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Empresas chilenas: hacia una nueva actitud

No obstante haber adoptado relevantes avances tecnológicos importados que la han puesto en capacidad de competir con sus pares en el mundo en precios y calidades, no son actividades que impacten los ingresos de las personas a nivel general.

Roberto Meza

  Jueves 22 de junio 2017 8:28 hrs. 
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El novel presidente de la Sociedad de Fomento Fabril (SFF), Bernardo Larraín Matte, afirmó durante un encuentro empresarial que esta semana “se derribaron tres mitos que algunos habían presentado como verdades absolutas”: el que más impuestos implican mayor recaudación; que la desigualdad de ingresos ha seguido estancada a pesar del crecimiento, y que el gasto publico focalizado no reduce la desigualdad.

Más allá de las convicciones político-ideológicas de cada quien, Larraín Matte fundó sus apreciaciones en datos, recordando que la recaudación fiscal del impuesto de primera categoría, incluso con su tasa aumentada, gracias a la reforma tributaria, no solo no subió, sino que se redujo, a raíz del menor crecimiento, obligando al Ministro de Hacienda a adelantar un Presupuesto Nacional 2018 “prudente” y a reconocer que fue un error sostener que la reforma no afectaría la actividad.

Respecto del segundo, el dirigente dijo que investigaciones del  PNUD muestran que, desde 1990 al 2015, la desigualdad de ingresos, según todos los indicadores, ha bajado en forma relevante; y el tercero, vinculado al segundo, que las principales fuerzas detrás de esa menor desigualdad han sido la disminución de las brechas salariales gracias al crecimiento y las transferencias (subsidios) del Estado focalizadas en los más vulnerables, datos que permitirían afirmar que, en el ciclo económico político que viene, el foco debería estar en la productividad y crecimiento.

Si bien las conclusiones de Larraín no derivan necesariamente de los juicios expresados, hay amplia coincidencia entre economistas de diversas escuelas que el país muestra un nivel de productividad bajo y que incrementarlo depende de mayor inversión y mejores niveles de educación y capacitación, para lo cual se requiere un crecimiento más alto que los estimule. De allí opiniones de consejeros del Banco Central que estiman posible una reducción adicional de la tasa de interés, en la medida que la inflación se encuentra controlada y el tipo de cambio ha caído producto de alzas en el precio del cobre y la debilidad de la divisa a nivel internacional.

Pero para aumentar la inversión no basta con una tasa de interés baja, que incite el consumo y demanda, e invite colocar el dinero ahorrado a bajas tasas, en inversiones más rentables, sino que, quienes tienen los recursos, tengan cierta seguridad jurídica de que, más allá de los riesgos propios de la actividad económica, sus ahorros puestos en un proyecto determinado darán el fruto que corresponde al acto de postergar el consumo presente, sin afectaciones normativas. La incertidumbre política emerge, entonces, como factor en la toma de decisiones de los empresarios.

Así y todo, la experiencia muestra que si en un país hay proyectos que presentan tasas de rentabilidad atractivas, es muy probable que haya sectores empresariales más audaces dispuestos a apostar sus capitales. En Chile, los principales problemas de inversión se han observado en la minería -que atraviesa un ciclo de bajos precios, en medio de una economía mundial que apenas comienza a repuntar- y en la construcción, que sobre invirtió en años anteriores y cuenta con un stock que recomienda pausa. En OO.PP. en tanto, las indefiniciones normativas o ideológicas han cumplido su papel respecto de las concesiones a privados.

Pero, aún más allá, el país muestra un problema estructural inercial, heredado de decenas de años de una economía principalmente apuntada a la actividad minera y agrícola, que no obstante haber adoptado relevantes avances tecnológicos importados que la han puesto en capacidad de competir con sus pares en el mundo en precios y calidades, no son actividades que impacten los ingresos de las personas a nivel general. En efecto, se trata de áreas concentradas, para las que el tipo de cambio alto y estable ha sido condición relevante, lo que a su turno, encarece las importaciones, incidiendo en el consumo global, al tiempo que, en cantidad de empresas y capacidad de empleo, son muy inferiores a otros, (representan del orden del 15% del parque nacional), con no más de 16 mil firmas grandes y medianas que, por lo demás, coinciden con el número de contribuyentes que declaran patrimonios superiores a los US$ 1 millón y de los cuales 115 concentran cerca del 14% del total de la riqueza del país y que extienden su presencia en casi todas las áreas.

