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Los días argentinos de Violeta Parra

El 19 de julio, el Teatro Colón recibirá a músicos chilenos y argentinos para un concierto sinfónico que celebra el centenario de la folclorista, quien hace 55 años pasó una temporada en Buenos Aires y en la pampa argentina. Una época dura, pero que dejó huellas indelebles en su biografía: amistad, frustraciones y un disco.

Rodrigo Alarcón

  Sábado 8 de julio 2017 14:12 hrs. 
Violeta 11

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Es muy posible que alguna vez, hace más de cincuenta años, Violeta Parra haya merodeado al menos por fuera del Teatro Colón, el más importante de los escenarios musicales de Buenos Aires. Quizás observó su entrada principal desde la plaza Lavalle o al menos alcanzó a divisar su parte posterior, la que da a la calle Cerrito, desde la enorme avenida 9 de julio.

Es posible que Violeta Parra haya caminado esas calles del centro de Buenos Aires y quién sabe si habrá pensado que un día, para celebrar un siglo desde su nacimiento, ese imponente teatro acogería algunas de sus canciones. Lo haya imaginado o no, sucederá: el próximo miércoles 19, el Teatro Colón ofrecerá un concierto sinfónico dedicado a ella, del que participarán músicos de su orquesta estable, junto a más de una decena de artistas chilenos y argentinos.

La nómina visitante incluye a Beto Cuevas, Camila Moreno, Gepe, Javiera Parra, Patricio Manns y Roberto Márquez, mientras los locales serán Kevin Johansen, Loli Molina, Los Tekis, Sandra Mihanovich y Soledad Pastorutti. Todo bajo la dirección de Ángel Parra hijo y con los arreglos del director chileno Guillermo Rifo, quien también estará al frente de la orquesta.

“Así como respetan a Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa, a la Violeta todo el mundo acá la respeta no solo como cantautora, sino como artista completa”, dice desde Buenos Aires Freddy Varela, violinista chileno que ocupa el cargo de concertino en el Teatro Colón y que ha colaborado con Ángel Parra en la preparación del concierto.

Esa noche los invitados harán sus apariciones en tres partes. Primero, la orquesta interpretará canciones como “Run run se fue pa’l norte”, “Qué he sacado con quererte”, “Casamiento de negros” y “Rin del angelito”; luego, el mismo Ángel Parra hijo liderará un segmento “acústico folclórico”, con composiciones como “Pupila de águila”, “El guillatún”, “El Albertío” y “Mazúrquica modérnica”; y finalmente, la orquesta volverá para tocar canciones como “Volver a los 17”, “La jardinera” y “Maldigo del alto cielo”, antes del gran cierre con “Gracias a la vida”, la canción que en Argentina se inmortalizó gracias a Mercedes Sosa.

“Acá se le tiene mucho aprecio a Violeta Parra y todos los cantantes son gente muy famosa y quieren estar presentes gratis. Eso me llama mucho la atención: gente como Kevin Johansen, Soledad, que son muy famosos, van a estar porque quieren, no porque les van a pagar una fortuna. Van simplemente por la importancia que tiene la Violeta Parra para ellos”, asegura Freddy Varela.

El concierto servirá, además, para revivir un viejo vínculo entre Violeta Parra y Buenos Aires. Antes de crear los himnos que se escucharán en el Colón, antes del Louvre y la aventura europea, antes de la Carpa de La Reina, Violeta Parra vivió, cantó y hasta grabó en Argentina.

Un amigo en la pampa

Violeta Parra pasó por Argentina a mediados de los ‘50, cuando se embarcó por primera vez a Europa, pero no fue hasta 1962 que estableció un vínculo. El inicio fue una operación de rescate. Su hermano Eduardo, que vivía ahí junto a sus hijos Clara y Francisco, intentó suicidarse con un cóctel de pastillas y aunque se salvó, tuvo que enfrentar a la justicia, porque el niño también se intoxicó. Ante su pedido de auxilio, quienes respondieron fueron Violeta Parra y su madre Clara Sandoval, que en tan solo tres días llegaron al hospital donde se recuperaba, en la pequeña ciudad de General Pico, en la provincia de La Pampa. “Los tres abrazados lloraban”, recuerda Clara Parra en El hombre del terno blanco, el libro que dedicó a su padre Eduardo.

