sinfonía, como pista y banda sonora de su filme “Muerte en Venecia” (1971), con el propósito de traducir en notas y en acordes musicales, la frustración, y el “drama” de un amor imposible, en el contexto de un brote de epidemia que asolaba a la turística y señorial ciudad peninsular de los canales, a principios de la centuria pasada.

El profesor, investigador y musicólogo Gastón Soublette define así la belleza de la partitura de Mahler que interpretó la Sinfónica Nacional el reciente fin de semana: “El Adagietto de la Quinta Sinfonía es considerado como una de las más hermosas arias compuestas para orquesta de cuerdas, es una música de ensueño que sumerge al auditor en un maravilloso suspenso y hasta podría decirse, letargo. Es una creación necrológica, arrullada por la música de un compositor que siempre sintió la presencia de la muerte en su proximidad”.

Siguiendo el concepto, el último fin de semana nos enfrentamos a una partitura que aborda como pocas la desesperación que genera el advenimiento de la no vida, y su pensamiento, en la psicología de los seres humanos. Por eso, quizás, la prevalencia en sus arreglos de los instrumentos de bronce y de viento, dejando para las cuerdas sólo el dominio de ese sublime cuarto movimiento. Así, la Marcha o introducción de la obra, destacó bajo la batuta de Grin la emotividad que cruza la totalidad de las cinco partes de la pieza.

De inmediato pudo percibirse el notable carácter del maestro de origen ucraniano, con el propósito de crear en la audiencia la imagen, el fenómeno sonoro, de que por el espacio temporal de un poco más 1 (una) hora cronológica de música, seríamos conducidos, como en las aguas mitológicas del Leteo, por un camino de olvido y de encuentro con la inmortalidad producida por este hecho de creación artística: el “triunfo” sobre la muerte, con las armas de la belleza.

Los aciertos de la dirección de Grin, y la lucha o contradicción de tópicos sonoros y de motivos estéticos que confluyen en la Quinta de Mahler, se escucharon reafirmados por unos vientos en gran nivel, junto a sus hermanos de bronce y las percusiones, en sincronía con la tímida y respetuosa presencia de las cuerdas, en ese Agile, o segunda parte de este título. Las alturas musicales alcanzadas por la agrupación de la Casa de Bello en este fragmento, condicionaron lo que restaba de la ejecución.

En el Scherzo, o tercer movimiento, sobresalió, nuevamente, la imponencia de las piezas de bronce o de viento metal, en el comienzo, para después transformarse en melodías con aires de “capricho” vienés. Su protagonismo (de los bronces) predominó durante este segmento temporal de la interpretación, con unas cuerdas que insinuaban su silencio, y la coordinación de la orquesta manteniendo la pureza del sonido, en una característica habitual de la Sinfónica Nacional, cuando es dirigida por su conductor titular, el maestro Grin.

En efecto, un análisis crítico del Concierto 8 del Ceac, debe insistir que en una obra de suma complejidad estética (por los temas que aborda), e interpretativa (por las variables instrumentales que requiere para su consumación), como ésta de Mahler, la orquesta laica y universitaria emprendió el desafió, resguardando siempre, durante su ejercicio de los cinco recortes que componen la referida cima musical, en procura de esmerarse por coordinar las intervenciones ordenas desde los distintos componentes del conjunto, que demandaban la recreación de ese momento único y verdadero, imaginado por el autor vienes.

Y en la exhibición de esa virtud, el rol de Grin fue preponderante, no sólo por el estilo que le imprimió a la versión de la Sinfónica Nacional, sino que también por el manejo de los tiempos, las pausas, las órdenes, y las observaciones que le hizo oportunamente a sus dirigidos durante la extensión de la obra.

Luego, vino el Adagietto. Donde aparecen en la memoria los nombres de Mann, de Visconti, de la quimérica posibilidad de vencer y de derrotar a la muerte, a través del arte, mediante la práctica cotidiana del a-mor (sin muerte). Surge la comparación con el Mozart tardío, debido a la belleza y a los indudables aires románticos de este movimiento, en una apuesta por la esperanza vivenciada en la música. Las cuerdas se pronunciaron con un sonido perfecto en textura, volumen y potencia, en una composición que igualmente ha tenido una influencia evidente en la bibliografía musical de autores contemporáneos como el italiano Ennio Morricone.

La primacía, como marca, que aquí tienen las cuerdas, en vía crucis, y feliz tormento. La irrupción del arpa, en una versión que nada debe envidiarle a las pensadas por las mayores orquestas del orbe, detalles que la Sinfónica resolvió con la estrategia entregada por su director: orden, fuerza, comprensión del conflicto interno que es el centro temático de la partitura.

Por último, la ejecución del Rondó-Finale. Donde los metales, que reinaron otra vez, invocaron los anhelos estéticos que se escuchan en la Cuarta Sinfonía del mismo Mahler, sin ir más lejos, y donde el tradicional estilo “shostakovichkiano” del maestro Grin resplandeció en esa sentencia carnavalesca, que asimismo recordó a los nostálgicos festines mortuorios y apocalípticos figurados por un Goya, o por un Pieter Brueghel el Viejo, encima de un lienzo.

Pues la Quinta Sinfonía de Mahler es una partitura bella y ambiciosa, que recorre gran parte de los motivos musicales del canon docto, que se tenían allí, recién iniciado el siglo XX. Fue la interpretación de una pieza de envergadura por parte de la agrupación de la Casa de Bello, insistimos, y un “hacer” donde los primeros violines, fueron unos leales escuderos estéticos del maestro Leonid Grin.

La Sinfónica Nacional retomará sus presentaciones regulares el próximo viernes 28 y sábado 29 de julio, en lo que será el Concierto 9, bajo la dirección del maestro sueco Ola Rudner: en esa fecha venidera se interpretarán piezas del estadounidense Russell Peterson, y del compositor español Manuel de Falla.

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