El resto, unas 800 mil, son empresas medianas, pequeñas y micro, muchas proveedoras de las grandes, que se multiplican en áreas como comercio, transportes, pesca, industria manufacturera, construcción o servicios de diversa naturaleza y que podrían estar vinculado al tramo que anotó la mayor expansión de riqueza en 2016, con patrimonios de entre US$100.000 y US$250.000, alcanzando a 449.866 hogares, cifra que significa un alza de 28,28% respecto a 2015.

Desde luego, es aquí en donde se concentra más del 75% de la mano de obra y de donde emergen los bajos promedios de ingresos salariales, debido a la habitualmente disminuida productividad de dichos sectores, enfocados en una demanda interna que, como vemos, tiene escaso poder adquisitivo. De allí que, aumentar la carga de impuestos a estas empresas podría ser un mal remedio para la desigualdad, al recargar su ya incómoda carga para la supervivencia.

A pesar de todo, la cantidad de personas de capas medias y bajas que poseen entre US$0 y US$0,1 millones (100 mil dólares/$66 millones), cayó desde 4.321.164 hasta los 4.263.924, lo que representan una disminución de 1,32%, no obstante que aún subsistan en el país unas 450 mil personas (alrededor del 11%) que no tienen patrimonio alguno.

Para que los sectores emprendedores micro, pequeños y medianos y sus respectivos trabajadores den el salto requerido, de modo que junto con poder pagar mejores sueldos, sean capaces de competir con sus pares internos y externos y que las alzas del tipo de cambio -convenientes para los grandes exportadores- no sean relevantes, ni en su competencia, ni en sus consumos, la lógica indica que cada una de estas unidades deben ser vistas como un ente sistémico productivo o de servicios enfrentado a otros en lucha por su supervivencia. Por consiguiente, ni su factor trabajo, ni el de capital, deberían entenderse por separados, sino coordinados para la defensa, eficiencia y robustez de su fuente de ingresos. Un tipo de negociación laboral ramal que agrupe a estas pequeñas unidades, sin considerar sus particulares realidades y que las obligue al pago de salarios mayores -surgido de negociaciones de empresas más grandes-, buscando una justa remuneración y disminución de la desigualdad, puede ser un remedio ineficaz, puesto que su incapacidad podría obligar al cierre de muchas de ellas, dejando a trabajadores y emprendedores fuera del mercado.

El Estado, por su parte, en un país con mayor actividad y tributación en alza, puede, a su turno redistribuir y emparejar la cancha, tal como lo ha hecho, con foco en los más vulnerables. También, ahora con más ingresos, apoyando subsidiariamente el esfuerzo de sectores medios emergentes para evitar su temor al retroceso (vía educación, salud y previsión). Sin embargo, para ello requiere de ingresos tributarios permanentes que, como vemos, no son fáciles de lograr desde aquellos 800 mil emprendedores menores, por lo que mayoritariamente deberían salir de entre los que tienen más riqueza. Pero si esos 16 mil chilenos que manejan más del 35% de la riqueza nacional no están dispuestos a asumir mayores riesgos e invertir en innovación y nuevos sectores de la industria emergente, como p. ej,, la profundización de estudios para el antibiótico en base a eucaliptus desarrollado por escolares secundarios de Talca y tantos otros similares, más temprano que tarde la maquinaria volverá a trancarse, haciendo resucitar la incertidumbre política, pues la inactividad de una maquina invita siempre a “arreglarla”.

Por eso Larraín tiene razón cuando dice que las empresas deben considerar “esta sociedad más exigente y crítica como una oportunidad, y no como una amenaza”, “actuando con audacia, esfuerzo, perseverancia e innovación, y no con resignación, inmovilismo o una actitud defensiva. Al país no le sirven empresarios invisibles o atajando goles colgados de un arco”.

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