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La banalidad de los programas de gobierno


Viernes 14 de julio 2017 8:15 hrs.


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De entrada debemos hacernos una pregunta esencial: ¿cuánto valen los programas de gobierno? Si se mira la historia política de América Latina, veremos que  mientras existió la planificación central (años 60) se respetaron los programas de algunos gobiernos en algunos de los países. Chile fue uno de los países que en los 40 hasta los 60 se respetó esa planificación en alto porcentaje de lo escrito y propuesto. Otros países que hacían gala de planes casi quinquenales, los programas de gobierno se transformaron en un pretensioso ejercicio de gobernanza racional, pero a la hora de tener el poder, esos textos magistrales fueron directamente engavetados y se decidió de acuerdo al momento y al antojo.

Eso llevó al gran José Ignacio Cabrujas a decir que las Constituciones en América Latina eran un lujo banal, pues lo que se requería era una ordenanza como las que se ponen en la puerta de entrada de las habitaciones de hotel: “Señor pasajero, se le ruega cuidar el mobiliario, ya que otros lo usarán después de usted.  Es que en nuestros países  casi no existen ciudadanos, lo que prevalece es el aventurero tránsfuga que viene, lo coge y se va.”(Palabras casi textual expuestas en una entrevista para la colección de libros de la Comisión para la Reforma del Estado, en Venezuela.

Luego de la crisis de la deuda  con la década perdida y la llegada a los gobiernos de los neoliberales (y conversos que les apañaron como reverenciales acólitos), América Latina pasó de la planificación a los puros negocios, con lo cual se perdió por largo tiempo la habilidad de escribir programas de gobierno; estos programas fueron reemplazados por gigantografías, mostrando a personajes sonrientes y con puños arremangados, en actitud de gran afán y feliz destino, soltando unos eslóganes baladí pero afrodisiacos sensibles y efectivos para atraer  a esa fémina, cada vez más “móbile” y temperamental, llamada ciudadanía.

De esta forma, nuestros políticos se transformaron en analfabetos en planificación. ¿Para qué tanto lio si lo que se hace son negocios privados?

Por eso a la hora de echar al papel ideas más  densas, pasa lo del “Transantiago”, incluso en proyectos más simples pasa lo del puente Cau Cau o el Loncomilla, o se carece de método elemental para afronta sucesos como el terremoto del 2010 y se enredan las reformas y se pervierten la acciones a mitad de camino.

Por eso es curioso ver decir al señor Girardi que es hora de reemplazar a los amateurs por profesionales, para darle densidad a la candidatura de Guillier. Menos mal que el candidato resultó más avispado y le bloqueó el lanzazo al político autoapodado de “profesional”.

Como decía mi abuelo respecto a los chilenos y sus pretensiones: “Cómo serían los otros, que ganamos la guerra del 79”. Si los “profesionales” pudieron hacer lo que hicieron, entonces Dios nos libre de sus recomendaciones; puesto que parece que es hora de probar a los “aficionados”, a ver si sale algo distinto a este “calificado” desbarajuste.

Don Ricardo ha lanzado un texto programático, con el cual quiso aparecer como estadista redomado, con ideas claras y planes explícitos. Sin embargo, don Ricardo no puede escapar a un estilo formalista de la planificación normativa, cosa que quedó superada en los años 80 por la planificación estratégica y en los 90 por la planificación de situaciones.

La planificación normativa, que usa  el ex candidato Lagos, muestra sólo las intenciones presuntas del planificador, sin siquiera aproximarse a las variable condicionantes y determinantes de la viabilidad y sus trayectorias. Por eso le pasó lo que le pasó en su gobierno: alto costo social y nacional de las concesiones, gran fracaso del plan  de transporte urbano y ferrocarrilero, aborto del plan de implementación de sistema internet para conectividad educativa; torpeza en las negociaciones con la Unión Europea y entreguismo en las negociaciones  del tratado con EE.UU. y Canadá; postura irracional en los negocios con los chinos, con grandes pérdidas para Chile en la minería, etc.

Por eso es que Guillier prefiere hablar de “programas abiertos”, donde el planificador da ideas, pero es la sociedad, con sus relaciones de poder actuantes, la que deberá definir qué es lo posible y en qué estilo y en qué profundidad. Lo otro es creer ser Dios, cuando todos sabemos que en la política están presentes los dioses fácticos, que son grandes competidores de los políticos.

La planificación de situaciones  es más estrictamente una planificación desde la sociedad, no desde los líderes elitescos. Ya se pasó el tiempo de los iluminados y de los tecnócratas (vean el desastre del primer gabinete de tecnócratas de Piñera);¸el último representante de esa soberbia planificación normativa fue el ruso Afanasiev, que sólo pedía contar con los datos para ordenar toda la actividad de la Unión Soviética en todas sus áreas.

Ahora es el tiempo de la participación, integración y construcción conjunta de las transformaciones. Así es que para los nostálgicos del libro programa de Lagos, que lo lleven de lectura para las tardes de tedio en sus vacaciones de invierno, que otro uso es posible que no tenga ni es prudente que lo tuviera.