En las mismas líneas, Clara Parra describe cómo su tía se hizo cargo del embrollo: “Faltaban cuerdas que afinar y muy importantes. Había que recuperar a mi Panchito del hogar de menores; pero no hay que olvidar quién llevaba la batuta, Violeta Parra. En menos que canta un gallo habló con el juez, con la policía, el capitán de bomberos, el cura. Y en un par de días el pequeñín volvía a su nido. Mi padre feliz, sus cachorros a salvo, otra vez a su lado”.

Violeta Parra en la peña El Alero, enero de 1962.

Violeta Parra en la peña El Alero, enero de 1962. Fotografía cedida por Cristián Blaya.

¿Cómo lo hizo? Contactó a Rafael Eiras, el fundador de la peña folclórica El Alero, quien la envió a la casa del diputado Joaquín Blaya. Él la ayudó a reencontrarse con el “Tío Lalo”. “Yo imagino que lo liberaron con la condición que se vuelvan a Chile. El pasaje se lo pagó mi padre”, recuerda Cristián Blaya, hijo del político argentino, según consta en una biografía sobre Violeta Parra que el periodista Víctor Herrero publicará este año con el sello Lumen. “Violeta se volvió con ellos a Chile y mi padre le dijo que viniera a pasar una temporada a Argentina. Y ella volvió”.

En General Pico, Violeta Parra vivió tres meses que le permitieron recuperar “fuerza y confianza”, según Cristián Blaya. Instalada con la familia argentina, repartió sus días entre la peña El Alero y el comedor de la casa, que convirtió en un taller de artesanía, cerámica y pintura. Además, hizo cursos abiertos en la localidad. “Imagínate General Pico, una ciudad muy ávida de cultura, pero donde no pasa nada. De pronto, una mujer aparece dando cursos de tapiz y de arcilla: se juntaron 500, 600 mujeres; fueron muchas amas de casa”, relata Cristián Sergio Blaya.

Por eso, nunca olvidó esos días en General Pico y la ayuda que le brindó Joaquín Blaya. En los meses y años siguientes, le escribió con frecuencia para contarle de sus aventuras, siempre con singular cariño: “Yo no sé, don Joaquín, qué hubiera sido de mí sin usted. El mundo es pequeño, y algún día podré encontrarlo y retribuirle en lo que me sea posible su bondad y su actuación por mí”, le aseguró en una de sus cartas, incluida en El libro mayor de Violeta Parra.

En otra, fechada en agosto de 1963 y en París, recalcó “la inmensa gratitud que amarra mi corazón a un lejano pueblito de la Pampa Argentina”. Además de enviar saludos a toda la familia Blaya, en la misma carta escribió: “Usted, don Joaquín, es ese pueblito mismo. Yo no puedo separar, en este caso, el sentido del pueblo y lo que es usted como ser humano. Y como primera autoridad política de dicho pueblito, el que brilla en mi pensamiento, recuerdo como si fuera ayer que estuve allá para buscar a mi hermano, ayudado y defendido por usted”.

Junto a Cristián "Tatán" Blaya, en febrero de 1962.

Junto a Cristián “Tatán” Blaya, en febrero de 1962. Fotografía cedida por Cristián Blaya.

Y en 1964, dos años después de haber abandonado Buenos Aires, Violeta Parra seguía escribiéndole a Joaquín Blaya: “En homenaje a usted, en cada recital, incluyo en mi programa canciones argentinas: bagualas, bailecitos y chacareras. De esta manera, correspondo a los inmensos favores recibidos de parte suya”. Más tarde, le prometió “hacerle unos murales” a su nueva casa y le habló orgullosa de su exposición en el Louvre: “El director del museo tiene un alma parecida a la suya. Todos estaban encantados con la pequeña chilena”.

“Buena mierda de presentación”

Donde Violeta Parra dejó huellas tangibles, sin embargo, fue en Buenos Aires. Una vez que abandonó General Pico, se instaló en la habitación 111 del céntrico Hotel Phoenix y comenzó a mover sus hilos. Al principio no fue fácil: “Hoy es un día muy duro para mí. Tengo el corazón oprimido por lo lento de mis trámites, en esta ciudad de porquería, pero no me dejaré aniquilar (…) Estoy sufriendo por irme, pero así resistiré hasta que este país se ablande y sepa y sienta que yo ando por aquí”, le escribió a su pareja, el suizo Gilbert Favre, en una de sus primeras cartas enviadas desde Buenos Aires.

En esos días, Buenos Aires y toda Argentina estaba convulsionada. En marzo de 1962, las Fuerzas Armadas derrocaron al presidente Arturo Frondizi, dando paso al breve gobierno de facto de José María Guido. En medio de la revuelta estaba Violeta Parra, que al año siguiente recordaría esos días en una carta enviada a Joaquín Blaya desde Azerbaiyán: “¿Cómo es que usted resiste la vida política en Argentina? En los seis meses que viví en Buenos Aires pude darme cuenta de muchas cosas. Es una chacota el asunto gobierno, elecciones y cívico. ¿No cree usted que los milicos y los curas ya están añejos y ridículos? Qué barbaridad cuando salen los tanques a pasearse, y qué barbaridad los 34 golpes de Estado (…) Yo no entiendo nada. La ensalada es indigerible”.

Aun así, Violeta Parra se las arregló en la capital federal y su suerte mejoró: primero, se reencontró con el cantor Horacio Guarany, a quien había conocido en su anterior pasada por Buenos Aires; luego, consiguió los contactos necesarios para exponer sus trabajos plásticos y mostrar su música. “Yo creo mijito, que usted tiene que venir a verme, porque cómo voy a salir de aquí si yo veo un camino que se abre con luces de todos colores”, le escribió a “Petit Gilberto” en otra de sus cartas, mucho más optimista.

Junto a Joaquín Blaya en La Reina, en 1966. Foto: fundacionvioletaparra.org.

Junto a Joaquín Blaya en La Reina, en 1966. Foto: fundacionvioletaparra.org.

Uno de los mayores hitos de su estadía en Buenos Aires ocurrió el 27 de abril de 1962, cuando el Teatro IFT abrió sus puertas para un concierto que esperó con especial ilusión, de acuerdo a las cartas recopiladas en El libro mayor. En una de ellas, impetuosa, le escribe una serie de instrucciones a Gilbert Favre para que viaje a Buenos Aires con todos sus tejidos, cuadernos y vestidos. Le pide también que lleve Mimbre, el documental de Sergio Bravo que musicalizó, y “Defensa de Violeta Parra”, el poema que le dedicó su hermano Nicanor. Y manda a decir a sus hijos Ángel e Isabel que pidan permiso y plata a Raúl Aicardi, con quien trabajaban en televisión, para viajar a Argentina.

“¿No querría Nicanor venir en su auto, con la Chabela, el Ángel, la (Carmen) Luisa y tú? Yo le devuelvo los gastos de bencina y los recibo en mi hotel. Sería una maravilla. Dile que yo estaría tan contenta con ustedes ese día glorioso (…) Me gustaría tanto dar mi recital con mis hijos. ¡Sería la locura! Si Nicanor no puede venir, se vienen todos en tren. Son tres recitales primero, después serán muchos. Los periodistas están completamente locos conmigo. La gente me habla en la calle, porque la tele es definitiva. Ya soy una cosa sabida y conocida”, asegura en la carta, aludiendo a las apariciones que entonces ya había logrado en el Canal 13 argentino. “Hay que apurarse, hay que volar”, urge.

Pero Gilbert Favre no se apuró ni voló. Llegó a Buenos Aires el mismo día del concierto y sin ninguno de sus hijos. A falta de ellos, Violeta Parra consiguió dos presentadores, el actor Lautaro Murúa y el historiador Leopoldo Castedo, quienes provocaron su ira.

En sus memorias, Castedo recuerda que Lautaro Murúa se largó a hablar de su brillante trayectoria y, cuando recordó que debía presentar a la artista chilena, prefirió entregarle el protagonismo a su ocasional compañero: “Percibí de refilón el enfurecido gesto de la supuesta presentada, de pie ante la silla en que apoyaba la guitarra. Contrito ante la inverosímil situación, pensé que lo oportuno era deslumbrar al público y a la cantante, guitarrista, pintora y tejedora, además de poeta, con una gravísima frase en la que negaba su calidad de folklorista, porque, dije: ‘… los folkloristas suelen disecar el alma del pueblo y Violeta es la encarnación misma del pueblo’. Parece que mi frasecita colmó su furia. Arrastrando la guitarra avanzó al centro del escenario”, relata el escritor.

La anécdota, que está recogida en la biografía La vida intranquila de Fernando Sáez, termina con aplausos y gritos de admiración a Violeta Parra, pero antes hay una frase de aquellas, pronunciada por ella misma: “Buena mierda de presentación. Uno habla hasta por los codos pero solo de él y el otro dice que no soy folklorista”.

Isabel, Ángel y Violeta Parra a bordo del Yapeyu, rumbo a Europa. Foto: fundacionvioletaparra.org.

Isabel, Ángel, Tita y Violeta Parra a bordo del Yapeyu, rumbo a Europa. Foto: fundacionvioletaparra.org.

Poco antes de ese concierto, Violeta Parra concedió una entrevista a la revista Vuelo, en la que el periodista Norberto Folino describe la habitación de hotel que se había transformado en su hogar, “con las paredes casi totalmente cubiertas con sus cuadros al óleo y sus arpilleras”.

En ese artículo, recogido en el libro Violeta Parra en sus palabras, habla de sus entonces inéditas décimas autobiográficas, de su comadre Margot Loyola, del canto a lo poeta que había investigado en Chile e incluso opina del folclor argentino. La entrevista, escrita siempre en un tono elogioso, aún da cuenta del impacto que la artista chilena producía en sus interlocutores: “Hay algo más que es imposible transcribirlo en una nota de esta naturaleza: su canto. Toda la autenticidad y emoción de su canto es intransferible. Se hace necesario escucharla”, dice.

La cueca en aeroplano

Curiosamente, el testimonio más concreto de los días argentinos de Violeta Parra pasó inadvertido durante mucho tiempo: es El folklore de Chile según Violeta Parra (1962), un disco que reúne 14 canciones, entre piezas tradicionales y algunos de sus títulos más relevantes, como “Arriba quemando el sol” y “Arauco tiene una pena”.

De acuerdo al portal Cancioneros, ese LP fue grabado para EMI Odeon entre el 23 de abril y el 4 de mayo, siendo editado entre junio y julio de ese mismo año 1962. En el estudio solo estuvo Violeta Parra, así que ella misma se encargó de cantar primeras y segundas voces y de tocar guitarra, bombo y tamborileo. Nadie de la compañía asistió a esas sesiones, a excepción de los encargados del registro. “Vi entrar la figura modesta de esta desconocida folklorista chilena y cuando comenzó a tocar realmente me impactó. ¿Quién habrá inventado ese rasguido?”, se preguntaba el ingeniero José Soler en un artículo publicado por la Revista Musical Chilena. “Ese rasguido de guitarra fue algo completamente novedoso para mí. Siempre me he preguntado si esa forma de tocar era personal o los chilenos la habían parido en sus tabernas o en el campo”.

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El hombre, que grabó el disco junto a José Cortés, recuerda que Violeta Parra “estaba ensimismada y tocaba la guitarra sin gritar, quiero decir, sin alarde de tocar fuerte ni poseer gran volumen. Se veía en un estado de melancolía bastante especial. Nosotros grabamos y luego mezclamos cuatro canciones agregándole una segunda voz y unos tañidos de guitarra. No hubo demasiadas interrupciones, y si se produjeron fue porque nosotros nos equivocamos. Violeta fue muy prolija. Su música venía cocinadita, madura, bien ensayada y bien cantada. Ella vino, cantó y se fue, y si hemos repetido no fue su responsabilidad”.

“A cantarle a los porteños / yo hey venido desde Chile / y aunque se mueran de sueño / yo no dejo la Argentina. / Vine a cantar la cueca / en un aeroplano. / La Capital Federal / me dio su mano”, cantó Violeta Parra en ese disco, que fue editado con un óleo suyo en la carátula y un texto de Gastón Soublette en la contraportada. Aunque se ha dicho que fue censurado por la letra de “Porque los pobres no tienen”, esa canción no fue incluida en la grabación .

El sello, en realidad, hizo poco y nada por distribuir el disco. Solo en 1971, cuando Mercedes Sosa había popularizado “Gracias a la vida” y su autora ya no estaba viva, fue reeditado bajo el título “Recordando a Violeta Parra”, pero en su momento no tuvo mayor difusión. Violeta Parra tampoco estuvo ahí para empujarlo, porque a mediados de 1962 partió por segunda vez a Europa. En Buenos Aires se reunió con sus hijos, Ángel e Isabel, y su nieta Tita, y todos se embarcaron en el Yapeyu con dirección a Hamburgo, para luego viajar por tierra hacia Helsinki, donde participaron del octavo Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes.

Violeta Parra nunca más regresó a Argentina.

Fotografía principal: Violeta Parra en la peña El Alero, enero de 1962. Fotografía cedida por Cristián Blaya.
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